No terminamos de entender cuál es la gracia del vídeo en particular, más allá del enorme tirón de cada uno de estos cantantes. De trasfondo reivinciativo, en él, metafóricamente, unos bailarines pintados primero de blanco y negro abducidos –los malvados mass media, en los que tan bien se mueven, curiosamente, estos autores– por la televisión se ven transportados, ya embadurnados en oro y azul, a un micromundo de espejos –imágenes irreales, vanidad– que, tras su autodestrucción, sugiere una vuelta a los orígenes, a la naturaleza pretecnológica.
Una elaborada metáfora social que, en cambio, poco parece tener que ver con la letra de esta canción, bailable en el sentido que lo son las producciones tropical-pop de artistas como Kygo o Matoma. Porque el tema de Melendi, Sanz y Arkano parece ser una suerte de “himno feminista” –y eso que ya había metido la pata con el tema
en su promoción–, llamando al hombre a, ya que estamos en una sociedad avanzada, evitar el acoso a la mujer, a dejarla bailar con “zapatos que no aprieten” o “faldas de vuelo” o “descalza”. Una alegoría redondeada con frases totalmente WTF –una especialidad del artista asturiano–, que suenan bastante forzaditas en su ¿flow? Para la posteridad quedan “hoy que la tierra no es plana, ni la ciencia ya es de herejes, hoy que no marcan tendencias más las pinturas rupestres”, “ella no es la princesa delicada que ha venido a este pari a estar sentada”, “hoy que no hay duelos a muerte, cada vez que alguien te irrite, para poder desahogarnos hemos inventado Twitter” o la que mi compañero Jordi Bardají etiquetaba como la peor rima del disco, “si pensamos diferente, ya no huele a disputa, los filósofos no brindan con cicuta”.