Lo cierto es que la escucha de sus discos no presenta muchísimos alicientes para los consumidores compulsivos de música nueva. Él puede hablar en las entrevistas de cuánto le han influido Vicente Amigo, Dulce Pontes o Gardel, pero ese poso tradicional, pasional, desgarrado, no se termina de materializar en unas composiciones poperas, asequibles y estandarizadas ante todo. No es un baladista de la escuela Brill Building y Carole King como podría ser Adele, ni tampoco es fiel a la canción melódica en la onda de Perales o Juan Carlos Calderón, ni tampoco se deja llevar por la canción latina dramática onda Manuel Alejandro. Más bien simplemente suena como inspirado en otros grandes damnificados del odio entre indie y mainstream como Alejandro Sanz, Sergio Dalma (al que recuerda ‘Tu refugio’) y Malú y, como valiéndose de sus armonías y trucos probados en el mercado durante décadas, los reproduce sin mayor misterio.
Tampoco ayuda que sus canciones cuenten historias algo vagas, poco concretas. Mientras Adele, Andrés Calamaro y Björk, por decir tres nombres dispares, han alimentado su leyenda entregando los peores trapos sucios de su corazón a millones de personas, y otros artistas, como José María Cano, Bunbury o incluso Sanz, se las han apañado para transmitir cosas sin revelar tanto sobre sí mismos, creando personajes, jugando con la autoficción o inspirándose en historias ajenas; las letras de Alborán van directas a unos «te amo» (literal) totalmente genéricos que, paradójicamente (pues han conquistado a millones de personas), terminan sonando lineales, predecibles y fríos -muy fríos- para quien se ha enfrentado, qué sé yo, a oír cómo se derrumba Lauryn Hill en un directo
delante de todo el mundo, a la desnudez del alma que muestra esta canción de Sharon Van Etten o al último de Julien Baker. Los acostumbrados a emociones fuertes no van a salir impresionados por unos cuantos «ojos tristes» y «despedidas grises». No necesito saber sobre quién está hablando Pablo Alborán cuando canta que lleva «7 años» con alguien en la canción más emocionada del disco, ‘Lo nuestro’, pero la impresión que deja es que el sintagma estaba ahí porque rimaba con «daño». Como que simplemente pasaba por allí.‘Prometo’, el cuarto disco del artista, presenta la idea de dejarse impregnar por otros estilos más pop. ¿Es una idea feliz? La bailable ‘No vaya a ser’ ha sido un éxito ya, y tiene su punto tarareable; el oyente termina agradeciendo un toquecito mínimo de Craig David por aquí (‘La llave’) y uno de TLC por allá (‘Idiota’), junto a algún canto a la libertad (‘Vivir’, ojo a ese «que nadie pueda etiquetar mis pasos»). Pero también es cierto que, para alguien con estos presupuestos y consejeros, apuntarte a la moda tropical house y sumar muy de vez en cuando un tic de Major Lazer en ritmos y vocecillas –solo que 2 o 3 años tarde– no es lo más original ni lo más ocurrente que se puede pedir. De alguna manera, y ya que Alejandro Sanz –una referencia clara en ‘Saturno’– colabora en este disco (y qué gran idea incluir la tibiamente política ‘Boca de hule’ con y sin featuring, necesito una versión de ‘Drunk In Love’ sin Jay Z), es como si Pablo Alborán se hubiera lanzado a la piscina del ‘Try To Save Your Song’ sin haber logrado hacer aún un hit crossover tan inmenso como ‘Corazón partío’.
Calificación: 4,5/10
Lo mejor: ‘Lo nuestro’, ‘No vaya a ser’, ‘Idiota’, ‘Vivir’
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