Marty Byrde es un ejecutivo financiero en Chicago que, junto a un socio, se dedica a blanquear dinero procedente de un cartel mexicano. Pero a diferencia de White, Byrde toma la decisión de forma voluntaria y no por verse contra las cuerdas por obligación. Todo empieza con la convencionalista trama, por enésima vez, del tráfico de drogas, pero episodio a episodio la horquilla se abre, y es ahí donde ‘Ozark’ encuentra el hueco particular que la distingue del resto.
Para el protagonista principal de los Byrde, interpretado por Jason Bateman, que además dirige algunos capítulos, y por extensión para el resto de su familia televisiva, es norma fundamental la toma de decisiones activamente. Así queda más que expuesto en los primeros minutos, y es algo que se mantiene a rajatabla hasta el último episodio. A una serie de preguntas sobre si “¿el sueño americano ha muerto?”, o “¿ha desaparecido la clase media?”, Marty Byrde va presentando respuestas como que “ahorrar y acumular riqueza poco y nada tiene que ver con burbujas económicas, o con quién sea presidente de los EE UU”. La serie deja muy patente que el dinero no da la felicidad, ni tampoco tranquilidad, pero que sí es en esencia una unidad de medida de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida.
Es cierto que entre los argumentos de los detractores de la serie no faltan grandes verdades como: “Netflix no tiene catálogo propio, todo viene de otras cosas o está hecho de retales de otras”, o “hay detalles en ‘Ozark’ que no parecen verosímiles”, pero vendría bien recordar las ocasiones que hemos zanjado un hecho con un “la realidad supera a la ficción”. También hay quien ha tachado la serie como “viejuna serie de antihéroe masculino”, a lo que habría que objetar el carácter valiente y con iniciativa de prácticamente todos los papeles femeninos secundarios. Desde la adolescente que se impone a los pandilleros, a quien lleva los pantalones en la plantación de amapolas, y casi sentencia a bocajarro el final de esta primera temporada. Y no hay que olvidar el papelón de Laura Linney, nominada hasta en tres ocasiones a los Oscar, como esposa de Marty Byrde y uno de valores incuestionables en cuanto a interpretación, construyendo, junto con el resto del reparto, un desfile de acciones que transcurren con una curiosa terapia de consenso y humanidad en oposición a la violencia de los capos de la droga. Dentro del matrimonio -y aparecen un par de ellos- no solo no hay lobos solitarios que tomen decisiones por su cuenta. Se actúa en grupo, en familia.
A todo esto hay que sumar una fotografía impecable (no es muy recomendable verla en un dispositivo móvil o en el metro), una ambientación que nos hace -sin asfixiarnos- hiperventilar, una banda sonora que va de Kanye West a Radiohead, pasando por The Rolling Stones o Dj Shadow, y un ideograma al comienzo de cada episodio con música que no desentonaría en un álbum de The Knife. Una narcótica mezcla con pocas escenas montadas a tiros -por fortuna no se abusa de pirotecnia- lo mismo que sucede con la única de sexo. Eso sí, tan demoledora a lo largo del tiempo, a la par que tan oscura como lo es buscar a tu ex, o peor aún espiar a todos tus ex, en Google.
Calificación: 8/10
Destacamos: lo difícil que es presentar una receta distinta con los mismos ingredientes: narcotráfico, familia, dinero… También la relación familiar basada en valores de respeto, humildad y afecto, sin llegar a la ñoñería o al espíritu protector y arrogante de superhéroe que se enfrenta al supervillano.
Te gustará si te gustan: las series sobre organizaciones criminales (‘Narcos’, ‘The Wire’, ‘Breaking Bad…’) o las familiares, desde los Monster a los Simpson, de los Fisher de ‘A dos metros bajo tierra’ a los Crawley de ‘Downton Abbey’, o tan dispares como los Pfefferman de ‘Transparent’ y los Alcántara de la eterna ‘Cuéntame cómo paso’.
Predictor: pese a los grandes peros en casi todas las críticas favorables, ha renovado por una segunda temporada. Jason Bateman se debe poner las pilas si no quiere que esos peros vayan en aumento.