Música

Bieber: el Justin que podría ser quien quisiera (si le apeteciese)

El fervor adolescente no es comparable a nada: a nada se asemejan miles de rostros gritando entre la desesperación y la entrega absoluta; a nada sus caras dispuestas a abandonar el recinto repitiendo que ese, y nunca podría haber otro, ha sido el mejor día de su vida.

Esa fue la escena exacta que presentó anoche el Palau Sant Jordi, cinco minutos antes de lo esperado, cuando apagó sus luces y dio paso, sin ningún tipo de dilación, a una pecera de cristal gigante, surgida de las profundidades del escenario. Dentro de ella, y elevado a varios metros de altura, Justin Bieber interpretó ‘Mark My Words’, canción que también abría su último disco, como si se tratara del nuevo David de Miguel Ángel.

Desapareciendo, y volviendo a aparecer al ritmo de ‘Where Are ü Now’, la calma se convirtió en un despliegue festivo de luz, sonido y efectos, una profusión que, durante las primeras canciones, contrastaba con la actitud de Bieber, la cual le hacía preguntarse a uno hasta qué punto deseaba Justin estar aquí dentro, y hasta qué punto le apetecía más estar afuera, dejando al lado la marca Bieber. A lo largo del show permitió que entreviésemos su descomunal capacidad sobre el escenario, pero, si bien podría haberse centrado esta muestra de talento en enseñar lo mejor de sí mismo, a veces nos dejaba entrever que podría dar mucho más, pero que esa posibilidad era algo a lo que, a día de hoy, no estaba dispuesto. Que podría dejarnos con la boca abierta si quería, pero, quizá, en otra gira.

En algunas ocasiones, la puesta en escena —sostenida en el juego de pantallas— hizo que canciones menos conocidas como ‘I’ll Show You’, cuyo uso de las pantallas y el escenario recordaba a algunas secciones del ‘Sticky and Sweet Tour’ de Madonna, saliese victoriosa. Para ‘The Feeling’, por otro lado, desplegaba unas proyecciones espaciales que conseguían transportar la canción a un nuevo nivel. ¿Todo en Justin Bieber, se preguntaba uno entonces, podría llegar a ser un éxito mundial?

Poco después, la percusión con «swag» y los arreglos discretos de ‘Boyfriend’ hacían recordar que ese midtempo ha terminado siendo uno de los hits más redondos y atemporales de su carrera. Luego, guitarra en mano y sentado en un sofá, interpretó una versión reducida de ‘Love Yourself’. Tal es, está claro, la seguridad que tiene —y puede tener— en el repertorio de esta gira. Pero el show debía continuar y una plataforma —con cama elástica incluida— bajó de las alturas para recoger la interpretación de ‘Company’. Bieber se movía por unos y otros lados como el que lo hace por su casa, sin recordar que, a veces, está bien saber que el escenario no tiene que ser tu casa, por muy acogedor que te parezca.

Poco antes de llegar a la hora, un parón inusitado nos dejó pensando si, quizá, habría acabado el concierto. Puede que se tratase de un interludio tan minimalista que no ofrecía más que la oportunidad de ir al baño o a por un bocadillo, pero resulta extraño este receso en un tour mundial, donde el movimiento y el ritmo son primordiales, y donde otros artistas no dan ni un segundo de respiro.

El espectáculo se reanudó de forma vertiginosa. Nada parecía sobrar de nuevo. Si bien el show no escatimó —ni hasta entonces ni después— en el uso de recursos (luz, sonido, efectos), sí resultó un poco pobre la indumentaria. No obstante, no es este asunto de primer orden, y quizá deberíamos aceptar que el dress-code de esta gira es por, decisión propia —o al menos así lo fue anoche—, como cuando vas de rebajas al Pull & Bear la última tarde y sales, porque necesitabas ropa, con lo poco que quedaba.

En la recta final del espectáculo, el Palau se entregó con las interpretaciones —con Bieber muy brillante a nivel vocal en muchas de ellas, incluso con y sin los playbacks y pregrabados— de éxitos como ‘As Long As You Love Me’, ‘Children’ o ‘What Do You Mean?’. La entrega del público fue tal que apenas hizo falta, llegado el momento de interpretar ‘Baby’, que Bieber siguiese la letra, pues era el propio estadio quien dirigía la canción. ¿Podemos reconocer ya ese primer hit mundial de Bieber como el himno popular que es desde hace más de un lustro? El final del concierto, para el que se guardó el insuperable ‘Sorry’, hizo que aquel que todavía tuviese sus dudas saliese de allí encantado.

Mención especial requiere el espacio «talk show» inaugurado por Bieber en la segunda mitad, al que podríamos titular «Pregúntaselo a Justin». Resultando mucho más divertido que las peroratas de Lady Gaga en su última gira, nos dio la oportunidad de presenciar cómo algunos fans afortunados, entre la emoción extrema y el inglés extravagante, trasladaban sus inquietudes y declaraciones de amor a Bieber. Este momento, monumental en su sencillez, solo se vio superado por la fan entregada que hizo un featuring cuando Justin le colocó el micrófono unas canciones más adelante. Una maravilla.

En definitiva, el show se sostuvo con soltura, aunque la implicación de Bieber —como la de muchas estrellas en un momento similar de sus carreras— hiciese dudar de su propio disfrute. Uno, en definitiva, sentía que, en determinadas ocasiones, Bieber se limitaba a ejecutar rutinas de sobra conocidas, y no se esforzaba por dejar ver que es mucho mejor performer de lo que demostró. No obstante, la fiebre belieber, lejos de apaciguarse o caer en el olvido —como muchos quieren creer—, parece haber trascendido, al menos, un par de generaciones distintas. Si él quiere, con el paso de un puñado de años, Justin Bieber podría ser el icono popular que miles de personas esperaban de él anoche.

Aunque podría pedírsele mucho más —y él, tristemente, podría haberlo dado sin problemas–, tantos éxitos seguidos hicieron que el público abandonase el Palau ampliamente satisfecho, y por un segundo miles de personas se atrevieron a reconocer la valía como estrella del pop de Bieber.

Fotos: ©Mircius Aecrim, vía Doctor Music.

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Publicado por
Alberto Acerete