The Glitter Souls fue su grupo fundamental, nacido hacia 1992 y desvanecido en 2000. Cuando entré en el grupo en 1993 no me podía creer que hubiera alguien en Pamplona, ni siquiera en España, canalizando tan brillantemente influencias de esas que veinte años después son moneda común pero que en el panorama de entonces impresionaban: T-Rex, Suicide, Serge Gainsbourg, Jeanette, The Stooges o Johnny Cash. Vale, estaban Los Bichos (a pocos kilómetros) pero Roberto y su universo tenían una brillantina cosmopolita, moderna, algo arty, algo malvada, y tremendamente romántica, que le separaba de forma fundamental de Josetxo Ezponda. Los no-hits glam de esa primera época, cantados en un registro alto a lo Johnny Thunders o Bowie que meses después se volvería popularísimo con la llegada de Suede, fueron grabados precariamente pero todavía encierran una magia inexplicable. Roberto se hartaría de oír decir que lo suyo no sonaba como ningún grupo español del momento. Dimos pocos conciertos, casi siempre en el Bar Donegal, ese insospechado lugar de confluencia para gente… diferente. Pero Roberto fue incomprendido hasta por los supuestamente «outsiders» que lo frecuentaban. Recuerdo aquellos conciertos -brillantes flashazos de rock, pop, ruido, drama extremo y agresividad hacia el público- como affaires que se quedaban a medias: un pequeño grupo de personas boquiabiertas, maravilladas, y muchas más con la sonrisa de quien contempla a un freak, sin entender demasiado, a veces insultándole. Roberto era un romántico, una «tormenta herida» por una infancia y adolescencia muy complicadas, pero tenía una inquebrantable fe en su visión artística, y ninguna risotada iba a impedir que siguiera llevando traje blanco, sombrero de cowboy, pintándose la raya o haciendo versiones de Sylvie Vartan en medio de un mundo de inelegancia postgrunge.
Los Glitter Souls seguimos dando tumbos durante la década hasta que conseguimos una formación más o menos estable (que incluía a futuras promesas musicales como Germán Carrascosa, Jon Ulecia o Patricia de la Fuente de Souvenir), peleando por editar algo, y grabando decenas de canciones de casi todos los géneros. Roberto siempre lideró ese viaje con un gusto estético impecable, una ética del trabajo anfetamínica y una asombrosa clarividencia a la hora de grabar: siempre sabía exactamente lo que quería, al milímetro. Y luego estaban las canciones, claro, un torrente de canciones maravillosas que quizá un día vean la luz, producto de su enorme talento creativo. Un brillo al que miré de cerca y del que todavía no me he recuperado del todo, y que algunas pocas almas sensibles percibieron al instante: gente como Juan de Pablos, que pinchó sus maquetas y discos desde el mismísimo principio; algunos valientes aliados en la prensa musical de Bilbao, esa ciudad que amó y que le correspondió; grupos de almas outsiders gemelas que le reivindicaron, como Athom Rumba, Charlie Mysterio de Los Caramelos o Gari de Ornamento y Delito. En los últimos tres años de vida del grupo se precipitaron acontecimientos que auspiciaban algo bueno: se editó un 10 pulgadas (‘Hard-on Hearts’, 1998) que llegaba con más de dos años de retraso; grabamos un LP de 13 canciones (‘As Cool As Damned’) muy influenciado por la vena oscura de Rowland S. Howard o Nick Cave y muy elogiado por la (escasa) crítica; hubo una sonada participación en el homenaje a Serge Gainsbourg organizado por Juan De Pablos y la Sala Siroco; fuimos finalistas en el Concurso Villa de Bilbao; hasta un videoclip de entrañable recuerdo
. Pero al final los discos se murieron de inanición y el grupo les siguió poco después. Roberto era inquieto y a la vez de temperamento difícil, inestable, y la cosa no daba para más: tocaba pasar a otra cosa y dejar atrás un repertorio que caería en un injusto olvido. Canciones como ‘With Soft Perfumes’, que sonó el pasado día 9 en la despedida a Roberto, son de una belleza embriagadora difícil de olvidar.No faltaban otras cosas que hacer, porque la actividad paralela a los Glitter Souls siempre fue incansable: con el dúo The Beautiful Losers participamos también en el Villa De Bilbao y llegamos a grabar un disco de canciones acústicas, en la vena de Nikki Sudden o Leonard Cohen, que de nuevo quedó inédito. The Brillantina’s, al principio un mero divertimento instrumental, acabó siendo editado antes que su banda «madre»: ‘Twilight Dingos’ (1997), grabado en un cuatro pistas de cinta, acabó siendo considerado uno de los discos pioneros del revival del sonido instrumental (rock 50’s, garage, Ennio Morricone, y no tanto surf) en España. En 2002 el sello El Toro editó un segundo LP, ‘Pulp-A-Mandrilla’. De proyectos como Estrella Negra, The Foundation Restin’ Stones, The Bad Borns o Cool mejor hablar otro día.
Durante casi el resto de la década de los dos mil, Roberto se dedicó a sacar adelante su vida -que nunca fue particularmente fácil- y la música quedó relegada a un segundo plano, salvo ocasionales pinchadas en las que salía a relucir su buen gusto. En la década anterior, como DJ residente del Donegal ya había hecho de su gusto por lo ecléctico un arte que años después tantos le copiamos: él fue el primero en pinchar en sucesión y sin complejos cosas tan dispares como los Stooges, Boney M, Elvis, Bambino, Einstürzende Neubauten o Duran Duran. Para mi gran felicidad, Roberto volvió de aquellos años pasados en Inglaterra con nuevas canciones bajo el brazo. Había reaprendido a componer -me dijo- pero sin ayuda de la química. El resultado, que fuimos cociendo a fuego lento desde 2007 hasta 2010 más o menos, fue un monumental disco crepuscular que casi nadie escuchó y para el que fundamos un nuevo grupo: Alpha 60. Trece (como siempre) canciones de melancolía muy en clave de country, de languidez a lo Big Star, de ese pop que nunca dejó de hacer, y con algunas de las letras y melodías más redondas de su carrera. Roberto autoeditó el disco sin ni siquiera ponerlo a la venta, con su característico desdén por los aburridos detalles de lo mundano. Por supuesto pasó casi totalmente desapercibido, salvo alguna reseña aislada, un bello concierto de presentación en el Bar Nébula de Pamplona (junto al mítico Donegal, veinte años después) y menciones en Flor de Pasión y El Sótano de Radio 3 (que el pasado lunes 11 dedicó una bonita despedida a Roberto).
Este retorno a la actividad situó a priori a Roberto en un gran momento para iniciar la presente década: nuevos flashazos de talento como el efímero grupo de garage 80’s Las Criaturas o el single final de los Brillantina’s -que incluía una trepidante versión del ‘Johnny Remember Me‘ de Joe Meek- se alternaron con su labor produciendo el debut de Tremenda Trementina y un single para Kokoshca. Sin embargo su futuro en realidad apuntaba a otro lugar, su otro gran talento: la cocina. Su último año y medio de vida lo pasó de regreso en Londres, trabajando con gran éxito de chef, pero sin dejar de componer.
Nuestro último proyecto acabado fue un disco de versiones que incluirá canciones de Porter Wagoner, Echo and the Bunnymen, Willy DeVille o Pulp. Un cierre si bien injustamente prematuro al menos apropiado para alguien que fue único, extremadamente sensible, que aborrecía lo mediocre, y que hizo las vidas de muchos de los que le conocimos más luminosas. Roberto siempre buscó la belleza y vio arte hasta en los más pequeños rincones. Algunos de los que hemos quedado aquí tendremos siempre el empeño de que su obra empiece a conocerse mejor.