‘Julieta’: la verdadera expiación de Almodóvar

Motivos para odiar a Scorsese no hay demasiados. Aunque ahora igual hay que sumar uno nuevo a la pequeña lista de cosas que echarle en cara si alguna vez te lo encuentras por la calle: haber rodado una película que se llame ‘Silencio’ y provocar que Almodóvar, para que no haya confusiones cuando ambas se encuentren en las ceremonias de premios –al menos la de Pedro debería estar en todas–, decidiera cambiar el título de la suya. Porque de haber mantenido ese título, que tan bien le va a lo que cuenta y a lo que provoca, estaríamos hablando de la película perfecta.


Salvo ese detalle, casi nada se le puede reprochar a ‘Julieta’, el filme que el manchego llevaba intentando hacer desde que cambiara el rumbo con ‘Hable con ella’ y nunca había logrado filmar con tanto acierto y entereza. Que sí, que nos hemos reído mucho con él en pasadas décadas. Pero ahora que por fin ha aceptado la clase de director que necesita ser, ahora que ha abrazado una austeridad y contención narrativas que reflejan a la perfección su vida, es a su público al que le toca aceptar que aquel Pedro dicharachero y verborreico se ha marchado para siempre. Es a nosotros a los que nos toca abrazar su nueva etapa. Una más negra, sí. Pero también una más prometedora.

Enfadarse con Almodóvar ahora sería como enfadarse con Picasso por pasar de la época azul a la época rosa. O mejor, aprovechando que hablamos de quien hablamos, como enfadarse con la Marisa Paredes de ‘La flor de mi secreto’ porque ya no sabe escribir como Amanda Gris. No le sale otra cosa y no pasa nada. Al fin y al cabo, dentro de toda la seriedad y el desgarro con los que están obligados a sobrevivir los personajes de ‘Julieta’, la esencia del creador permanece intacta. Aunque a veces cueste reconocerla.

Pero el gran acierto de Almodóvar no ha sido quitarle el «melo» al «drama», sino haberse aventurado en este viaje inédito en su filmografía en compañía de un grupo de nuevos actores y actrices que hacen más veraz su propuesta. Viendo ‘Julieta’ te acuerdas de todas las que estuvieron antes a sus órdenes antes: Cecilia Roth, Penélope Cruz, Victoria Abril, Carmen Maura, Marisa Paredes olvidando sus dejes de gran diva… Intuyes su herencia, pero las protagonistas totales y únicas de esta película solo podrían ser –y de hecho solo lo son– Adriana Ugarte y Emma Suárez.

Especialmente esta última. La reina del cine español de los 90 ha entrado en el universo almodovariano por la puerta grande. Su presencia llena la película por completo, como Antía la vida del personaje que interpreta. La diferencia es que haciéndolo no la destruye como la hija desaparecida; sino que en el poco espacio que deja permite que Daniel Grao, Rossy de Palma, Pilar Castro, Dario Grandinetti, Michelle Jenner, Inma Cuesta o Nathalie Poza también tengan sus merecidos minutos de gloria. A todos te los crees y a todos te los llevas a casa cuando termina de cantar Chavela Vargas.

Porque lo haces. Suena a frase hecha perpetrada por los periodistas pero es verdad que ‘Julieta’ gana cuando pasan los días. Hay que reposarla, pensarla mucho y rellenar las elipsis para recomponerla. Y si se puede, verla de nuevo para apreciar todos los detalles que pasan desapercibidos la primera vez que te enfrentas a ella: miradas, objetos que ganan importancia al final pero que están desde el principio, diálogos en apariencia insustanciales, paseos repetidos por las mismas calles en distintas épocas…

¿Que habrá a quien tanta autoconsciencia y perfección estética del director le provoque urticaria? Por supuesto. De hecho, si tú eres uno de ellos, ya te ahorramos nosotros la entrada y te confirmamos que si no te ha gustado nunca lo que hace el manchego no va a empezar a hacerlo ahora. Ya está, no pasa nada y tampoco presumas de «haterismo» porque solo te vas a poner en evidencia.

Pero a poco que alguna de sus películas hayan marcado tu vida, date el gustazo de sentarte en la sala sin prejuicios ni perjuicios y abandónate al dolor de Julieta. ¡Qué bello es sufrir! Y que bien sienta. 8,5.

Foto: Manolo Pavón.

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Publicado por
Leo Hernández