Música

Pet Shop Boys, la crisis de Benjamin Clementine y el rock crepuscular de Ryan Adams, lo mejor del sábado en Cruïlla

El sábado en Cruïlla destacó por la crisis de folclórica de Benjamin Clementine, el conciertazo de Pet Shop Boys y el lleno brutal de Parov Stelar (foto). También Ryan Adams, Residente y The Prodigy dieron buenos conciertos.

Esto es así: Benjamin Clementine es una estrella, pero la mayoría de gente en Cruïlla no lo ha descubierto todavía. Cuando Clementine sale al escenario, a las calurosas 19.30 de la tarde, el público es escaso, la mayoría atiende el concierto desde las escaleras, por lo que el inglés se niega a tocar hasta que se acerque más gente. Y no está bromeando. Clementine está cansado y lo único que le hace falta hoy es tocar para cuatro gatos. Para esto no viene a tu festival de pacotilla, ¿entendido?

Satisfecho con el resultado (en realidad no), Clementine desarrolla su set con normalidad, presentando los temas de su nuevo disco, ‘I Tell a Fly’, pero sigue obsesionado con el público en las escaleras y su agotamiento es evidente: por momentos es un verdadero calvario para él continuar con el concierto. Pero la pasión se apodera de él en ‘The Phantom of Aleppoville’: en el tramo final de la canción, micrófono en mano, lanza este al suelo de mala manera, se incorpora a su grupo de coristas, canta desde esa posición y cuando regresa al piano, en lugar de recoger el micrófono del suelo realiza la última parte de la canción a grito pelao y se entrega a ella como poseído por su propio genio. No se sabe muy bien qué acaba de pasar, pero el momento es absolutamente emocionante.

Clementine es una gran diva de la música: cuando canta mira desafiante a su público (“no os merecéis mi talento”, parece insinuar, para bien), y si en su concierto no hay gente, el artista hará con él lo que le da la verdadera gana. Por ejemplo, el cantante improvisa dos góspel con su público, el primero en ‘Condolence’, para el que lo insta a arrodillarse y levantarse una y otra vez correspondiendo con una parte de la letra, y el segundo es la cumbre del concierto: para el final de ‘London’ Clementine, al que, como las miradas de su banda insinúan, ya se le ha terminado de ir la pinza, se inventa una coreografía absurda, se la muestra a su público para que la reproduzca y continúa así hasta el final y cuando termina la canción y se dispone a tocar otra, se lo piensa dos veces, reanuda el gospel anterior y lo alarga hasta los 10 minutos: en este periodo de tiempo el cantante se ha tirado al suelo y ha bajado del escenario para tocar a su público e ignorado a los técnicos del escenario que no saben qué hacer para que Clementine termine ya su show. Por supuesto está todo el mundo flipando y una frase que oigo cuando el artista ya ha desaparecido del escenario resume perfectamente lo sucedido, que muestra “hasta qué punto puede llegar un artista”. Y yo añado que lo que ha pasado prueba que este chico es un verdadero genio, que tiene tanto teatro como sus canciones y que es una absoluta estrella. Solo falta que el público termine de darse cuenta. Jordi Bardají

Exquirla no ofrecieron el concierto arrollador que esperaba porque durante la mayor parte del concierto a Niño de Elche se le oía poco. Su micro estaba ajustado a un volumen inferior al de los Toundra, con lo que la tormenta sónica del grupo se merendaba la voz del cantaor. En los momentos en que El niño se desgañitaba, como en ‘Destruidnos juntos’ o ‘Hijos de la rabia’, aún se le podía apreciar aunque, viéndole con esa entrega, sabía mal que por los altavoces no nos llegara con toda la potencia. Pero los momentos sutiles eran apenas audibles. Parte del público le exhortó a que subiera el volumen del micrófono y, por fin, su voz nos llegó rotunda en la hermosa ‘Contigo’, el momento más emotivo. A partir de aquí sí que tuvimos la actuación de Exquirla esperada. Alcanzamos la gloria en ‘Europa muda’, revestida de una extraña melancolía antes de estallar. Pero el delirio llegó con ‘Un hombre’ y el cierre con la ‘Canción de amor de San Sebastián’, donde el Niño se retorcía melodramáticametne mientras los Toundra explotaban. Broche genial para un concierto que empezó con mal pie. Mireia Pería

Ryan Adams y su adorable aspecto de adolescente cuarentón ofrece un conciertazo de rock comercial eléctrico y potente, desde el inicio con ‘Do You Still Love Me?’. Pide palmas y se las dan en ‘Stay with Me’. O, de repente, aparece un diablo como escapado de un correfoc en ‘Let It Ride’. Y Ryan se engorila, se emociona con la respuesta del público y con la luna llena que se levanta en el horizonte, que ilumina el mar de Barcelona, produciendo una estampa preciosa. La banda de Adams suena de maravilla, él se entrega completamente a sus canciones, muchas de ellas pertenecientes a su último disco, ‘Prisoner’, un disco que en directo se levanta firme y con la cabeza alta, igual que el anterior, y que supone una representación perfectamente digna, incluso brillante, del rock melancólico de Adams, con el que resulta tremendamente fácil conectar. Mireia Pería, Jordi Bardají

Pet Shop Boys demostraron que, cuando meten la directa, no hay quien les tosa. Si la última vez que les vi en Barcelona en 2015 con la gira de ‘Electric’ me parecieron agotados y descontentos, anoche estaban radiantes (sí, también Chris). Dieron una lección de cómo ofrecer el-perfecto-concierto-festivalero y el público respondió con ganas. A estas alturas se han especializado en actuaciones dinámicas y festivas, en las que apenas asoma la calma. Su espectáculo se basaba en espectaculares juegos de luces proyecciones; esta vez prescindieron de bailarines pero, a cambio, les acompañaron tres músicas jovencísimas (dos chicas y un chico), que hacían voces, percusiones, sintetizadores e incluso violines, con lo que la parte rítmica fue la absoluta protagonista, músicalmente hablando. Abrieron con ‘Inner Sanctum’, aunque solo hubo cuatro canciones de ‘Super’ (olvidaron singles como ‘Twenty something’ o ‘Say to Me’). El set list fue de lo más variado; hits pretéritos como ‘Opportunities’, caras B como ‘In the Night’, repescas de ‘Fundamental’ (‘The Sodom and Gomorrah Show’). Se alternaron momentos apoteósicos como ‘Burn’, ‘Love Is a Bourgeois Construct’ o un ‘Dictator Decides’ (bien acompañado de sensuales imágenes) con otros menos inspirados, como un ‘Se a Vida é’ flojito, un ‘Inside a Dream’ excesivamente “makinorro” o un ‘West End Girls demasiado sintético. Pero justo en el momento en que pensabas que el show decaía, te salían con golpes de genio; como una versión preciosa de ‘Home and Dry’ que casi me rompió, a la postre, el único resquicio que le permitieron a la melancolía. La traca final de hits cayó como agua de mayo sobre un público entregado, aunque tuvo algo de cal y de arena. El ‘It’s a Sin’ con ritmillo de conga fue divertidísimo, pero la nueva versión de ‘Left to My Own Devices’ no acabó de convencer y ‘Go West’ sonó un poco midi. Pero ‘Domino Dancing’ se convirtió en un ejercicio de complicidad con el público. Neil Tennant se ha transformado, desde hace unos años, en el perfecto anfitrión rockero. Nos hizo corear los estribillos de sus mega-hits y fue muy gracioso cuando nos soltó “¡Muy bien!” en ‘Domino Dancing’ al hacernos cantar eso de “All day, all day”, como si fuera un profesor animando a la clase. Todo el concierto se resumió perfectamente al final, cuando interpretaron el reprise de ‘The Pop Kids’: “They called us the pop kids, ‘cause we loved the pop hits’. Pues eso. Mireia Pería

Entre salir de Pet Shop Boys, reponer líquidos y fuerzas, me perdí el principio de Residente. Francamente, valió muchísimo la pena ir a verle en vez de quedarse descansando. Con su big band de world music (hasta llevaba un músico de kora), más cerca de Mano Negra que de Calle 13, armó tremenda fiesta y fue lo que el viernes no lograron ser Fabulosos Cadillacs (el poco trozo que les vi): una fuerza arrolladora capaz de llevarse por delante a los pies más deprimidos. Su actuación bullía de furor rítmico pero también furor visual, porque llevaba unas proyecciones de aúpa. Especialmente las que ilustraron un ‘Apocalítico’ absolutamente ídem. La traca final con una ‘No hay nadie como tú’ apoteósica y una espídica ‘Vamos a portarnos mal’ dejó al público desquiciado; se acabó el concierto porque tocaba, pero se quedó un montón de gente en frente del escenario exigiendo más, al borde del motín. Impresionante. Mireia Pería

Parov Stelar eran los verdaderos cabezas de cartel de Cruïlla y no nos lo habían dicho. Pet Shop Boys congrega a medio festival, pero lo del grupo austríaco no tiene nombre, tiene a toda la parte inferior del Fòrum, y no exagero, delante de sus narices. Sabía que el electroswing tiene tirón y de hecho no puede apetecer más después del dramatismo tecnopop de Pet Shop Boys, pero no esperaba a tanto público. Todo sea dicho, el grupo maneja ritmos muy pegadizos y sus melodías de big band de los años 20 invitan a una gran verbena. Está claro por qué son tan famosos. Jordi Bardají

The Prodigy manejan como nadie el arte del peligro: empieza su concierto y parece que se acaba el mundo, o que el grupo maquina para terminarlo. Los altavoces emiten la voz robótica de un hombre que nos avisa de algo. No está muy claro, pero el directo de Prodigy presenta una escena de distopía industrial post-apocalíptica totalmente impresionante y sus ritmos de drum ‘n bass industrial hablan por sí mismos, obligan a huir de la amenaza, pero también a equiparse de armamento y a patear a los enemigos. La música de The Prodigy suena como esta descripción, completamente ida de la olla, y visto que es imposible huir del peligro de su concierto solo queda bailar ‘Smack My Bitch Up’ o ‘World’ on Fire’ hasta la extenuación o hasta que se acabe el mundo. No es un mal plan. Jordi Bardají

Fotos Parov Stelar, Pet Shop Boys: Xavi Torrent, cedidas por Cruïlla Barcelona.

Los comentarios de Disqus están cargando....