Es verdad que ‘Vergüenza’ es una serie de una plataforma de pago, pero es que ni siquiera en el antiguo Canal+ hubo algo igual, ninguna producción de este calibre (lo más parecido fue ‘¿Qué fue de Jorge Sanz?’, muy diferente tanto en producción como en intenciones) y con actores -Javier Gutiérrez, Malena Alterio, Miguel Rellán- famosos por series generalistas. También se podría decir que ya han existido propuestas humorísticas muy alejadas del mainstream como ‘Muchachada Nui’ o la reciente ‘El fin de la comedia’, en la propia Movistar. Sin embargo, ni el formato ni el contenido ni el nivel de producción tienen nada que ver.
‘Vergüenza’ no es una “revolución” (para eso la tendría que haber estrenado Telecinco en primetime), pero sí una insólita novedad. Como serie cómica de ficción está a años luz de la típica comedia de situación española. No está realizada en un plató, ni tiene una duración inflada hasta casi la hora, ni está escrita por un equipo de guionistas mediocres o amordazados por la tiranía del “gusto mayoritario”. Está llena de localizaciones, dura veinte minutos, tiene una música estupenda a cargo de Aaron Rux
y en solo una línea de guión hay más inventiva que en todos los capítulos juntos de cualquier sitcom española.Fernández-Armero y Cavestany articulan la serie alrededor del sentimiento de vergüenza ajena, consiguiendo sacar un enorme partido cómico a las situaciones embarazosas y bochornosas. Jesús, el protagonista, es una mezcla del Michael Scott de ‘The Office’ y de cuñao español que opina y sabe de todo. Un fotógrafo de bodas con ínfulas de artista, bocazas y mezquino, interpretado magníficamente por Javier Gutiérrez, sin duda el actor español más en forma del momento (de actualidad también por ‘El autor’ y la serie ‘Estoy vivo’). Su mujer, Malena Alterio, y su compañero de trabajo, Vito Sanz (atención a este actor), actúan como contrapunto dramático, son los depositarios -sobre todo el segundo- de la mirada (abochornada) del espectador.
A pesar de algunas decisiones de guión algo discutibles, sobre todo las que tienen que ver con la homosexualidad de algunos personajes (los típicos giros metidos con calzador), y cierta debilidad de su estructura dramática, que se aprecia sobre todo si se ven muchos capítulos del tirón (es mucho mejor degustarla poco a poco), la serie funciona de maravilla. Tanto como grotesca comedia romántica, llena de humor incómodo, como de sátira esperpéntica capaz de actuar como espejo deformante de comportamientos y actitudes demasiado reconocibles. Hay secuencias tan divertidas que te puedes reír hasta que la boca te cambie de sitio. La buena noticia es que la segunda temporada ya está en marcha. 8.