Televisión

5 razones por las que ‘The End of the Fucking World’ es una tragicomedia perfecta

Estrenada el pasado 24 de octubre en la televisión británica, y más tarde, el 5 de enero, en Netflix (con razón de un acuerdo editorial entre ambos), ‘The End of the Fucking World’ se ha convertido en una de las series de la temporada y con razón. A 20 minutos por capítulo (la temporada entera dura 2 horas y 40 minutos), es una comedia negra entretenida, ágil y emocionante a partes iguales que, para colmo, cuenta con una banda sonora llena de grandes canciones.

Escrita por Charlie Covell y dirigida por Jonathan Entwistle y Lucy Tcherniak, y basada en el cómic homónimo de Charles S. Forseman, ‘The End of the Fucking World’ narra la historia de James (Alex Lawther), un adolescente de 17 años del sur de Inglaterra que cree ser psicópata (en su infancia llega a introducir la mano en una freidora, lo que resulta en su característica física más reconocible) y que, cansado de matar animales, decide ir más allá y se propone asesinar a un ser humano. James se topa entonces con la rebelde Alyssa (Jessica Barden, aunque es ella más bien quien se topa con él), y decide que ella será el objeto de su propósito. Sin embargo, de ambos nace una atracción mutua provocada por sus propios miedos, inseguridades, problemas familiares y por una necesidad de comprensión que florece a lo largo de la temporada. Nace también una pareja maravillosa, llena de claroscuros, pero adorable y totalmente identificable en lo personal. Viéndolos dan ganas de volver a ser adolescente.

Estas son cinco razones por las que ‘The End of the Fucking World’ mola:

La ambientación: aunque ‘World’ está rodada en el sur de Inglaterra, no es difícil imaginar que la serie transcurre en realidad en algún lugar de la América profunda, lo cual encaja con la decadente historia de esta serie propia tan Bonnie & Clyde. Los barrios suburbanos, los bosques profundos, las cafeterías humildes, la gasolinera cutre perdida de la mano de Dios, el instituto típicamente estadounidense, las carreteras… incluso el estilismo de los personajes está pensado para que la serie evoque la naturalidad de una “road movie” americana. No extraña que esto sea así, ya que el cómic en el que se basa la serie está ambientado en Estados Unidos. Además, al margen de que los personajes obviamente hablan con acento británico y conducen por la izquierda, ¿en cuántos momentos de la serie se menciona exactamente dónde se sitúa la acción?

La pareja de marginados: James y Alyssa no podrían ser más diferentes. Él es tímido y reservado (claro, cree ser psicópata, por lo que es mejor no hacer mucho ruido), además de inseguro, impasible y muy torpe para la socialización; ella es agresiva e impulsiva, aunque también muy sensible, y no teme nunca mostrar sus sentimientos o su deseo sexual por James, que él recibe apáticamente. Sin embargo, el tira y afloja entre ambos descubre en realidad a dos personajes traumatizados que se necesitan emocionalmente el uno al otro, en tanto empiezan a descubrir la atracción sexual y el amor, creando a dos personajes adorables que vemos madurar ante nuestros ojos, aunque en una circunstancia tan extraordinaria como un asesinato.

Los actores secundarios crean un satélite de personajes carismáticos alrededor de los protagonistas que nutren la serie de interesantes (mini)subtramas, empezando por la pareja de policías, Teri (Wunmi Mosaku) y Eunice (Gemma Whelan), que aparecen por primera vez juntas en una escena tan propia de ‘Twin Peaks’ como la música que acompaña a esta misma escena (casi parecen los mismos Dale Cooper y Gordon Cole). Dos mujeres lesbianas que han tenido una relación esporádica pero tienen personalidades y maneras de trabajar muy diferentes, aunque eso mismo es lo que, a la vez, las une. También es atractiva la historia de Alyssa y su padre, una historia de abandono que perfila en Leslie (Barry Ward) un personaje paternal absolutamente patético con el que es muy difícil simpatizar, pero que no deja de proyectar una humanidad muy verdadera.

La tragicomedia perfecta: A 20 minutos por capítulo, ‘The End of the Fucking World’ cuenta muchas cosas en muy poco tiempo, y entre las cosas que no tienen cabida en su minutaje es el drama barato. Estamos ante una serie realmente turbia en la que el personaje principal presencia el suicidio de su madre y en la que suceden un intento de violación y un asesinato brutal. Hay tráfico de drogas, atracos y otro tipo de abusos a humanos y no humanos. Pero la serie narra estos acontecimientos con la misma apatía con la que los ve el personaje principal, creando una comedia negra cien por cien creíble, y en general un panorama tan surrealista por momentos que, quizá por ese mismo componente inverosímil, resulta muy propio de la vida real.

La música: un motivo importante por el que ‘The End of the Fucking World’ parece una “road movie” americana es la selección musical (que no la banda sonora, compuesta por Graham Noxon de Blur). Sin ir más lejos, la canción principal de la serie es ‘The End of the World’ de Skeeter Davis, que era de Kentucky, y durante la serie no dejan de sonar todo tipo de clásicos del pop, country y rock ’n roll estadounidense como ‘Laughing on the Outside’ de Bernadette Carroll, ‘At Seventeen’ de Janis Ian, ‘Settin’ the Woods on Fire’ de Hank Williams y otros temas de Wanda Jackson, Shaggie Otis, Brenda Lee, Timi Yuro o incluso Mazzy Star. Por cierto, todo temazos para buscarlos inmediatamente en Spotify en cuanto suenan en la serie.

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Publicado por
Jordi Bardají