Surgidos de aquella última gran palpitación del rock de principios de siglo, Black Rebel Motorcycle Club siempre han trazado y recorrido su propio camino, integrando en su fórmula elementos del rock sureño, garagero, stoner, psicodélico y espacial, del noise británico –más al principio, con influencia de The Jesus and Mary Chain– e incluso del folky acústico –‘Howl’–, desmarcándose por ello de los Kings of Leon, The Black Angels o The Black Keys de su esfera, y no digamos de The Strokes y Arctic Monkeys, que a la postre marcaron la generación. Pero los tiempos cambian. Sonar a varias cosas a la vez, algo que hasta ahora ha sido una de las virtudes de BRMC, parece habérseles vuelto en contra en base a una producción, la de Nick Launay, que no alcanza la cohesión necesaria. Así, las varias extensiones del apelativo rock quedan, en cada caso, desmembradas de un cuerpo central reducido a algo un tanto raquítico. Apenas a una medular compuesta por ‘King of Bones’, ‘Question of Faith’, ‘Little Thing Gone Wild’ y ‘Carried From The Start’.
Dilatadas como están las fronteras estilísticas en el panorama musical actual, parece como si BRMC no hubieran tenido que imponer sus codos para defender su espacio en la mesa, como si no haber tenido (tanta) competencia les hubiera dejado también sin referencias. Solo así se entiende que, al buscar refugio en lo emocional del rock espacial, temas como ‘Echo’ o ‘All Rise’ hayan quedado tan facilones, previsibles y (sobre todo el primero) tan U2. O que la cavernosa ‘Haunt’ tenga ese acento a Nick Cave. Que ‘Circus Bazooko’ suene tan ridícula e insustancial. O que lo bueno que podrían tener cortes como ‘Spook’, ‘Ninth Configuration’ o ‘Calling Them All Away’ haya quedado tan insuficientemente explotado por una excesiva linealidad en la progresión de la primera, y por una redundante y aguadora duración en el caso de las otras dos. Falta de tensión y de referencias contra las que chocar.
Las buenas noticias, tanto desde un punto de vista lírico como estrictamente instrumental, quedan relegadas a esa columna vertebral anteriormente mencionada. A la amargura y acidez –al estilo The Jesus and Mary Chain– de ‘King of Bones’, donde exponen algo de esa vulnerabilidad vivida en los últimos años –“We’re only plastic toys you break down to size”–; al desafiante y sexy magnetismo de ‘Question of Faith’, con una progresión muy convincente y versos del tipo “I’m a question of faith / (…) I’m what calls you away” o “I’m a shattered heart / I’m the buried knife / I’m the calling rage / I’m the world at night”; a la desbordante y fiera ‘Little Thing Gone Wild’, encarándose con Dios (o consigo mismo) por haberle dado vida como “criatura equivocada”, incapaz de amar; y al paradigma BRMC que es ‘Carried From The Start’, determinada por esa cadencia sobrada y por dogmas americanos clásicos como el “Take what you want / Take what you need / You take all, ‘til all can’t breathe” de toda la vida.
A la luz de todo esto, es obvio que el balance de ‘Wrong Creatures’ no es lo suficientemente positivo como para que esperar media década haya merecido la pena. Como los viejos y gastados protagonistas de los westerns crepusculares, los de Peter Hayes lucen aquí como ese héroe cansado y sin un lugar en el mañana, pero que siempre está dispuesto a realizar una última misión antes de retirarse. De hecho, esperemos que no sea la última; pero, en este caso, si se trataba de mantener con vida su fórmula, el éxito ha sido muy cuestionable. Al menos siguen aquí, que no es poco.
Calificación: 6,4/10
Lo mejor: ‘King of Bones’, ‘Question of Faith’, ‘Little Thing Gonna Wild’ y ‘Carried From The Start’.
Te gustará si te gusta: la deriva comercial de Kings of Leon o The Black Keys más que The Brian Jonestown Massacre, The Black Angels y los Black Rebel Motorcycle Club de toda la vida.
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