El chico, probablemente la única persona en el mundo que ha acudido a un concierto de Justin Bieber después de haber besado sus nudillos, regresa de su encuentro con el canadiense exaltado por lo ocurrido y con la cara hecha un cuadro. «¡Me ha pegado un puñetazo!», exclama, sin dar crédito, confusión que contagia a sus compañeras. Es lo que tiene el fanatismo religioso aplicado a una persona de carne y hueso, que la tocas y resulta ser de verdad.
Claramente Bieber está hasta el gorro de ser una estrella adolescente, quizás desde hace tiempo, pero ya no hace el esfuerzo de esconderlo. Ya son varias las veces que el cantante se ha enfadado con sus fans, ya sea porque le lanzan regalos durante un discurso o porque gritan durante otro sin hacer caso de lo que tiene que decir, o porque le bajan los pantalones delante de los paparazzi. Como para culparle. En serio, leave Bieber alone.