Columna

Deep Wallapop

Imagínate la escena. Estás en el sofá, mirando el móvil (qué mal vicio), matando el tiempo como buen millenial que eres: entrando en el Facebook (ya te han vuelto a censurar la foto en nipples de Marilyn, mira que son rancios), el Twitter (#OlaKeAse), el Instagram (igual un boomerang cae), el Tinder (está el mercado fatal #YLoSabes) y, por supuesto… Wallapop.

Porque a estas alturas ya has comprobado que el anuncio de Wallapop que sale por la tele es más falso que los playback de Chenoa, que tu vecino/a ni está tan bueno/a, ni te va a mirar más de lo estrictamente necesario, pero… oye, cotillear mola. De repente, entre lo «nuevo en tu zona» aparece, como remedio improvisado para tu apatía, un producto destacado en letras mayúsculas: COCAÍNA. Así, sin abreviatura siquiera (no sea que se mezcle entre las botellas vacías de Coca-Cola que le da por vender a aquellos que confunden su basura con un mercadillo), solo con una triste foto mal iluminada de un pequeño saquito de plástico cortado, en el que se puede intuir algo parecido a polvo blanco. En lo que tardas en abrir el WhatsApp para narrarle tu hallazgo al tinderello/a de turno, el anuncio desaparece. ¿Se ha vendido? ¿Se ha retirado? Y, sobre todo, ¿por qué no le hice una captura, maldita sea?

La anécdota se merece una indagación exhaustiva por parte de nuestro equipo de investigación. Nos preparamos para internarnos en los más recónditos rincones de una app bastante turbia. Bienvenidos al DEEP WALLAPOP.

Deep Wallapop: más allá de Wallapuff

Como cualquier plataforma que facilite el trato entre homos sapiens sapiens, el Wallapop siempre ha sido fuente de maravillosas anécdotas relacionadas, no solo con los productos puestos a la venta, sino también con la ortografía de nuestro maravilloso y alfabetizado pueblo, las malas costumbres de sus usuarios (personas que confunden la app con un despacho de RRHH, «Wallapop es el nuevo Tinder», regateos absurdos, insultos por doquier, venganzas online al nivel de niños de 5 años…)

De hecho, la web/foro Wallapuff recoge hasta diez categorías de surrealismo online en las que podemos encontrar lo más oscuro de la app. Sin embargo, hay lugares hasta donde Wallapuff aún no ha podido llegar.

«Hace tiempo, una amiga perdió (le robaron) un vestido bastante bueno. Podía llegar a costar 600 euros en un mercado de segunda mano», nos cuenta Jimina Sabadú, parte del fanzine ‘Cine de chicas y maricas’, además de guionista (actualmente acaba de finalizar el rodaje de un corto basado en el encuentro de una pareja en Wallapop, titulado ‘La siesta del ángel’); «hace relativamente poco nos encontramos el vestido en Wallapop. Lo vendían por muy poco dinero. Estamos en proceso de contactar con el anunciante para partirle la cara. Lo que pasa es que yo no tengo huevos», explica.

Y es que, ¿cómo saber de dónde proceden los productos que vemos a la venta en Wallapop? Evidentemente, resulta imposible. La única opción consiste en denunciar el artículo en cuestión, lo cual lo convierte en irrecuperable.

Eso sí, podemos estar seguros de que los lumbreras que intentan vender el «color rojo», su propia basura envuelta en un paquete regalo (por el módico precio de 25 euros), un predictor positivo o sus braguitas usadas, no han necesitado recurrir al hurto para sacarse unas perrillas. (En fin, puede que en el caso de las braguitas, tampoco podamos estar tan seguros. Vigilad vuestra ropa interior, chicas).

Tu basura no es un mercadillo

«Creo que lo más raro que me he encontrado en Wallapop ha sido… el color rojo», nos cuenta Juan García, ilustrador de Prosa Inmortal; «alguien puso una imagen de color rojo por un euro, sin descripción. Se vendió».

Lara, usuaria habitual de Wallapop, utiliza la app para encontrar material decorativo para sus eventos en Clandestine Events. «¿Lo más raro que me he encontrado? Un predictor usado. Positivo. Se vendía por 20 euros. Seguro que aún sigue por ahí», explica. «También me encontré una “bolsa de basura sorpresa” por 25 euros. Creo que se vendió, porque no la he vuelto a encontrar».

A las anécdotas recogidas se unen otras sacadas, cómo no, de Wallapuff. Desde neveras mortuorias, hasta piedras que predicen el tiempo. Wallapop es un lugar, como ya cantaban en La Bruja Novata (gran usuaria del Wallapop de la época, Portobello Road), «donde se vende y se compra hasta el sol, el que quiera deshacerse de algo que usó, que venga a venderlo a… Wallapop».

Está claro que los millenial no hemos inventado nada, pero ¿hasta dónde podemos llegar en Wallapop? ¿Podemos vender basura, e incluso conceptos abstractos, como los colores, sin problema alguno?, ¿Es que no hay nadie ahí fuera que vigile nuestros dislates mercantiles? El absurdo (o el negocio) alcanza su máxima expresión a la hora de importar una práctica, rara pero habitual, de las siempre sorprendentes máquinas expendedoras japonesas: vender nuestras bragas usadas.

El negocio de las bragas usadas

Y es un gran negocio, porque el precio de la ropa interior usada (“bien de flujo”, “bien usadita”) puede alcanzar incluso los 30 euros. ¿Cuánto podríamos sacar por un pack de bragas del Primark? Una vez superamos el reparo y la vergüenza – y el miedo a encontrarnos a algún degenerado-, la fuente de ingresos parece perfecta.

En este punto, carecemos de declaraciones contrastadas de usuarias que pongan a la venta sus braguitas (solo una de las cinco contactadas ha querido responder), pasando al terreno de la especulación. «El precio sube si accedes a quedar y quitarte las bragas enfrente del comprador», nos cuenta por teléfono una usuaria anónima, jovencita y andaluza (y paramos de dar más datos. Imaginad el resto con la voz que ponen a los testigos protegidos de los reportajes), «pero hay que tenerlos cuadrados para ir. A saber a quién te encuentras».

Si tiramos aún más del hilo… ¿es incluso posible encontrar prostitutas infiltradas en Wallapop? En nuestra búsqueda nos hemos encontrado con extraños anuncios que bien podrían esconder esta práctica, pero nada tan evidente.

¿Es acaso en los chats donde se produce este primer encuentro? Volvemos a plantearnos la existencia de algún demiurgo wallapopero que vigile nuestras conversaciones. ¿O acaso la app es el paraíso de la economía neoliberal, pudiendo comprarse y venderse, literalmente, hasta el sol?

Pero regresemos al punto de partida: las drogas.

Tema drogas

Viagra, aspirinas, Paracetamol, Ibuprofeno… Wallapop es como la farmacia de tu barrio, pero menos evidente.

Eso sí, pese a la exhaustiva búsqueda, no volvemos a encontrar nada parecido a la cocaína. Las búsquedas relacionadas con “cocaína” nos dan como resultado suculenta bibliografía en tema de drogas, así como el teléfono de algunos psiquiatras especializados en drogadicción.

Al escribir la palabra “heroína” nos encontramos con disfraces de superheroínas, un LP de Pimpinela y… una biografía de Isabel Pantoja. Todo muy normal.

Eso sí, las semillas de marihuana están a muy buen precio. Entendemos que no hay problema a la hora de poner a la venta semillas, dado que también su venta es legal en el «mundo real» que sustenta Wallapop.

Se impone pues, en este punto, echar un vistazo a las condiciones de uso de Wallapop para saber qué podemos o no podemos vender, y si realmente es cierto que hay un demiurgo wallapopero ahí dentro, vigilando que no nos sobrepasamos con el género.

Los límites de Wallapop: condiciones de uso

Eso que nadie se lee, para resumir. En sus Condiciones de Uso, Wallapop ya nos explica hasta dónde podemos llegar, aunque en unos términos un tanto abiertos:

«El Usuario se obliga a no transmitir, difundir y poner a disposición de terceros, cualquier tipo de material e información (…) que sean contrarios a la ley, la moral, el orden público y los presentes Términos de Uso. A título enunciativo o excluyente, el Usuario se compromete a…»

Tras lo cual se nos presentan diez supuestos relacionados con el buen uso de Wallapop: no hacer spam, no utilizar cadenas de correos basura, no subir o utilizar fotos de menores de edad, etc. Para nuestro propósito en cuanto a temas de drogadicción, que tan de cabeza nos han traído, Wallapop se reserva el último supuesto:

«X. Cualquier sustancia que requiera una receta médica o que deba dispensar bajo la supervisión de un médico (…) no está permitida en Wallapop. Así como los productos que puedan influir en la salud del individuo».

Si es así, ¿cuánto tiempo tardaría Wallapop en darse cuenta de que le estamos faltando el respeto a sus Términos de Uso?, ¿y cuál sería el castigo a tal afrenta?

Vacilando a Wallapop: intentamos vender droga en la app

Siguiendo el protocolo habitual, procedemos a poner a la venta cocaína en Wallapop, aprovechando un día como este, de los Santos Inocentes. Eso sí, la foto (por supuesto) es de un klinex usado (no teníamos tiempo para rallar cal y que quedara más creíble). Sorprendentemente, la app no nos censura el producto, por lo que dejamos colgado el regalito a la espera de una censura… o de un comprador.

Actualización: nuestro anuncio ha tardado unas 6 horas en ser retirado.

Epílogo: que no pare la música

Reservamos este último espacio para hablar de la música encontrada en Wallapop. Porque, como buen mercadillo online, en Wallapop también podemos encontrar CDs, cassettes y vinilos. Eso sí, la calidad de los mismos…

«Llevaba siglos buscando el single “Hipnotizada”, de Lunae (Xenomanía, 2003)», nos cuenta Teo, mitad del dúo Püteo DJs, «lo encontré en Wallapop por 1 euro. Es mi guilty pleasure», remata.

Al igual que Teo, nuestra búsqueda aleatoria de música en Wallapop da como resultado una mezcla extraña: desde una selección de vinilos y mesa de mezclas por la friolera de 1.400 euros, hasta pequeñas joyas raras puestas a la venta a precios asequibles (un CD grabado por la Selección Española de Fútbol en los 90, Pimpinela, e incluso una sesión remezclada por Abel Ramos, el mítico DJ de Fabrik, uno de los primeros en pinchar música electrónica en nuestro país).

Lo único que queda claro tras nuestro viaje a las profundidades de Wallapop es que las apps, como cualquier tipo de herramienta creada por el ser humano, esconden algo más que anécdotas: esconden la esencia de aquellos que las utilizamos. Wallapop no deja de ser una metáfora más de una época histórica rara (a falta de un adjetivo mejor). Una época en la que lo pueblerino se une a lo sofisticado, y la democracia capitalista se muestra más surrealista que nunca. ¿Qué habrían vendido nuestros abuelos en Wallapop?, ¿qué venderán nuestros hijos?, ¿se esconde Robert de Naja tras Banksy? Preguntas, preguntas…

Fotos: Wallapop, Wallapuff, Elena Rosillo.

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Publicado por
Elena Rosillo
Tags: wallapop