Libros

‘El misterio del amor’: toda una curiosidad, aunque no abarque todo el imaginario de Joan Miquel Oliver

En 2008, Joan Miquel Oliver editó su primera novela, ‘El misteri de l’amor’. Ahora, nueve años más tarde, llega por fin su traducción al castellano como primera referencia de la Editorial Barrett de Sevilla, cuyo nombre, un homenaje a Syd Barrett, ya anuncia por dónde pretenden tirar. La traslación, muy mimada, es de Jenn Díaz y ayudará a ampliar los horizontes de los “oliverianos” no catalanoparlantes. Parte del imaginario de Oliver está aquí: mucha música, Mallorca, surrealismo cotidiano, una pizca de saudade… El problema es que la obra no acaba de ser redonda.

La novela, resumiendo mucho, va sobre la guerra de sexos y el deseo. Concretando un poco más, podríamos decir que el argumento versa argumento sobre un cuarteto amoroso; dos parejas que se intercambian amantes, follan y se ponen los cuernos con contumacia y frenesí. Pero Oliver se despoja de cualquier coherencia narrativa, funde personajes, los confunde y contradice sus historias, en un juego en el que, a cada momento, va ofreciendo insólitos giros. Es un batiburrillo que ni el propio Oliver sabe por dónde conducir. Ya lo dice él mismo en la contraportada: “Si juzgas mi libro a partir de los cánones clásicos de la novela, no tiene ni pies ni cabeza”. Cierto es. Se le nota cierta improvisación y el haber sido escrita más a base de impulsos que a partir de una idea concreta. Pero lo que podría ser un sugestivo caleidoscopio se queda, en muchos capítulos, en un rompecabezas algo mareante. Cuando se centra en los devaneos amorosos, pierde interés; no es tanto por la falta de una línea argumental mínimamente sólida, sino porque hay pasajes que, de tan abstrusos, resultan áridos. A eso hay que sumarle que el autor lo baña todo de una cierta gravedad, incluso de un soplo de cinismo, que hace que se diluya la empatía por los personajes, ya desdibujados de per se. Especialmente los femeninos, en los que asoma algo de misoginia; son estereotipos, mujeres fascinantes-pero-locas que no saben lo que quieren, frente a hombres en perpetuo estupor que no las entienden.

Definitivamente, Oliver se mueve mejor en el lirismo cotidiano que en el vodevil; vodevil que desaprovecha al desaprovechar las ideas más atractivas, que pedían un mayor desarrollo. Como Pixeris, la vulva-escultura que toma vida y decide matar a su creador, en un capítulo que anuncia tramas loquísimas y descacharrantes (la persecución de la vulva por las carreteras de Mallorca es demencial), pero que se queda ahí. Sin embargo, el libro mejora exponencialmente cuando Oliver se pone introspectivo y sentimental, en los pasajes en que, los personajes masculinos -un músico y un escultor mallorquines ambos, cuya voz acaba siendo la misma, aunque el músico parece erigirse como el protagonista- abandonan sus cuitas sentimentales y se enfrascan en sus recuerdos, para los que Oliver usa la escritura automática y los trazos impresionistas. Entonces rememora estupendos paisajes urbanos y playeros (Palma, Barcelona), delirantes aventuras universitarias, destellos de la infancia, juegos infantiles, bicicletas, fotos de personas anónimas, excursiones en barca desastrosas… de una manera cinematográfica y muy cálida. Y es ahí, en esos momentos de placidez cegada por el sol, donde se encuentra lo mejor de la novela, el Joan Miquel Oliver tierno y embriagador. 6.

Hoy 24 de mayo, presentación del libro en Barcelona (19.30h, Menjador de la Sala Beckett, C/Pere IV 228-232). Detalles, aquí.

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Publicado por
Mireia Pería