Muy sencillo: es una película horrible. Claro que no sería la primera vez que una película vapuleada por la crítica se alza con el puesto más alto en la taquilla. De hecho, suele ser lo normal. El problema con ‘Zoolander 2’ es que, a diferencia de otros hits cinematográficos de dudosa calidad artística como ‘Ocho apellidos vascos’, no ha contado con el apoyo del boca a boca popular necesario para aguantar semanas en cartelera. Y sin eso, el fracaso está asegurado.
Porque las grandes campañas publicitarias –y el filme de Ben Stiller tuvo una de las más grandes que se recuerdan en los últimos meses con estreno multitudinario en la Gran Vía con asistencia de sus protagonistas– sirven para arrastrar al público a las salas los tres primeros días. Pero luego es necesario crear un buzz, ya sea en vivo o en redes sociales, que anime al resto a pagar su entrada. El típico «Tío, vete a verla que es la hostia». Y que levante la mano el que haya oído o leído algo similar respecto a este título.
Lo realmente curioso es que, comparadas, ‘Zoolander 2’ tampoco es mucho peor que su predecesora. El culto la ha convertido en una película intocable, pero vista hoy, ‘Zoolander’ no tiene más gracia ni calidad que su secuela. ¿Por qué la primera entonces triunfó y la segunda ha pasado sin pena ni gloria?
No, la respuesta no es que España odie a Penélope Cruz, sino una más simple que además no es mentira como la anterior: hemos cambiado tanto como sociedad que aquello que nos hacía reír en 2001 ya no nos hace ni puñetera gracia. Para empezar, hay que ser bastante entendido en el mundo de la moda para comprender la infinita cantidad de cameos y referencias a este mundillo que aparecen en el filme. Y el campo del lujo y los trapos caros, cuando todo nos iba bien, era algo que interesaba a todo el mundo.
Pero hoy, todavía en plena crisis económica, preocuparse por estas nimiedades se nos antoja una frikada. De la moda, la plebe queremos reírnos como lo hacíamos con ‘El diablo viste de Prada’. Ver ese cónclave final de diseñadores y editores desconocidos para el gran público, por mucho que Anna Wintour esté entre ellos, no nos hace ni puta gracia.
Alguna sonrisilla puede sacarnos que aparezca por ahí la cara de Madonna o Kanye West, o la presencia física de Katy Perry o Ariadna Grande. Pero lo hacen tan de refilón que apenas cuenta. Son los peligros de basar todo el humor de tu película en los campos de famosos: si el espectador no conoce las referencias, se quedará como si nada.
Que sí, que los de Susan Boyle, Kiefer Sutherland o Susan Sarandon tienen su gracia, pero… ¿Imaginan acaso a un norteamericano descojonado después de ver a Belén Esteban o Cristina Tárrega diciendo una frase en una de Torrente, que es en lo que se ha convertido ‘Zoolander’? Pues lo mismo le pasará al españolito medio cuando vea aparecer en pantalla a gente como Alexander Wang o Tommy Hilfiger. Sí, son personas. 2.