Jack White brilla en azul en la jornada inaugural de Cruïlla 2018


Fotos de Jack White y Bunbury, de las redes sociales de Cruïlla (sin acreditar)

La primera jornada del Cruïlla 2018 fue de calentamiento, con sólo tres conciertos. Aún así el recinto mostró una buena entrada. Arrancó Seasick Steve, que mostró una imaginería americano-sureña de lo más cañí; en formato trío, con pintas de camioneros red necks y él sentado en la clásica mecedora del porche. La música que desplegó le iba a la zaga; hard-blues tosco y pantanoso, con la batería aporreada. Steve iba trajinando una botella de vino y haciéndose traer las guitarras. Sólo se levantó para acercarse al foso y subirse una muchacha al escenario para que le hiciera de apoyo moral en el único tema que rompió el ritmo, ‘Walkin Man’, una sentida balada de amor muy en la línea de M. Ward. La cara de la chica eras de pasmo aunque, en favor de Steve, diremos que al menos no se mostró baboso. Tras devolverá de nuevo al foso, reemprendió el blues rocoso hasta el final. Un concierto divertido, aunque muy uniforme.

La estrella de la noche, claro, era Jack White. El suyo fue show en azules; la vestimenta de White y la mayoría de juegos de luces y proyecciones eran de ese color, en la línea de la portada de su último disco. Y aunque ‘Boarding House Reach’ parece un desvarío de retazos y sonoridades, su concierto fue recio, de puro y clásico rock, con su guitarra presidiendo y la batería dominando, muy por encima de los dos teclistas que le acompañaban y un repertorio que picoteó en sus diferentes etapas. Tras una intro de puros redobles ledzeppelinianos, ruido y distorsión, abrió con ‘Over and Over and Over’ para, enseguida, pasar a los White Stripes de ‘Hotel Yorba’, muy poco reconocible, endurecida pero igualmente dicharachera. De hecho, estiró las canciones, jugó con ellas y las iba usando para sus demostraciones sónicas y sus virguerías a la guitarra. Otras las hacía breves y las finalizaba abruptamente. Sólo hubo un pequeño momento de ruptura cuando sonó una caja de ritmos muy de los ochenta antes de tocar ‘That Black Bat Licorice’, que supuso el rápido regreso al stoner rock. La multitud, por eso, enloqueció con otro clásico de The White Stripes, ‘The Hardest Button to Button’ y la acompañó con palmas. Quizás mi momento favorito fue ‘We’re Going to Be Friends’, en que Jack abandonó la guitarra y rompió la dinámica hardrockera para interpretarla. Un breve respiro, porque enseguida retornó a los solos. ‘Connected By Love’ sonó algo menos histriónica, bien ejecutada, sin alcanzar del todo el gracioso desvarío de la original (se echaron de menos los coros) aunque la pausa confesional y el retorno desatado resultaron la mar de divertidos. Hubo muchos cambios de guitarra y mucha furia rock de protagonistas… excepto en ‘Would You Fight for My Love?’, en que los reyes fueron unos magníficos audiovisuales de estatuas en 3D, una de las pocas concesiones al concepto de show más allá de los riffs. Y para riff, claro, el de ‘Seven Nation Army’, con el que cerró el concierto, en una versión menos bruta , más psicodélica y larga. Festival de “lolololos” entre el público, las pantallas mimetizando los efectos de su famoso videoclip, Jack White dándonos lo que esperábamos de él. Todos contentos.

El que podría dar lecciones de frontman a casi todo el mundo (Jack White incluido) es Bunbury. Juncal, enérgico, todo un dandy, acompañado por una portentosa banda que lucía aspecto de homeless bohemios. Tras abrir con ‘La ceremonia de la confusión’, nos anunció que haría un recorrido por todo su repertorio. ‘Actitud correcta’, con rebordes prog, fue recibida ya como si uno de sus clásicos se tratara. ‘Expectativas’ tuvo un inmejorable trato de favor, aunque personalmente me quedo con la relectura a lo Waterboys’ de ‘Mar adentro’. Enrique la sigue cantando con las mismas inflexiones, la misma potencia. Absolutamente pletórico.

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Publicado por
Mireia Pería