Graham lleva prácticamente todo el año dando la vuelta al mundo con su álbum, doble platino en Reino Unido: el cumplimiento de la promesa que hizo la BBC Sound of 2017 –donde quedó segundo– hace justo doce meses. Ha pasado por festivales de primera división, salas carismáticas de Europa y Norteamérica, programas de televisión, galas de premios, estudios de radio y anoche, al fin, por el templo de la música en directo en Barcelona: la sala Apolo, que lógicamente tenía el cartel de ‘sold-out’ colgado desde hacía meses. Ante un público muy heterogéneo, plagado de extranjeros y, en general, extrañamente sobre excitado –no hubo forma de disfrutar en silencio de determinadas canciones o momentos sutiles, salpicados de grititos y necesarios aunque inocuos “shhh”–, Rag’n’Bone Man desplegó todo el encanto y el vozarrón que le permiten sus casi dos metros de estatura y más de uno de diámetro.
Gracias a una imponente banda de siete miembros –con vientos, cuerdas, batería, teclado, corista, etc.– reelaboró una veintena de temas decorando desde el principio su sonido de manera orquestal y festiva: reduciendo la aspereza de ‘Wolves’, corte con el que arrancó, y el flow de ‘The Fire’, convertida casi en pieza crooner, y llevándose la ya-no-tan-Algiers ‘No Mother’ al terreno de ‘Ego’. De esta forma, se entendió rápido que sus composiciones son sencillas, apoyadas en una increíble voz y en sus requiebros, pero que además son fácilmente exportables a géneros más accesibles que los que le han servido hasta ahora de influencia vocal, muy bien aprovechada, por cierto. Desde ciertas aproximaciones al R&B, por ejemplo, pudo explotar la vena góspel de ‘Your Way or the Rope’, el acento sureño de ‘As You Are’, con arreglos de banda de soul, o el arranque country pop, épico y espiritual, de una muy aplaudida ‘Grace’.
No obstante, la tónica general fue llevarlo todo al terreno del pop, y ahí es cuando se corre el riesgo de ser, más que absorbido, clonado por el mainstream. Cuando, durante un amplio fragmento central del concierto, Graham se apoyó mayoritariamente en el piano, en temas como ‘Lay My Body Down’, ‘Perfume’ y, sobre todo, ‘Odetta’, dio la sensación de que todo funciona mejor si se parece a Sam Smith, cosa que va en detrimento del carácter musical propio de Graham, más irrepetible en sus inicios que ahora.
Por suerte, además de poseer una voz que sí es y será siempre inimitable, tiene una serie de hits incontestables que resultan infalibles para construir un directo a la altura de las expectativas. Fundamentalmente ‘Skin’, donde el británico dio alas a una voz recia, que da mucha seguridad y que convierte en fe ciega cualquier brizna de esperanza, y, por supuesto, ‘Human’. Interpretada cerca del final del repertorio, certificó el casi total abandono del rollo underground en favor de un evidente acento de sofisticación. Solo quedó un poso de soul industrial y el rapeo que se marcó al final. Con éste, los únicos contactos con lo callejero estuvieron protagonizados por una desafiante ‘Guilty’, justo antes del citado momento cumbre, y, ya en los bises, por una ‘Hell Yeah’ que provocó un atisbo de actitud “put your hands up” por parte del público.
Con todo, es innegable que Rag’n’Bone Man tiene tablas, talento vocal y un extenso cancionero que demuestra que no es, en absoluto, un recién llegado ni un músico pelele. Lo único que sabe una pizca mal es que haya trasladado tan claramente su domicilio musical de los barrios bajos a los altos (entiéndanme), perdiendo parte de su distintivo original. Menos mal que el soul siempre será más fuerte que el mainstream.
Foto: Pablo Luna Chao