Y sin embargo, con todo el dolor que nos han generado las tempranas pérdidas de Trish Keenan, Carlos Berlanga, Pedro San Martín y decenas de artistas más, lo de 2016 ciertamente sí parece harina de otro costal. Siempre es trágico que una persona joven muera, pero lo que une a muchos de los artistas que hemos perdido este año es haber sido fundamentales para diferentes generaciones: las de nuestros padres o hermanos mayores, la nuestra y la de nuestros hermanos menores, hijos y sobrinos si los tenemos o cuando los tengamos. Con la salvedad de Sharon Jones, que se hizo famosa bastante mayor y aun así se ganó enseguida el cariño y el respeto tanto de puretas del soul como de neófitos, el resto de artistas mencionados tuvo al menos tiempo de desarrollar una carrera lo suficientemente longeva y consistente como para influir y marcar a lo largo de décadas. Leonard Cohen y Bowie movían sus primeras fichas en los 60, desarrollaron interesantes carreras durante los 70, lograron sus mayores éxitos comerciales en los 80 y mantuvieron el prestigio (y las buenas ventas) hasta el final, consiguiendo críticas unánimemente positivas de sus últimas obras, casi póstumas.
Prince, algo posterior y más joven, siempre escribiendo y autoproduciendo la totalidad de su propia música (solo se le conocía en última instancia un co-productor y no parece demasiado relevante), se convertía en uno de los grandes iconos de los 80 y principios de los 90 gracias a una personalidad singular que definiría los derroteros de la música negra hasta nuestros días, como saben perfectamente artistas como Blood Orange, Janelle Monáe o Miguel. A Tribe Called Quest existen desde mediados de los 80. La batalla de Juan Gabriel por la atemporalidad está fuera de toda cuestión (curiosamente ‘Así fue’, una de sus obras maestras, para Isabel Pantoja, siempre me pareció muy ‘I’m Your Man’ de Leonard Cohen en su mezcla de folclore y sintetizadores); como la influencia que ha ejercido Alan Vega con o sin Suicide en gente tan dispar como Nick Cave o M.I.A.; o el lugar que un día ocupó George Michael en la imaginería popular, en su momento equiparable al alcance del mismísimo Michael Jackson (‘Faith’ vendía 25 millones de copias).
Insisto en que todos los años perdemos a artistas influyentes, pero parece claro que este se ha llevado la palma en cuanto a artistas únicos que se nos han ido, muchos además sin avisar, como fue el caso de David Bowie, que no informó de que padecía un cáncer de hígado desde hacía 18 meses; Prince, que nos dio un susto pero no ha podido tener una muerte más boba (relacionada con la lacra de los calmantes de dolor con receta que a tantísima gente se lleva en Estados Unidos); o George Michael, que parece que ha sufrido un fallo cardíaco.
Alguien preguntaba en Twitter esta mañana si alguien pensaba que 2017 va a ser mucho mejor. Lamentablemente, es ley de vida que aquellos artistas que se popularizaron cuando la música pop empezó a despuntar y de hecho se inventaron las listas de éxitos (mediados de los 50) nos vayan dejando, pues si nacieron en los años 30 o 40 van cumpliendo 80 años. A ellos hay que ir sumando los que no supieron o no quisieron cuidarse y los que tuvieron la peor de las suertes. Ya dijo uno de esos estúpidos estudios que rellenan de vez en cuando las páginas de la prensa que ser músico y solista reducía la esperanza de vida, pues su consumo de drogas, la dedicación a la mala vida o simplemente su obligación de viajar está muy por encima de la media.
Con la esperanza de que 2017 sea al menos un pelín mejor («fingers are crossed, just in case», decía uno de los últimos clásicos de David Bowie), sólo nos queda una petición para Don McLean, a quien por cierto George Michael había versionado con el propio beneplácito del autor de ‘American Pie’, en concreto ‘The Grave‘, una canción en principio inspirada en la guerra de Vietnam. McLean no sabía lo que se venía encima cuando llamó «el día que la música murió» el día de la muerte por accidente de avioneta de tres pioneros del rock. Fueron Buddy Holly, The Big Bopper y Ritchie Valens, este último a los 17 años y tras haber popularizado ‘La Bamba’ en Estados Unidos. Donald, aprovechando que por suerte sigues con nosotros, ¿hora de actualizar esa letra?