«Delicias que cabalgan entre lo sonrojante y lo sublime», continúa, «[la canción] comienza atmosférica, con teclados ominosos y sonidos de cristal roto, para después explotar en un irresistible estribillo repleto de guitarras y vocoder. Nos habla de la urgencia de entrar en aquellos sitios donde no te dejan, del orgullo de saber que haces algo que nadie puede hacer, de redimirse a través del baile, […] de todo aquello que nos cantaban los Llopis en ‘La puerta Verde’ en aquel lejano 1960».