De las primeras en lucirse fue Esperanza Spalding, pero en plan mal, porque su concierto dejó bastante que desear en muchos sentidos. Se agradece que haya artistas que se atrevan a hacer algo diferente encima del escenario y lo que trae Spalding es una especie de obra teatral en la que interpreta a su alter ego, Emily, que titula su nuevo disco, en la que caben atrezzo, coreografía y, por supuesto, interpretación, pero el resultado, lejos de ser gracioso, le quedó un poco patio de colegio. Ni siquiera logró llamar la atención de la propia música con canciones de soul fusión que parecían todo el rato la misma. No me extraña que las críticas de su directo estén siendo nefastas.
Nada pretencioso fue, por el contrario, el concierto que Cat Power ofreció casi a la vez en el escenario Stubhub. Fue un show tranquilo, tan tranquilo, tan tranquilo, que uno olvidaba constantemente que quien se encontraba encima del escenario era una leyenda de la música popular americana. Como es habitual, el repertorio de Chan Marshall consistió en canciones originales como ‘The Greatest’ o ‘Sea of Love’ y versiones como la que recordó de ‘He Was a Friend of Mine’. Un privilegio, como siempre, verla cantar y saludar y sonreír a sus fans personalmente. Una pena la ausencia de público, que se encontraba concentrado en el concierto de Adrià Puntí en el escenario Radio 3.
El escenario Estrella Damm no tardó en abarrotarse para ver tocar a Damien Rice, que presentó su último disco, ‘My Favorite Faded Fantasy’. El cantautor asombró porque actuó completamente solo con su micro doble, su guitarra y sus efectos de distorsión y bucles grabados in situ y, aparentemente con tan poco, ofreció uno de los conciertos más ricos y emocionantes del festival, en parte también ayudado por la calidad de sus canciones, que la gente se sabe de memoria, como demostraron ‘Volcano’ o la espectacular ‘It Takes a Lot to Know a Man’, y, sobre todo, gracias a su vehemente sensibilidad para tocar la guitarra, que es imposible que deje indiferente.
En Cruïlla, desde luego, tira más el producto nacional que el extranjero, como demostró también la asombrosa concurrencia en el concierto de Enrique Bunbury: gran parte del festival se presentó en el Fòrum a tiempo de su concierto solo para verle a él. El artista es una estrella de los pies a la cabeza y su espectáculo, en el que Bunbury presenta su último disco en directo, ’30 años de mutaciones’, no da tregua entre éxitos tanto de Héroes de Silencio como de Bunbury en solitario. Puede gustarte Bunbury más o menos, a mí particularmente no me gusta nada, pero da gusto ver a una estrella de su nivel tan entregada a la música y tan generoso y profesional con su público. Lo mismo se puede decir de Vetusta Morla, cuya confianza encima del escenario -asombroso el carisma de Pucho- refleja ya la del nivel de su fama y la grandeza de sus canciones.
Menos me emocionaron después Crystal Fighters, que parecían salidos de algún festival sucedáneo de Woodstock y no en el buen sentido (si es que puede haberlo). El grupo de Londres tiene un buen repertorio y su buenrollismo de pop electrónico imbuido en folk vasco es completamente efectivo en directo, sin embargo, el grupo arrastra una pose de héroe por la paz que no termino de creerme del todo. Al contrario, el electrónico ritmo latino de Bomba Estéreo no solo parece totalmente honesto sino que produce un directo de una energía absolutamente implacable. Sin duda, el suyo fue el mejor concierto de la jornada de ayer en Cruïlla, cómo no podía ser de otra manera dado el portentoso nivel de su último disco, ‘Amanecer’.
Dieron por concluida la noche dos conciertos de electrónica, en primer lugar, el de Rudimental, que no olvidaron sus grandes éxitos aunque pecaron de cierta linealidad en cuanto a su repertorio más R&B, y Digitalism, que presentaron su último disco, ‘Mirage’, auspiciados por un sonido inmejorable.
Fotos: Vicky Pérez Bello