‘Música de mierda’: Céline Dion, fortalecida, tras haber sido paradigma de mal gusto musical

Sitúate por un momento en 1997. Radiohead presentan ‘OK Computer’ con un single de 6 minutos sin estribillo decidido, Spiritualized publican ‘Ladies and Gentlemen We Are Floating in Space’, Wong Kar-Wai estrena una ‘Happy Together’ que terminaría ganando la Palma de Oro en Cannes, es el año de ‘Carretera perdida’ de David Lynch… y mientras tanto, en el mundo real, arrasa en los cines una apisonadora llamada ‘Titanic’ cuya canción chillada por Céline Dion suena cada dos por tres en todas las emisoras del planeta. El contraste entre lo alternativo y lo comercial estaba en su máximo apogeo. No es de extrañar que Carl Wilson partiera en este libro sobre el mal gusto del momento en que Madonna entregaba el Oscar a mejor canción a Céline Dion en lugar de a Elliott Smith -que también estaba nominado por su tema para ‘El indomable Will Hunting’, había actuado y había podido conocer a la cantante- exclamando un «jaja, qué sorpresa» que logró revolver en su casa al autor.

Carl Wilson publicaba este libro en 2007 no con el título de ‘Música de mierda’, sino con el de ‘Let’s Talk About Love: ¿por qué los demás tienen tan mal gusto?’. Orquestado en torno al disco ‘Let’s Talk About Love’ de Céline que contenía ‘My Heart Will Go On’, el libro desgrana más que aquel álbum la razón del éxito de la cantante, planteando preguntas como qué es una obra de arte, qué busca y qué buscamos nosotros en ella, si reafirmarnos, diferenciarnos, identificarnos, etcétera.

El libro, pensado inicialmente para la colección 33 1/3 de discos míticos, está muy bien ordenado pese a tratar muy poco el «pobre» álbum multimillonario de Céline Dion. En ese sentido, su cambio de título por ‘Música de mierda’ para la edición española de Blackie Books de 2016 es todo un acierto. Comienza como un libro hilarante, con escritor y cantante hermanados por pertenecer a la parte francófona de Canadá, dejando varias citas para la historia, cuyo tipo de humor trasciende el underground para llegar a cualquier late-show o cualquier club de la comedia («Dion era un elemento cultural que uno podía soportar a regañadientes y con actitud burlona (era un espectáculo dantesco, sí, pero era nuestro espectáculo dantesco), hasta que Titanic echó por tierra (y también por mar) todo sentido de la proporción y las ululantes amígdalas de Dion se dilataron para tragarse el mundo entero») o se pasa por la piedra lo políticamente correcto («Dion era una buena chica canadiense más, incapaz de generar siquiera un simple escándalo personal decente, más allá de su repulsivo matrimonio con el hombre que había sido su mánager desde los doce años, un tipo manipulador que le doblaba la edad»).

Después, Carl Wilson nos sumerge en un apasionante viaje por los posibles antecedentes incluso en siglos pasados de Céline Dion (de lo mejor del libro), como la tradición de variedades de Québec, su relación con las canciones operísticas del siglo XIX, Henry Russell o la balada italiana; para poco a poco introducir otras cuestiones sociológicas y filosóficas, tratando de analizar qué criterio se sigue para decidir si una obra de arte es buena o mala, nos gusta o no, profundizando en el origen de palabras como «kitsch» y «hortera» y analizando por qué la «pretensión» o el «sentimentalismo» han estado siempre tan mal considerados por la crítica. «Para los oídos supuestamente más refinados y educados, la pretensión es el colmo de lo hortera», dice en un momento destacado, haciéndonos reflexionar sobre lo acertado de nuestros criterios más asumidos.

‘Música de mierda’ retoma las consideraciones de Hume, Kundera, Sartre, Kant o un estudio de Bordieu para aplicarlas a la música pop y underground de finales de los 90 y principios de los 2000 (Stephin Merritt de Magnetic Fields es uno de los más citados). Su discurso parece algo viejuno cuando se ciñe a lo que él mismo denomina «cliché «indie-rock»» de «antes me gustaba esa banda hasta que empezó a gustarle a gente como tú», y cuando da mil vueltas a las teorías de Bordieu que le llevan a concluir en un punto que «lo último que quieres es que tu argumento sea universal, porque es importante que el paleto de tu tío crea que eres un idiota por oír rap».

Esta consideración siempre ha estado ahí, ciertamente traspasando fronteras incluso antes de internet, pero empieza a haber demasiados libros sobre este fenómeno de la guayedad y muy pocos sobre el fenómeno de foros como UK Mix, donde usuarios de todo el mundo generan decenas de millones de páginas vistas analizando las listas de éxitos, en casi todos los casos obsesionados no por que su artista favorito siga siendo desconocido para seguir sintiéndose «especial» y «diferente», sino precisamente por su opuesto: el objetivo es que el artista favorito de cada cual llegue a ser número 1 y se meriende a sus rivales. En relación, tampoco se escribe lo suficiente sobre otro fenómeno que aparece mencionado en el libro, el de la «ventaja acumulativa»: la gente se baja lo que ve que es más famoso, lo que se podría relacionar en este 2016 con el inmovilismo total de las listas de éxitos donde solo cuenta el streaming. ¿Dónde quedan entonces esas ganas de sentirnos únicos y especiales cuando nos alegramos de que nuestra canción favorita sea número 1 e incluso contribuimos a ello? ¿Por qué mostraríamos entonces interés por las canciones que suben en las listas en lugar de por las que caen en picado?

De hecho, uno de los grandes hallazgos de la tardía edición española del libro es la inclusión de un epílogo de Manolo Martínez de Astrud (ahora filósofo) en el que cuestiona el libro planteando el ninguneo realizado por Carl Wilson a los autores de las canciones. «Si quieres saber qué razones tienen of Montreal, El Último Vecino o Spiritualized para hacer lo que hacen, pregúntaselo», indica. No es la primera vez que un análisis de la música pop desde un punto de vista sociológico y filosófico se lleva por delante la misma cuestión musical: las canciones, la producción, los autores tienen un protagonismo muy limitado en el libro. Se menciona a los guays, Phil Spector, George Martin, Carole King, pero apenas al equipo habitual de Dion.

Con todo -el mundo en 2016 no es el mismo que el de 2007, la diferencia entre underground y mainstream se diluye, y el libro tiene sus trampas- ‘Música de mierda’ es una lectura indispensable para aquellos que hayan pensado alguna vez sobre estas cuestiones, a ratos muy enriquecedor (algunos capítulos agradecen doble lectura y documentación en Youtube y Spotify), a ratos muy divertido, como el momento en que Carl Wilson se enfrenta a los fans de Dion -concluyendo que un desplazado camboyano que escuchaba a Céline en un campo de refugiados a los 5 años tiene gustos «superiores a los suyos»- o cuando se encuentra a sí mismo llorando por su divorcio en un concierto de Céline Dion. No hay catarsis ni comunión, pero sí la mezcla justa de ironía y, finalmente, empatía. Al final hasta Wilson reconoce que le gusta alguna canción de su paisana por mucho que no se atreva a escucharla sin cascos por si le oyen sus vecinos. Hasta en las entrevistas reconoce que hoy en día, aunque sea por su vida personal, todo el mundo quiere a Céline.

Igual esa catarsis habría sido llegar a ella, pero eso no ha sido posible ni siquiera a día de hoy, como reconocía recientemente el autor en El Periódico: «Hice un intento para la nueva edición en inglés [del 2014] de buscarla y hacer una entrevista; por primera vez, porque no parecía necesario para el proyecto original. Me llegó una breve y educada negativa. Me temo que su equipo de relaciones públicas la blinda de todo lo que signifique controversia o tensión; comprensiblemente, porque ha recibido muchos insultos a lo largo de su carrera. No sé si ha leído el libro o no». 8. Cómpralo en Amazon.

Hoy 5 de octubre PAM organiza una charla sobre el mal o el buen gusto en Conde Duque, Madrid, dentro del entorno de Villamanuela. Acuden Juan de Amaral y Carlotta y Ana de Hinds.

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Publicado por
Sebas E. Alonso