Como demuestra el reciente ‘Life of Pause’, Jack Tatum ya ha desechado del todo aquel shoegaze de los inicios de su proyecto Wild Nothing. Ha limpiado su sonido hacia guitarras más cristalinas, remitiendo de nuevo a los 80, pero no a los de My Bloody Valentine sino a los de Lloyd Cole & The Commotions u Orange Juice. Con una estupenda banda, Tatum lógicamente centró el repertorio en su último álbum (¿cómo es posible que obviara ‘Reichpop’, su canción más destacada?), si bien recuperó las preciosas ‘Shadow’ y ‘Nocturne’ del álbum que titula esta última y que no desentonaron para nada en un concierto encantador, perfecto para comenzar la tarde. Y es que, más allá del sonido que use en sus producciones, lo importante de Wild Nothing siempre fueron las canciones. Raúl Guillén.
De la tarde destaco dos actuaciones, la de Boredoms, que presentaron su rock dadaísta en el escenario Primavera, totalmente entregados y arrolladores, y U.S. Girls, cuya actuación tuvo sus más y sus menos. La cantante es un gusto adquirido, desde luego. Para quien no la conociera debió parecerle un cuadro verla cantar por encima de bases programadas como si estuviera en un karaoke, y lo cierto es que, más allá de eso, en los conciertos de Meghan Remy no hay mucha acción. Quizá su objetivo sea concentrarse en las letras, pero claro, naturalmente por aquí no se la entiende igual de bien que en América. En cualquier caso, Remy, ataviada con un mono beige y un pañuelo que cubría la totalidad de su cabello, presentó su recomendable último álbum, ‘Half Free’, con dignidad y sumergida en la interpretación de sus letras. ‘Damn That Valley’, ‘New Age Thriller’ y ‘Woman’s Work’ proporcionaron entretenimiento de calidad antes de los platos fuertes del cartel, aunque el público pareciera estar a otras cosas («¿no sabéis bailar en España?», preguntó Remy al público). Hacia el final de su show, la cantante protestó por haber acordado hacer publicidad a Adidas a cambio de un traje que nunca le llegó. «Deberíamos dejar de hacer cosas gratis para las grandes empresas», indicó antes de detallar la dirección de su casa en Ontario, Canadá, «a ver si me llega el traje». JB
Colas y carreras a primera hora de la tarde dieron su fruto: conseguí ticket para Bob Mould en el Hidden Stage. Él está en un estado de forma envidiable y, solo con la guitarra eléctrica, demostró un poderío abrumador. Las canciones las tenía perfectamente adaptadas para ese formato. Parecía que aún era más feliz de estar allí que nosotros, mientras nos arrollaba con su apisonadora. Las dos primeras en la frente: ‘Hoover Dam’ de Sugar y ‘Chartered Trips’ de Hüsker Dü, aunque le dedicó la misma energía y entrega a su nuevo disco ‘Patch the Sky’ y su obra en solitario. Pero claro, llega la traca final y tira a matar: ‘I Apologize’, ‘Hardly Getting Over It’ y ‘Makes No Sense At All’ de Hüsker Dü. Y encima tocó ‘If I Can’t Change Your Mind’. Sí, valió la pena correr. Mireia Pería
El show del californiano DâM Funk está a medio camino de ser un DJ-set y un directo. Damon Riddick domina el arte del funk suave y caliente, ya sea pinchando rarezas de R&B de los 80, introduciendo sus propias producciones y también demostrando que, aunque buena parte de su obra sea instrumental, es un consumado y elegante vocalista. Su voz hacía subir enteros una sesión que invitaba a bailar con cadencia dulce, mientras cantaba las canciones de su álbum del pasado año, ‘Invite The Light’. Si bien el momento más bonito llegó cuando invocó, a modo de homenaje, al maestro Prince: no solo le mencionó, sino que hizo sonar de forma consecutiva ‘D.M.S.R.’ y ’17 days’. La emoción de escuchar al Genio de Minneapolis sonando en el escenario Pitchfork frente al mar, en ese preciso instante, fue abrumadora. Raúl Guillén.
Pero ‘Pet Sounds’ dura cerca de media hora. ¿Cómo hacer uso del tiempo sobrante? Tocando los clásicos. No creo que el propio Wilson conciba un concierto suyo sin que suenen ‘Good Vibrations’, ‘Surfer Girl’ o ‘Surfin’ in the USA’, como tampoco creo que lo conciba su público, que se sabe los giros melódicos de Wilson de memoria, casi más que las letras. También cayeron ‘Help Me, Rhonda’ y mi canción favorita de The Beach Boys, ‘Don’t Worry Baby’. Francamente, no se pudo pedir nada más de este concierto. JB
Aunque era evidente que había parte del público que iba con más ganas de mofarse de Los Chichos que de disfrutar de ellos con honestidad, lo cierto es que estoy bastante seguro de que, con su actitud campechana y su colección de hits (en un set tan corto, que diría que prolongaron echándole morro al asunto), lograron ganarse a absolutamente todo el que congregaron. Con cero pose y artificio y una banda joven y muy poblada, fueron desgranando unos míticos ‘Ilusiones’, ‘Amor de compra y venta’, ‘Mujer Cruel’, ‘Ni tú, ni yo’, ‘Amor y ruleta’, ‘Quiero ser libre’ o ‘El vaquilla’, dignificando la rumba-funk que abanderaron a finales de los 70 y primeros 80. Los hermanos Emilio y Julio González Gabarre, apoyados sobre todo en Emilio González Jr., hicieron olvidar que el sonido no era perfecto y que sus capacidades interpretativas no son ya las de antes dada su avanzada edad y su antiguo tren de vida. Tienen más tablas que todo el resto del festival junto, y supieron embaucar al personal con encanto y gracia, haciéndonos empatizar con sus historias de celos, presidio, tríos amorosos y niños que lloran a su mama (sic). El ‘Ni más ni menos’ final es ya, sin duda, historia del pop español y, por supuesto, de este festival. Raúl Guillén
Manel fue el único grupo nacional en tocar en uno de los escenarios grandes. Y, como luego los Chichos, fue uno de esos conciertos en que no se detectaba presencia extranjera (al menos en mi zona). Lo que sí se veía, en las primeras filas, era un montón de gente con ganazas de cantar los temas de ‘Jo Competeixo’. A pesar de un inicio un tanto accidentado (el sintetizador de Martí no sonaba), completaron un set centrado en su último disco. Y sonaron eléctricos y contundentes, desde la primera, ‘Les Cosines’. Como grandes momentos, el discurso loco de ‘Jo Competeixo’, la celebración de ‘La serotonina’ o las concesiones a la obra anterior, recibidas como clásicos: alegría desatada en ‘Boomerang’, ‘Ai Dolors’ y el final más eufórico y enérgico posible, con ‘Benvolgut’, ‘Teresa Rampell’ y ‘Sabotatge’. Mireia Pería
Quedó claro que, aunque de momento no haya noticias de nuevo disco, los islandeses Sigur Rós no han estado tampoco parados o expectantes. Por el momento, han dispuesto un espectáculo visual alucinante para este nuevo tour europeo que ayer comenzaba con su concierto en Primavera Sound. El trío islandés se apoya en un intrincado montaje visual con infinidad de recursos y alternativas que les permite disponer de una ambientación para cada canción, dejando casi en todo momento estupefacto. Sólo por eso vale la pena presenciar, al menos, parte de su show. En el plano musical, seleccionan algunas perlas de todos sus álbumes, desde una ‘Starálfur’ de la que osaron deshacerse a la segunda de cambio a una ‘Untitled #8 (Popplagið)’ con la que cerraron. Sigur Rós se esmeran por ir construyendo sólidas estructuras musicales, análogas a las que soportan la iluminación de escena, que en ocasiones explotan en mil pedazos y, en otras, se sostienen elevadas para desaparecer. En ese trance, el público asistía interesado, pero a menudo ese desarrollo de las canciones se demoraba y hacía perder interés. Por una parte, aunque en formato trío de bajo, batería y guitarra (con el consabido uso del arco de cuerdas de Jónsi) suenen rocosos, quizá la hora y media de concierto acabe resultando excesivamente plana de recursos. Por otra, la inclusión de cortes tan celebrados como ‘Hoppípolla’ o singulares como ‘Gobbledigook’ hubiera permitido contar con cierto dinamismo. Al contrario, su selección se hizo monótona, como de un solo registro, y creo que acabó pesando en el interés del show a medida que pasaban los minutos, dejando que lo más excitante fuera ver el siguiente truco de iluminación. Raúl Guillén
Lo de Ty Segall & The Muggers es de esas cosas que, a los que llevamos ya más de una década repitiendo en este festival, nos recuerdan por qué volvemos sin pensarlo mucho, año a año. El californiano, enfundado en un mono azul y con su típica y terrorífica máscara en ristre, arrasó a todos los niveles el escenario Primavera, sobre todo en cuanto a carisma. Respaldado por los espectaculares Muggers, que no olvidemos que incluyen en sus filas a ilustres como Mikal Cronin o King Tuff, su show es una apisonadora de rockandroll con algún ramalazo soul y no wave. Una especie de versión contemporánea de lo que en su día fueron los Stooges que enardeció a las primeras filas, que se dedicaron al pogo salvaje y duro, y dejó boquiabiertas a todas las demás. De tanto enardecer y lanzarse a su público, en uno de esos trances, un chico que bailaba en las primeras filas robó el micro de Ty y comenzó a usarlo con alaridos que, fueron tan del gusto del público y del propio grupo, que Segall acabó cediendo su puesto en escena al joven Mani (así se presentó), hasta que decidió regresar desde la primera fila donde observaba atento y rematar con ‘Finger’. Divertido a rabiar. Brutal. Inolvidable. Raúl Guillén
A altas horas de la noche, nada mejor que un concierto de Moderat para despejar cuerpo y alma. No fue difícil anoche dejarse llevar por las sísmicas producciones del dúo, que presentó su tercer disco y desplegó su artillería pesada apoyado por un sonido implacable, absolutamente espectacular, que nos hizo olvidar que el grupo actuaba al aire libre. Inmediatamente después a su actuación, Pantha du Prince presentaba su último disco, ‘The Triad’, en el escenario Ray Ban. Más bailoteo con el que muchas y muchos dieron terminada la noche y, por lo tanto, la temporada de Primavera Sound. Como siempre, qué bien se lo monta el festival para cerrar a lo grande… JB
Fotos: Eric Pàmies (Brian Wilson, Deerhunter, PJ Harvey), Dani Cantó (Chairlift), Xarlene (Julia Holter)