En realidad se trata de un redescubrimiento, puesto que hablamos de una mujer con una extensa trayectoria artística, que comenzó en 1992 con el álbum ‘Je, tu, ils’, que la llevó a ganar el Victoire de la Musique a la mejor nueva artista femenina del año siguiente. En él facturaba un pop con guiños funk y R&B, en el que destacaban sus letras, que jugaban con el doble sentido del lenguaje y la sonoridad de las palabras. Su gran éxito llegó con su segundo álbum, ‘Zen’ (1996), en el que equilibraba pop y contemporaneidad electrónica. Desde entonces, su carrera ha proseguido en esa línea, firme pero de manera discreta –sin alcanzar una repercusión internacional, por ejemplo– con éxitos puntuales como los singles ‘Rue de la Paix’ (de ‘La Zizanie’ –2001–), ‘Je Suis Un Homme’ (de su disco ‘Totem’ –2007–) y ‘Avant L’Amour’ (de ‘Za7ie’ –2010–).
Desde 2015 Zazie ha ganado notoriedad por su papel de coach en la edición francesa de ‘La Voz’, donde uno de sus pupilos ganó en aquel año y ha repetido papel en ediciones posteriores. Desde esa posición mediática privilegiada, acaba de anunciar la próxima edición el día 7 de septiembre de su nuevo álbum, ‘Essenciel’. Un anuncio que realizaba mostrando en Instagram
su magnífica portada, que podéis ver encabezando este texto.El primer single de ‘Essenciel’ es ese ‘Speed’ que mencionábamos al principio y que, efectivamente, sitúa a Zazie (cuyo nombre real es Isabelle Marie Anne de Truchis de Varennes) ante una interesante reinvención sonora. Cierto que nunca ha rehuido la experimentación en sus trabajos previos, pero en esta ocasión, además, logra una composición que conjuga el impacto desde el punto de vista pop con un precioso trasfondo lírico: Zazie parece dirigirse a sí misma, forzándose a salir de cierto letargo (¿físico? ¿anímico?), a “salir de la caverna”, a reencontrarse con la vibración dentro de sí misma, a empujar a su corazón a latir a esa “velocidad”.
Musicalmente –la ha co-escrito con Édith Fambuena, experimentada artista que ha trabajado a la sombra de Franóise Hardy, Jane Birkin, Etiénne Daho o Brigitte Fontaine–, la propia canción traslada ese desperezarse para alcanzar la agitación en su aventurera estructura: parte de un delicado piano, que tenuemente va acelerando su tempo, introduciendo batería y sintetizadores que van haciendo ganar inercia a la canción y que nos conducen a una sorprendente catarsis bailable final que sabe a celebración vital, con guitarras, coros y vientos que empujan y elevan por los aires. Una fantástica progresión que, en su traslación al directo, resulta incluso más visceral y vigorosa. Detrás, podemos percibir cierto mensaje anti-ageism, no únicamente como artista, sino como ser humano: superada la cincuentena, el vitalismo parte desde uno mismo.