Se ha comparado frecuentemente a Tommy Wiseau, el creador de ‘The Room’, con Ed Wood. Pero tienen poco que ver. El director de ‘Glen o Glenda’ tenía muy mala letra y escribía con un boli barato al que se le salía la tinta. Sin embargo, conocía más o menos la gramática cinematográfica y tenía algo parecido a una voz propia. Wiseau, en cambio, no. El enigmático director (no se conoce bien su origen ni la procedencia de su fortuna) contaba con una pluma estilográfica cara (‘The Room’ costó seis millones de dólares, casi el doble que ‘Elephant’ o ‘Lost in Translation’, por poner dos ejemplos de peliculones de ese mismo año), y con ella escribió lo que le dio la gana y como le dio la gana. Financió este melodrama “inspirado” en Tennessee Williams, escribió el guión, lo interpretó, dirigió y distribuyó. Sin embargo, es como si la hubiera rodado sin haber visto una película en su vida. ‘The Room’ no es la típica serie z cutre y psicotrónica
. Es otra cosa. Una anomalía. Un honesto desastre en tiempos de postureo resabiado.Para “explicar” esta singularidad, Franco no escoge el camino fácil. Lo sencillo hubiera sido burlarse de la película con una sonrisa condescendiente en la cara y guiñando mucho el ojo al espectador (como hacen los cientos de vídeos que hay en Internet enumerando sus defectos). Pero el director escoge otro enfoque. Se aproxima a Wiseau (a quien interpreta) y al rodaje de ‘The Room’ (imprescindible haberla visto antes o hacerlo después) con ojos fascinados, intentando desentrañar un enigma: ¿quién es este tipo y por qué ha hecho algo así?
‘The Disaster Artist’ parece una comedia porque ‘The Room’ es involuntariamente muy graciosa y su director un personaje de lo más excéntrico e inepto, pero en realidad es un drama sobre la amistad, los sueños rotos y la creación artística. La película comienza como un tierno bromance entre dos aspirantes a actores (Greg Sestero está interpretado por Dave Franco, hermano de James), continúa como un divertido “cine dentro del cine” (se reconstruyen algunas de las secuencias más míticas de la película original), y termina como una punzante reflexión sobre la imprevisibilidad del arte y lo inestable de sus categorizaciones. Y es que, ¿acaso no es igual de difícil hacer una película muy buena que una rematadamente mala? ¿No son las dos experiencias igual de inolvidables para el espectador? 8