Hace diez años estabas compartiendo emocionada aquel plano secuencia de ‘Un día en el mundo’ y ahora, cuatro discos después, tras encabezar multitud de festivales e incluso embarcarse en potentes giras por Latinoamérica, esa banda que parecía condenada a la normalidad logra una proeza inaudita. Anoche tuvo lugar el concierto en solitario más multitudinario de Vetusta Morla. Todo agotado. 38.000 personas alrededor de su particular hoguera por la noche de San Juan, situada en la enormidad de la explanada de la Caja Mágica. Se trataba, sin duda, si nos atenemos a infraestructura, organización y dinámicas dentro del recinto, de un festival. De un festival de un solo grupo que sigue sin conocer su techo. Fotos: María Macías
Aunque no es del todo cierto lo de un solo grupo, pues aunque no había verdadera obligación la banda tuvo de nuevo un gesto con Jacobo Serra, con quien existe una admiración mutua. Músico manchego apadrinado por Juanma Latorre que con su nuevo largo y el cambio de idioma está cosechando cada vez más adeptos. En general la atención del público estaría reservada totalmente a Vetusta Morla, pero aún así Serra consiguió sacar adelante un breve concierto en formato trío que acabo convenciendo y calentando aún más el ambiente. No por nada se despediría en comunión con buena parte del público, que coreaba el estribillo de “Icebergs”.
De vuelta a Vetusta Morla, subrayemos lo de grupo, porque lo logrado es aún más increíble si reparamos en la constante horizontalidad de la formación surgida en Tres Cantos, tanto en la parte creativa como en los directos. Sin ninguno de los seis destacando más de la cuenta ni un carisma apabullante que pudiese compensar la falta de ideas. Al fin y al cabo se trata de música, y todo se reduce a las canciones con el riesgo que eso conlleva. Así lo reconocía Pucho, aprovechando la oportuna noche de San Juan para describir ‘Mismo sitio, distinto lugar’ como un ejercicio de renovación en el que han quemado todo lo que no les gusta al tiempo que transitado por su pasado. Todo ello para llegar al mismo fin: la música. Esa que ahora comparten con miles de personas cada noche.
Pasaban las diez de la noche, a segundos de tener a la banda sobre el escenario cuando, apagadas las luces, las pantallas gigantes ofrecían un recorrido aéreo del recinto para hacernos idea de la inmensidad del asunto. Emoción a flor de piel y todo dispuesto para empezar, arrancando con la tensión baja del tema que da nombre a su último disco y con uno de sus indiscutibles nuevos hits, ‘El discurso del rey’. Primera cima de entusiasmo entre un público entregado desde el principio, heterogéneo y dispar por necesidad pero demostrando estar bien al día.
Aplauso aparte para las visuales y efectos de luces, especialmente con la estética de cómic desarrollada durante ‘Palmeras en La Mancha’, uno de los temas más guerrilleros de su más reciente repertorio. La idea de aprovechar los recursos al máximo sigue estando vigente en el seno de la banda y en su equipo, ahora de forma más grandilocuente. Tras prestar toda la atención necesaria al último disco, con algunas miradas al pasado en forma de la celebrada ‘Copenhague’ o una algo menos íntima pero igualmente vibrante ‘Al respirar’, la banda afrontaba un tramo final de locura con Pucho desatado, alentando al público con carreras de lado a lado del escenario al final de ‘La deriva’ y recorriendo el pasillo de pista con ‘Mapas’, cantando junto al público subido a las vallas -con el correspondiente personal de seguridad agobiado detrás de él- y aprovechando para chocar la mano con los técnicos. Era un día especial y correspondía acordarse no solo de todo el equipo tras una gira y un montaje tan ambicioso sino de causas justas, usando con responsabilidad la repercusión de la que ahora disponen. Pucho quiso reivindicar la figura de Jorge Aranda, juzgado por haber tratado de parar un deshaucio en Vallecas. “Pedimos que no se le de la vuelta al cuento y se juzguen a personas a las que no se les debe juzgar”, afirmaba. También hubo palabras al final del concierto en contra de la excarcelación de los miembros de La Manada y un mensaje claro que reinaba en las pantallas gigantes antes del concierto: “Solo sí es sí”.
Con el público en el bolsillo y ganas de más llegarían dos imprescindibles de los primeros años de la banda, ‘Sálvese quien pueda’ y ‘Valiente’, todavía con la capacidad de hacer saltarlo todo por los aires. A continuación, una promesa cumplida de David Broncano durante su entrevista en ‘La Resistencia’, apareciendo en el escenario con careta de cerdo durante la performance de ‘Te lo digo a ti’, cuyo controvertido videoclip dirigía Nacho Vigalondo. Poco después, Pucho decía despedirse con ‘Fiesta mayor’ pero no coló demasiado, y durante esos pocos minutos de espera al bis el público hacía amagos de corear ‘Saharabbey Road’, actualmente fuera del setlist.
Efectivamente volvieron y regalaron al público otros tres momentos para el recuerdo: ‘Consejo de sabios’, ‘El hombre del saco’ y la emoción liberada de ‘Los días raros’, que daba verdadero fin a la noche. No sin antes pedir por una última vez la colaboración del público para el tradicional pequeño salto “mortal” post concierto. Es decir, 38.000 personas uniéndose a la banda en un gesto ritual que retrotrae al Sonorama de 2008, mediodía en la Plaza del Trigo, uno de los puntos de inflexión simbólicos en el ascenso imparable de la banda.
Caminando hacia la salida (recorrer la Caja Mágica cuenta como un día de gimnasio), un padre presumía con su hija de haber estado en un concierto con todavía más gente, el de unos tales Héroes del Silencio. Otra época, otro estilo y otras condiciones, pero si Vetusta Morla ha conseguido esto desde la más pura autogestión será mejor no ponerse un techo. Acostumbrados además como nos tienen a seguir doblando la apuesta.