Música

Garnier, Niño de Elche, Putochinomaricón y Mueveloreina, entre lo mejor del primer día de Sónar 2018

La edición número 25 de Sónar ha empezado este jueves en Barcelona dejando una actuación absolutamente memorable de Niño de Elche junto al bailaor Israel Galván. Las actuaciones de Putochinomaricón, Mueveloreina, Daedelus y Laurent Garnier también se encuentran entre lo mejor de un jueves en el que el tedio ha venido de mano de Rainforest Spiritual Enslavement (solo en parte) y sobre todo de Jenny Hval en una performance surrealista, y no en el buen sentido.

La música que nos ofrece Óscar Mulero parece de thriller, las proyecciones de Monochrome, como su nombre indica, en un glacial blanco y negro. Paisajes gélidos, cementerios, bosques… todo muy de terror gótico. Arranca Óscar con suave cadencia marcial, amenazante, con los bpm bajados, EBM calmado y extrañamente acogedor. Poco a poco, se anima sin dejar lo misterioso hacia lo orientalizante. Pero a mitad de set, Óscar decide que se ha acabado la bonhomía y nos ametralla para sumergirnos, si no en el horror, si en la inquietud, aunque precisamente esta parte acaba siendo la más monótona. Cuando se calma, aumenta la amenaza, pero acaba acercándose a terrenos más pop y llevaderos. Gran viaje para iniciar el jueves. Mireia Pería

Sin apenas continuidad con Absolut Terror, el barcelonés Undo agarra el micro, canta con voz robotizada y tira de ritmos old school y synthpop en el Sònar Village, sin ningún otro aderezo. Suena encantadoramente retro y muy sabrosón, melódico y adictivo. El sol, mucho más amable esta edición, ayuda al baile. Undo nos regala un subidón perpetuo de electro que, llegado un momento, parece se hace un poco repetitivo. Pero falsa alarma; remata con electroclash zapatillero y arreglado. Mireia Pería

Como parte de la iniciativa We Are Europe, la sueca Katarina Barruk y la noruega Maja S.K. Ratkje estrenaron en Sónar su espectáculo ambiental, “Avant Joik”, que trasladó al espacio de SónarComplex sonidos inspirados en la naturaleza escandinava. Fue un espectáculo de contrastes entre la brutalidad de la distorsión electrónica de Ratkje y sus vocalizaciones imposibles (grandes agudos, chillidos, graves guturales propios del canto inuit) y las melodías y cantos folclóricos de Barruk. Aunque en el escenario se veía a dos mujeres haciendo música, lo que se oía -de los sonidos y el diálogo vocal entre ambas- era a dos hechiceras invocando a los dioses de la naturaleza impía de Escandinavia, sus ríos e incluso su fauna, desde una visión de vanguardia y unión con la tecnología. Impresionante. Jordi Bardají

Lo del Yuzo Koshiro x Motohiro Kawashima disparando una versión hardcore de videjuegos con unos audiovisuales muy ad hoc y piscodélicos es sumamente excitante, pero los tengo que abandonar porque tocan KOKOKO! en Sònar Village. Su cantante llega entre el público, con pasmosa agilidad salta la valla de seguridad dirección al escenario, se sienta en una mini batería y empieza la música. Los congoleños, acompañados del francés Débruit aparecen ataviados con monos amarillos y un montón de instrumentos caseros; percusiones a base de latas y botellas de plástico y unos bajos extrañísimos. Arrancan con un pop africano alegre, muy clásico y tropical. Pero enseguida adquieren velocidad sin freno, con invitaciones hip hoperas, coreo masivo del nombre del grupo. El cantante abandona la batería y ejerce de frontman dinámico y eléctrico, y la música entra en terrenos más duros y energéticos, una especie de funk repetitivo y poco melódico que invita al frenesí. Frenesí del que la primera víctima es su cantante, que acaba en mitad del público del Village cantando, bailando y haciendo participar a los presentes. Excitante. Mireia Pería

Con la cara maquillada en estilo Geisha y un chaleco de “se compra oro”, Putochinomaricón sale al escenario XS rebosando carisma y desde el segundo cero queda claro que es una estrella. En directo, el mensaje reivindicativo de temas como ‘Tú no eres activista’, ‘Gente de mierda’ o ‘Puto Chino Maricón’ eleva por 100 su impacto y el momento más emocionante (y cuando digo emocionante, lo digo en serio) del concierto se produce durante el reggaetón ‘MarikaPikaPika’, cuando Chenta aprovecha una pausa instrumental de la canción para felicitar el Orgullo y pedir mayor visibilidad lésbica en esta importante fecha. Su grito “¡más bolleras, coño!” justo antes de que entre el estribillo final nace de un deseo real y vehemente, y se nota. En sintonía con este mensaje de inclusividad, Chenta termina el concierto haciendo un nuevo llamamiento: “necesitamos más artistas irreverentes, más minorías, más maricones, más bolleras, es nuestra puta hora de molestar”. Jordi Bardají

Jenny Hval presentó en SónarComplex un nuevo espectáculo para la iniciativa We Are Europe acompañada de dos músicos. La exquisita música de Hval, que presentó temas de su propio repertorio, y su voz de seda fueron el punto fuerte de un “show” que lamentablemente tuvo un componente realmente ridículo debido a la presencia inexplicable en el escenario de un sillón de plástico hinchable con forma de concha marina. Los tres músicos usaban este elemento de “atrezzo” (nótese las comillas) de manera totalmente “random” a lo largo del show, como cuando la colaboradora de Hval se sentaba en él, se lo ponía de capa o hacía como que se metía dentro cual molusco, produciendo momentos de verdadera vergüenza ajena. Durante un punto del espectáculo, Hval y sus músicos se sentaron juntos en el sillón y reprodujeron música ambiental desde sus teléfonos móviles, ampliándola a través del micrófono. Pareció que se estaban haciendo selfies. Además, los visuales de fondo eran realmente cutres, casi de Power Point. Si el concierto fue improvisado, desde luego lo pareció. Jordi Bardají

Rainforest Spiritual Enslavement es el proyecto experimental de Dominick Fernow, acompañado de Philippe Hallais y Silent Servant. Detrás de la mesa, ambos colaboradores parecen más bien personal de mantenimiento arreglando los portátiles. Arrancan con un ambient new age lluvioso, remedando la atmósfera de la selva que llevan en su nombre. Los audiovisuales son mínimos, apenas una oscilante mancha amarilla. Y la música pide algo más trabajado, para acabarnos de sumergir en ella, aunque el ambiente sonoro ya dibuja bastante el paisaje. Pero tras unos minutos empieza a resultar aburrido. Afortunadamente, sin abandonar el tapiz lluvioso, van introduciendo percusiones más atronadoras. Fernow nos arenga de vez en cuando levantando su brazo. Abandonan el ambient, elevan los bpm, se van hacia un techno marcial y a un tribalismo pasado de revoluciones. Y bailamos al fin. Mireia Pería

El impresionante espectáculo de Daedelus en SónarHall, ‘Panoptes’, conjugó tecnología avanzada (presentes en el escenario, cuatro proyecciones de luz en forma de columnas giratorias) con música bailable contundente y exquisita. Hubo drum ‘n bass, house robusto y bases de hip-hop industrial que embestían como fieras, pero también guiños pop: durante un punto del show, el californiano incorporó un sample de ‘Let’s Go Crazy’ de Prince y tuvo el buen gusto de pinchar ‘1991’, posiblemente la mejor canción de Azealia Banks, eso sí, fusionada con un ritmo house disonante. El show tuvo un punto amenazante, incluso apocalíptico, pero la música era tan buena, los visuales tan espectaculares, que podía haberse acabado el mundo allí mismo y habría dado igual. Hubiéramos seguido bailando y flipando, no necesariamente en este orden. Jordi Bardají

Mueveloreina arrancan a zapatilla limpia en el SònarXS. Sólo Joaco en el escenario tras la mesa, mientras Karma se hace de rogar hasta que emerge con ‘Cheapqueen’, su tema anticapitalista. Flaquísimos y atléticos, no escatiman en energía, especialmente Karma, que es una frontwoman carismática y de potente vis cómica. Y quizás el desparpajo de ambos, sus letras de contenido social, tienen algo muy estudiado, pero son igualmente efectivos. Y con calado, porque ‘Paradiso’ todo el XS corea eso de “I wanna live in Benidorm!”. Una fiesta, porque siguen con un tema nuevo, ‘Postureo’, y consiguen que en nada cantemos sus “¡postureo!”. Karma ejerce de animadora, a ratos parece que estemos en una fiesta mayor. Dedican su ‘Brotherthon’ al 25 aniversario del Sònar, haciéndonos gritar “¡Sònar!” en cada “Brother!”. Cumbia-trap festiva que parece fastidiarse cuando, a los 15 minutos de show, se les va el sonido de los micros. Afortunadamente, la zozobra dura poco y pueden atacar una dinámica ‘Voy’. A partir de ‘Colateral’, por eso, su show se convierte en un non-stop de mákina y, claro hasta acaban cantando eso de “esta sí, esta no”. Hacen coñas a costa de Urdangarín, recuerdan a los raperos en procesos judiciales y Karma parafrasea a C. Tangana (“¡el rey nos come a todos los cojones!”) antes de atacar ‘Shoot My Head’. Poco trap y reggateon . Ellos bromean al respecto y nos dicen que no nos preocupemos, que nos lo van a dar para cerrar. ‘Vivas’, su himno feminista, tiene de eso y más. Porque Karma, cuando canta “ siendo alarmista/por ver un pezón“ se baja el top y nos enseña los pechos y ya no los guarda más, en un acto de desafío. Fiesta y conciencia. Mireia Pería

Ilusionada por el clamor del público, yaeji realizó un divertido DJ set en SónarVillage con el que demostró que el lo-fi house puede llenar festivales. ‘raingurl’ fue obviamente la canción estrella, pero al presentar una sesión, había curiosidad por comprobar si el estilo de house distorsionado de yaeji también se trasladaba a su selección de ritmos, y efectivamente, en su set la música sonaba siempre o bien como si procediera de la radio, o como si procediera de un búnker. Y no en el mal sentido. yaeji hace house con el punto justo de suciedad, y quizá de manera más importante, como sus propias canciones, sigue resultando cálido: da la sensación de que está hecho con amor. Jordi Bardají

Lo de el Niño de Elche con el bailaor Israel Galván nos deja absolutamente anonadados. Poco de recital, mucho de performance artística, el suyo es un show basado más en la palabra recitada que en el cante, sin apoyo instrumental de ninguna clase, sólo los taconeos de Galván marcando el ritmo a las palabras y sonidos que emergen de la garganta de Francisco Contreras, El niño de Elche. Paranoias cacofónicas, ecolalias… apenas un recuerdo de su disco ‘Antología del Cante Flamenco Heterodoxo’, como mucho ese “¿A qué hora llega el tren de Barcelona?”, acompañado por Israel taconeando sobre una plancha de metacrilato. Parte del público empieza a huir, pero los que nos quedamos estamos fascinados por comprobar hasta qué punto pueden estirar este formato tan chocante y surrealista. Contreras da pocas concesiones, nos escatima su canto; como mucho un breve ‘María de la O’ o un “hasta Valencia”. A ratos también llega a resultar irritante. Sin Israel, con Contreras tocando durante un buen una sola nota con una especie de gusli, llega un momento que el público rompe a aplaudir, quizás pidiendo el regreso del bailaor.

La actuación llega al paroxismo hacia el final. Primero, cuando Contreras agarra su ya icónico transistor, empieza a salmodiar en idioma extraño y se desata una locura infernal de gritos y taconeos frenéticos. Segundo, cuando El niño sube a una máquina de gimnasio vibratoria, se despoja de la parte superior de su peto y canta aprovechando la vibración. Israel mira hasta que decide que es hora de volver a golpear fieramente su placa de metacrilato, en un crescendo dramático rematado por flashes de luces epilépticas. Tercero, cuando, vestido de nuevo, Contreras se autosamplea e Israel acompaña pegando patadas a un bombo hasta desatar un infernal ritmo makinero, industrial, casi apocalíptico. Y cuarto y final, cuando, ambos sentados en unos cajones, con un micro que amplifica todos los sonidos, se dedican a juguetear con un vibrador y los sonidos que producen con sus cuerpos: golpes en los dientes, golpecitos… y abrazos. Porque la performance acaba así, ambos abrazándose fraternalmente, nosotros escuchando cómo se abrazan. Alucinante. Mireia Pería

El broche de oro del jueves en Sónar lo pusieron, en primer lugar, George Fitzgerald con su amable house-pop, y finalmente el legendario Laurent Garnier, que como acostumbra ofreció un set de house y trance galáctico y espectacular que pudo haber durado horas. Siempre es garantía de sesionaza cuando es Garnier quien se encuentra tras los platos, y no decepcionó. Jordi Bardají

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