El pasado 31 de octubre se estrenó una segunda temporada en la que salta a la vista que hay muchísimo más presupuesto que en la primera. Pero más allá de eso, la esencia de The Boulet Brother’s Dragula se mantiene intacta. La mecánica, como en el Drag Race, pasa por una prueba semanal en la que las aspirantes a supermonster tienen que sorprender por su imaginería con las prótesis y la casquería, sus dotes en el lip sync (aquí no hay himnos pop que valgan, sino heavy metal) o su poderío para convertirse en unas scream queens de un slasher cualquiera. Aunque eso sí: las peores cada semana no se baten en un lip sync, no, sino que tienen que enfrentarse a unas pruebas que, en algunos casos, son una auténtica ida de olla. El primer episodio de la segunda temporada puede resultar algo extremo para aquellos que no tienen el estómago preparado (aunque encantará a los más sádicos que se lo pasan pipa cada año en el Festival de Cine de Sitges), pero tras el shock inicial las siguientes entregas son mucho más inofensivas. Palabrita.
Por muchos litros de sangre falsa que puedan verse en programa, lo que no cambia es algo básico en cualquier talent que se precie: el salseo y las peleas entre las concursantes. El mal rollo entre Abhora y Biqtch Puddin no tiene nada que envidiar al que en su momento tuvieron Coco Montrese y la enorme Alyssa Edwards en la quinta temporada del Drag Race. Así que más allá de lo estrictamente estético, Dragula ofrece las necesarias dosis de humor (negro) y broncas que cualquier espectador espera.
El espectáculo está más que servido. Y de momento tampoco tiene freno porque ya se ha confirmado que el próximo año también contará con una tercera temporada que, muy presumiblemente, arrancará cuando hayan echado el cerrojo los dos programas de RuPaul. Si te encantaba Sharon Needles antes de que se convirtiera en una señorona inofensiva, sin duda, te vas a enganchar a Dragula.