Los Coen articulan su película a través de la labor diaria de este personaje. Mientras Mannix se pasa el día apagando fuegos, los directores los encienden en forma de luminosos sketches: el número musical de «marineritos» de Channing Tatum, la coreografía acuática a lo Esther Williams de Scarlett Johansson, la hilarante escena del rodaje protagonizada por un refinado Ralph Fiennes como trasunto de George Cukor… Secuencias que funcionan de forma autónoma y que ponen de manifiesto una de las grandes virtudes de esta pareja de directores: su enorme habilidad para elaborar sátiras que funcionan en dos direcciones, como parodia y como homenaje.
‘¡Ave, César!’ es, por encima de todo, un gigantesco chiste. Un divertimento, al estilo de las irregulares ‘Crueldad intolerable’ (2003) y ‘Quemar después de leer’ (2008), donde los Coen dan rienda suelta a toda su pasión y erudición cinéfila. Es algo así como el contraplano de ‘Barton Fink’ (1991), un satírico y a la vez romántico viaje al Hollywood dorado con más citas, referencias, resonancias, pistas y guiños -muchos de ellos solo para iniciados- que una película de Godard.
Es precisamente ahí donde reside la fortaleza y también la debilidad de ‘¡Ave, César!’. Si el espectador no entra en esta especie de gran trivial hipertextual, es muy fácil que se sienta desplazado y se aburra. Desde un punto de vista estrictamente dramático, la película no se sostiene. Es más dispersa que la mente del personaje que interpreta Clooney. Sin embargo, si logra entrar, si participa de esta bacanal cinéfila repanchingado en su butaca como si fuera un lectus, disfrutará más que un romano comiendo con las manos. 7.