Y es que Forges, que comenzó publicando en el diario Pueblo en 1964 y luego fue rotando por medios como El Jueves, Diario 16, El Mundo y, desde el año 1995, en la sección de Opinión del diario El País, era un creador único capaz de sacar una sonrisa, alguna que otra carcajada y a menudo lágrimas –o como mínimo congoja– con su pensar natural, bonachón y amable, pero también comprometido y afilado cuando la situación lo requería.
Con su lenguaje –un lenguaje que saltó del papel a la vida real, siendo numerosos de sus palabros aceptados por la RAE–, supo retratar como pocos la esencia, con todos sus claroscuros, de nuestro país. Protestó, dio puyazos, se comprometió y alabó a quien tocaba y como tocaba, y lo mejor es que nadie podría discutirle nada porque todo eso lo hacía con una gracia sin igual, sí, pero también con una ética y una honestidad intachables, siempre comprometido con la justicia (sin mayúscula) y la libertad. Muchos, junto a nuestros padres y abuelos, aprendimos la Historia de España con aquella colección de libros que no ha dejado de actualizar, y seguimos bebiendo té o café en sus tazas. Nuestros hijos, por desgracia, ya no podrán buscar en primer término su viñeta diaria al abrir el diario –primero, porque ha muerto; segundo, porque ya pocos lo hacen, en general–. Pero seguro que algún día preguntarán quién es ese Forges del libro, de la taza, y ahí podrán descubrir su preclara visión de quién y qué es nuestra sociedad.
Foto por Fede Serra, de la web de Forges.
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