Cine

¿Qué hace una película como ‘Lion’ en un sitio como los Oscar?

Obviamente, es una pregunta retórica. Desde que en 2010 los Oscar decidieran abrir la categoría de Mejor película a todo el que pasara por allí, se han colado entre las nominadas títulos tan olvidables como ‘El francotirador

’, ‘127 horas’, ‘Selma’ o la irritante ‘Tan fuerte, tan cerca’. Muy cerca de esta última, tanto en el tono como en las intenciones (y en lo de irritante), está ‘Lion’, el melodrama-basado-en-hechos-reales de esta temporada.

‘Lion’ está inspirada en la historia de Saroo Brierley, un niño de cinco años que se perdió en Calcuta -a 1.600 kilómetros de su casa y sin conocer el idioma-, fue adoptado por un matrimonio rico de Australia y regresó a su aldea veinticinco años después gracias al uso de Google Earth. Ante un suceso con esta carga emotiva cualquiera pensaría que no es necesario añadirle demasiados aditivos. El debutante Garth Davis, conocido por la interesante aunque algo irregular serie ‘Top of the Lake’ (que en breve estrena segunda temporada), piensa lo contrario: que cuanto más adornado, subrayado y teledirigido todo, mejor llega el mensaje.

Pues venga: una banda sonora que funciona como GPS sentimental (en la siguiente escena, suelta una lagrimita; en el próximo flashback, llora como una magdalena), un montaje efectista lleno de “emotivas” rimas visuales del tipo “como de pequeño vi los baños rituales del Ganges ahora de mayor me meto en el mar vestido”, algún detalle sórdido innecesario pero que ni se te ocurra no meterlo (la secuencia del pederasta), estrellas afeadas y desubicadas pero que lloran muy bien (la Kidman, y lo digo sin ironía, siempre ha soltado muy bien los lagrimones), reflexiones trémulas sobre la familia y la adopción y, para rematar, la inclusión a modo de epílogo de las imágenes documentales de los verdaderos protagonistas (algo siempre contraproducente porque nos enseñan la enorme diferencia fisonómica que hay entre ficción y realidad).

La paradoja de esto es que ‘Lion’ no empieza mal. Toda la primera parte, la que transcurre en la India, está narrada de forma bastante eficaz. El director saca mucho partido a los escenarios donde se desarrolla la acción y la película se beneficia de una afortunada solución de puesta en escena: la colocación de la cámara a la altura de los ojos del niño protagonista. La elección de ese punto de vista permite al espectador ponerse en la piel de este Oliver Twist moderno, consiguiendo que sintamos su miedo ante lo amenazante del entorno. Pero una vez que el niño es adoptado, este callejero de la miseria se convierte en un mapa sentimental con el que no vale la pena orientarse. 4.

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Publicado por
Joric