La felicidad y el humor, las segundas oportunidades, la convivencia sin empatía o la maternidad son algunos de los temas que llaman a ‘La puerta abierta’ y son los elementos clave para que las protagonistas luzcan con energía. Este es el punto fuerte de una película que arranca con otra mujer de carácter como lo fue Sara Montiel. No solo está presente tanto al principio como al final, con ‘Fantasía’, el tema que interpretó para la película ‘Samba’ de Rafael Gil: Terele Pávez interpreta a Antonia «María Luján», los nombres de Sara en la realidad y en ‘El último cuplé’.
Seresesky pone sobre la mesa las relaciones entre vecinos de un barrio marginal, un género que visto lo que prolifera en televisión debería tener mayor presencia en la gran pantalla. En este caso la comunidad lleva bastante mal que algunos de sus habitantes se dediquen a la prostitución. Asier Etxeandía, que hace de transexual de manera muy comedida, es parte de un triángulo de amistad que inclina la balanza, tras la muerte de una de las vecinas, hacia un territorio conciliador entre las grescas de una madre nostálgica y una hija que lo da todo por perdido.
Los puntos débiles de ‘La puerta abierta’ los encontramos en lo técnico. Una mejor fotografía o iluminación habrían dejado en mejor lugar esta ópera prima, y le habría hecho un gran favor aportando un toque más personal. En cuanto a guión ya hemos visto en numerosas ocasiones, en determinado cine solidario-marginal, mucho gris, muchos cacharros apilados sucios en un fregadero, demasiadas esperas en paradas de autobús alejadas del centro de la ciudad y el recurso de «explotación infantil» que tanto tirón parece tener en todo nuestro cine con la de nominaciones y Goyas que se ha llevado. Por fortuna Seresesky saca el rendimiento justo a la interpretación -excelente en el caso de Lucía Balas- a dos niños que mantienen una relación casi muda entre ellos. Un goce tan grato como escuchar en la intimidad ‘Fantasía’. 6,5.