Paraíso Festival cerraba su segunda y última jornada ya sin la amenaza de la lluvia y con un considerable éxito de público. El nuevo festival de José Morán, co-fundador del FIB, ha sabido atraer a en torno a 10.000 personas interesadas por la música electrónica sin recurrir a manidos cabezas de cartel en lo que esperamos sea una cita fija con el público melómano, más duradera y consistente que Mulafest. Entre los aciertos, la zona gastronómica, la de «gaming», los baños con lavabo de manos o el tercer escenario entre los bosques. Fotos: Karlo Sanz (Henry Saiz, Róisín), Nabscab (Ibeyi, tune-yards).
Las hermanas Ibeyi, vestidas cómo no a juego, actuaban a eso de las siete de la tarde en el escenario principal en formato dúo, una semana después de haber pasado por el Primavera Sound. Su origen cubano permitió que la cantante principal, Lisa-Kaindé Diaz, explicara en castellano el origen de canciones como ‘Ain’t No Man Big Enough for My Arms’, contra el machismo de Trump e incorporando un discurso de Michelle Obama, o ‘Mama Says’, con ideas de la banda sonora de ‘Bagdad Café’. Un teclado en modo piano, la percusión de Naomi Diaz y las bases contribuyeron al desarrollo de un concierto que será recordado por los juegos vocales y su llamada a la participación popular en ‘I’m On My Way’ o en ‘Deathless’, esta última acompañada de proyecciones incendiarias. “No, no, no, están dando solo un 10% de lo que tienen dentro”, arengaron en esta, logrando, a capella, que todo el mundo la tarareara. El público, que había comenzado algo alelado, terminó colaborando.
Henry Saiz Band es un trío en vivo en el que uno de los miembros ejerce de vocalista puntual, sobre todo pasando su voz por filtros tipo Daft Punk. El título del disco que presentan es casi el de uno de los del dúo francés, ‘Human’, si bien el viaje que proponen se estira mucho más hacia el techno, el ambient o el italo. Mucho humo blanco y mucha gafa de sol pese a que el mismo comenzaba a ponerse y desaperecer, en un set aderezado por alguna proyección en el que se echó de menos el poso espiritual y reflexivo del disco, pese a la aparición de ‘Me llama una voz’. Básicamente el live funcionó más bien como un set de techno.
También era un poco sesión, durante su parte central, el concierto de tune-yards, otro trío. Su interés por el africanismo no es incompatible -todo lo contrario- con la querencia por los ritmos un tanto techno, y la parte en que sonaban seguidas, sin descanso, ‘ABC 123’ y ‘Water Fountain’, generaba una cantidad de baile entre el público que ni M.I.A. Después el show se dispersaba, entregándose a un R&B experimental similar al de Dirty Projectors aunque algo más espeso, recuperándose hacia el final con el sonido de alarmas reproducido por Merrill en ‘Gangsta’, las voces autosampleadas de ‘Bizness’ y el regreso del baile total de ‘Heart Attack’, que directamente parece una adaptación de un hit house o una remezcla de Cesaria Evora.
El “solo live” de Floating Points llenó la carpa del Escenario Club. Pese a un inicio de house un tanto random, el artista fue incorporando diversas texturas a su setlist, lo que incluía momentos más oníricos, otros más techno, otros más acid y otros incluso deliberadamente ariscos. No acompañaron, eso sí, unos visuales realmente horrorosos. Esperábamos más del autor de ‘Elaenia‘.
Aunque la decepción generalizada fue la de Róisín Murphy. Pese a las pistas que han dado sus dos últimos discos y sus singles recientes, el público esperaba que la ex líder de Moloko ejerciera de cabeza de cartel, y no fue el caso. Róisín, que excusó tan pronto como después de la primera canción los posibles fallos («Tenemos un show muy complicado y es nuestra primera noche así que sed amables con nosotros»), entretuvo sobre todo por su colección de complementos y vestuario imposible (lo mejor, una especie de maniquí-persona que se colocaba a hombros o maltrataba a su antojo). En lo musical, Murphy optó por un setlist complicado en el que solo cupieron 2 hits y adaptados a su último sonido, ‘You Know Me Better’ y para finalizar ‘Sing It Back’, dedicada a Matthew Herbert.
El estado de la voz de Róisín es estupendo, también lo fueron los visuales tipo habitaciones de lujo o falsos anuncios de colonia, y a su vez su banda de cuatro miembros -dos de ellos a las percusiones- pero su show de hora y cuarto hubiera agradecido algo más que el despliegue de temas tan carentes de gancho y cuestionables como ‘Innocence’, ‘Demon Lover’, ‘All My Dreams’ o ‘Exploitation’ (setlist, aquí). Ni siquiera puede decirse que su música actual sea mala, pero se pasa de fina para rozar lo tedioso. Habría funcionado mejor como actuación de fondo en un bar tipo Sala Equis.
Tras el concierto de Róisín Murphy daba la sensación de que la gente buscaba de escenario en escenario, por las actuaciones de Damian Lazarus o Guy Gerber, algún tipo de cabeza de cartel que enmendara el asunto. No terminó de aparecer aunque se agradecieron los guiños disco-funky de los sets de Lovebirds y Tom Trago. El primero pinchó una producción de Gladys Knight totalmente radiante en bajos y piano, que supo a gloria después de Róisín, culminando con la propia y resultona ‘In the Shadows’. El segundo se atrevió con la misma remezcla de Moloko que Murphy había interpretado de ‘Sing It Back’.