Karen Reyes, la protagonista de ‘Lo que más me gusta son los monstruos’, es una niña-lobo lesbiana que vive en Chicago en los años del despertar del cine de terror, la arquitectura pop, las revistas de monstruos, los tatuajes y los fenómenos paranormales. Mediante un cuaderno-diario gráfico y haciendo uso de sus dotes como detective y gran observadora, Karen va dando detalles de la investigación secreta del asesinato de su vecina del piso de arriba, todo ello en un ambiente de padres divorciados, con un hermano mayor como figura a idolatrar y sin amistades que terminen de cuajar como definitivas.
Este debut de Ferris con 55 años (antes fue diseñadora de las figuras de los Happy Meal de McDonald’s o ilustradora médica), es visualmente abrumador. Destacan sus dibujos realizados con bolígrafo, otorgando una radiografía precisa, detallada y cercana al estilo Robinson; o la maestría con la coloración a rotulador junto a la técnica “cross-hatching” de fondos entrelazados, punteados y rayados, muy en desuso en el cómic, que dota de cierto carácter retro y que otra autora como Nina Bunjevac desempolvó hace unos años con destreza.
No hay técnica que, de un modo u otro, no sobrevuele sus más de cuatrocientas páginas. Y ojo, ni se hacen largas ni tampoco lo contrario. Si eres capaz de engullir con rapidez, puedes hacerlo sin miedo a acabar enseguida. Y si eres de los que se recrean, con ‘Lo que más me gusta son los monstruos’ vas a estar acompañado una larga temporada de una amistad entrañable, que por fortuna va a tener segunda parte. 10. Disponible en Amazon.
‘La tierra de los hijos’ tiene la intención de plantear cuál podría ser la realidad que nos espera a la vuelta de la esquina, donde la supervivencia se pone a prueba a cada minuto, pues su autor reconoce estar inspirado lejanamente en la actual situación política italiana y en la religión.
En primer lugar, el trazo de los dibujos en ‘La tierra de los hijos’, para generar más angustia en el lector, es tembloroso, crudo y sin nada de color, solo en blanco y negro. Y en segundo, la presencia de textos en buena parte de las páginas no existe, lo cual genera narrativamente mayor tensión. Estos dos torrentes, distanciándose y mucho de sus obras anteriores, son las mejores armas que Gipi ofrece esta vez, llevándonos a descartar cualquier signo de vitalidad o positivismo. Al final queda la sensación de asistir a una clase insólita de reflexiones, un desasosiego ligeramente ensombrecido por el ejercicio de la reiteración, pero con un empaque que no contempla el uso de edulcorantes ni esteroides. 8,2. Disponible en Amazon.
En lo gráfico, ‘Martha y Alan’ se distingue de sus antecesores. El uso de la doble página y amplios márgenes, como el marco de un cuadro, suponen al lector quedarse parado incluido en los recuerdos de Alan. La utilización del color hace recuperar una memoria ya difuminada en el tiempo: tonos cálidos para la infancia, grises para la edad adulta y neutros un tanto borrosos para la vejez. No falta la imagen real, a modo de fotografía, tan frecuente en los trabajos de Guibert, fijando momentos precisos que se graban a sangre y fuego en la mente. Eso, a la par que una narración impecable, es su distinción, y hacernos partícipes de una amistad tan valiosa, como lo fue la de sus protagonistas Martha y Alan desde que eran niños, no tiene precio. 8,8. Disponible en Amazon.