La gran diva del espectáculo -esa que, como ella misma reconoce, no es considerada cantante por las cantantes, actriz por las actrices, ni cómica por las cómicas- se despedía el pasado 25 de noviembre de su residencia del casino Monte Carlo de Las Vegas hasta 2018. Y lo hacía con todas las entradas vendidas y un rosario de asistentes que incluía desde a los patrios Alaska y Mario en modo aniversario hasta a parejas heterosexuales cisgénero de más de 60, pero también gays de corte clásico en modo viaje de amigos o mariliendres de pelo rubio y camisa de brillantina.
Ahora, imaginen que se apagan las luces de un teatro con capacidad para 5000 personas, que se encienden unas pantallas –marco rococó dorado mediante- que muestran imágenes de los últimos 50 años de carrera de la artista, que suena un medley housero que une el ‘I Still Haven’t Found What I’m Looking For’ de U2 con el ‘Woman’s World’ de la propia Cher y que, en pleno subidón, se levanta el telón. Fan o no fan, los tiempos están manejados a la perfección para causar el éxtasis en un espectador que se ve absolutamente sobrecargado de inputs visuales y sonoros. Un decorado arabesco. Cinco bailarines vestidos de gladiador. Cuatro músicos. Y se corre un velo gigante y aparece ella, Cher, flotando sobre el escenario en un minarete dorado que ríete tú de los del palacio de Jasmin en Aladdin. Claro, canta del tirón -envuelta en una peluca afro, un mono azul semitransparente y unas hombreras con plumas de medio metro- ‘Woman’s World’ y ‘Strong Enough’ y el auditorio se viene abajo.
Desde luego, si alguien necesitaba una explicación sobre por qué sigue siendo necesaria Cher en 2017, ahí la tenía: una mujer de 71 años, desafiando al ageism preminente en la industria –ojo, siempre cuando se hable de artistas mujeres, nadie vaya a tocar un pelo a los Rolling, Bruce Springsteen o similares-, cantando al matriarcado y al female power. Y es que el show de la californiana, pese a estar anunciado como “no politizado” –this is America, after all-, deja entrever a una artista coherente con sus principios –sigue siendo poco, pero ¿acaso llevan Madonna o Britney Spears en su gira más reciente una bajista mujer? ¿Respetan la mayoría de shows de superestrellas la diversidad racial en su cuerpo de baile?-.
Pero sobre todo, a pesar de los 11 cambios de vestuario y 17 hits en 90 minutos, deja ver a una Cher muy humana, capaz de demostrar que el amor “after love” puede seguir existiendo en su emocionante homenaje a su ex marido Sonny Bono, con el que interpretó –digitalmente, claro- la mítica ‘I Got You Babe’ y que dejó a medio auditorio con el Kleenex en la mano. Y también muy empoderada y consciente de su rol en la industria y de lo que la audiencia opina de ella. Y es que, en el monólogo inicial –que por un momento nos transportó a aquellos míticos espectáculos que Debbie Reynolds ofrecía en teatros por toda la geografía norteamericana- ya le espeta a la audiencia que muchos de ellos estarán allí porque a “a ver cuánto tiempo más estará viva”. Pero también recuerda la emoción al verse reconocida con un Óscar (en 1988, como mejor actriz en ‘Hechizo de Luna’) tras sentirse una outsider de la industria durante toda su carrera o aquella vez que, al borde de los 40, un director de casting la llamó para decirle que se quedaba sin un papel por no ser ya joven ni guapa. ¿Chascarrillos de abuela? Sí. ¿Vigencia del mensaje? También. Empiecen a pensar en mujeres a las que la industria del entretenimiento menosprecia por haberse vinculado a géneros “menores” o porque cumplen cierta edad. Y, sin embargo, cierran bocas con cada aparición en la pantalla. El ejemplo perfecto, el de Reese Witherspoon en los últimos dos años.
Pero, volviendo al espectáculo, esto es Las Vegas. Y es América. Y lo visto sobre las tablas no se puede más que describir con un adjetivo prestado del inglés: massive. Masivo, gigantesco, elefantiásico y excesivo en todos los sentidos. Ya antes de empezar, la organización lo tiene todo preparado: merchan en cada piso del teatro, varios photocalls en los que posar con pelucas y boas al más puro estilo Cher y un hilo musical en el que no faltaron ni los Village People ni Gloria Gaynor. ¿Tópico? Llámese saber hacer feliz a tu audiencia –el asistente medio era de 50 y de orientación sexual y/o género no normativo-.
Y de eso sabe un rato Cher. Porque eligió empezar por todo lo alto, con los ya mencionados ‘Woman’s World’ y ‘Strong Enough’, pero no se dejó ni un hit –si acaso, ‘Bang, Bang’, pero existen versiones mejores que la suya, así que casi mejor así-. Cada tema o dos, cambio de vestuario, de ambientación y hasta de sonido. Y así salió vestida con la peluca con flequillo de sus tiempos de Sonny and Cher para interpretar ‘I Got You Babe’ o ‘All I Really Want To Do’ mientras la banda de cuatro músicos interpretaba todo el tema en directo. O vestida de jefe indio con plumas, brillantina y transparencias –vamos, marcándose un sexy Pocahontas- en ‘Half Breed’, con amplio protagonismo de sus bailarines durante los cuatro minutos que tardó en aparecer sobre el escenario.
Porque, sí, los tiempos de espera entre canciones se hicieron largos. Entre el cuerpo de baile, la voz pregrabada de Cher -¿alguien se cree que estuviera cantando real mientras le ponían el modelazo en backstage?- y los cambios en el escenario los mitigaron, pero no dejaron de restar ritmo al show. Eso sí, luego aparecía Cher a lomos de un elefante de cartón piedra o sobre una canoa sumeria envuelta en un outfit inenarrable y lo compensaba todo. No complaints.
Tras repasar en modo ‘Grease’ neonizado y colorido ‘Walking in Memphis’ y ‘The Shoop Shoop Song’, llegaba una celebradísima ‘If I Could Turn Back Time’ –que terminaba con un solo hardrockero que dejó a más de uno con el culo torcido-, con la que Cher realizaba la pantomima de bajar la cortina. Pero, evidentemente, el show no podía terminar sin su mayor hit. El que le permitió entrar en el Guinness de los récords al convertirse en la mujer de mayor edad en alcanzar el número uno en Estados Unidos. ‘Believe’, claro está. Y para ello se alzaba de nuevo el telón con una buena y una mala señal: la buena, que la iluminación y el colorido del escenario remitían muy claramente a los de la gira ‘The Age of Adz’ de Sufjan Stevens (bien por Cher). La mala, que el remix dubstep de tres minutos de la canción –hasta que ella apareció sobre el escenario- bien se podía haber quedado en 2013, y que además dejaba al asistente con el coitus interruptus en el cuerpo cada vez que parecía que iba a empezar la versión clásica del tema.
Pero llegó, finalmente, y Cher salió, interpretó ‘Believe’ –la mitad, todo sea dicho, porque buena parte de las voces del show estaban pregrabadas- y triunfó. Tanto que dejó el repeat del estribillo puesto y estuvo varios minutos saludando a la gente en las primeras filas. Un público enfervorizado que recordaba al que se agolpa en las bendiciones papales del Vaticano y que incluso acercó un bebé de apenas un año a la diva para que lo bendijera con su incorrupta mano con una caricia en la frente. Un ritual pagano con mucha brillantina. En definitiva, lo dicho: do you believe in life after Cher?