Música

Coitus interruptus de Travis Scott y carisma y clase de Jessie Ware en la primera jornada de FIB 2018

Después de varios años de ausencia, siento una extraña alegría al volver al recinto del FIB. ¡Y qué cómodo resulta en comparación a esos macrofestivales en el que reina el «más es más»! El recinto lleno de postadolescentes, mayoritariamente británicos, destila savoir faire. Y si encima entras mientras Caroline Rose se lía a cantar ‘Toxic’ de Britney, miel sobre hojuelas.

Mi primera parada fue The Magic Gang en el escenario Visa. Jack Kaye, su cantante, nos saludó en un castellano tan perfecto que hasta por un momento dudé si no me había equivocado de escenario. Obviamente, no. Su música veraniega, entre el pop británico de los 60, la bonhomía de Jack Johnson y los Weezer los delatan. El sol criminal que caía a esas horas no atemorizó a los centenares de personas que bailaban y cantaban sus canciones. Ni siquiera los acoples mortíferos que sufrieron durante un par de temas. Un punto insulsos y tópicos pero muy simpáticos, se dedicaron a elevar el humor de los presentes.

Me reencontré con Nothing but Thieves tras su visita a Santander del año pasado. Y, como el año pasado, me sorprendió el contraste de su rock épico, virando a Muse, con sus pintas, de lo más casuales, especialmente las de Conor Mason, su cantante. Sí que me parecieron más duros, en comparación a su anterior actuación. Pero más duros no significa mejor. Por algún motivo, esta vez no logré conectar con ellos. Conor paseó sus inflexiones vocales, el gran arma de la banda, el resto del grupo hizo gala de contundencia, se mostraron comunicativos… pero ni ‘I’m not Made by Design’ ni ‘Excuse Me’ lograron hacer mella en mí, a pesar de que se les notaba lo mucho que lo vivían. Supongo que, una vez perdido el factor sorpresa, me resultan demasiado manidos. Foto: Pau Bellido

Lo de «manido» y «tópico» no vale para Tune-Yards. ‘I Can Feel You Creep into my Private Life’ es un disco que me resulta extenuante, pero interesantísimo. Así que tenía curiosidad por ver su plasmación en directo. Pues bien, lo dinamitaron y sacaron lo mejor de él al llevarlo al terreno de lo físico, al hacernos bailarlo en vivo y ofrecieron el mejor concierto de la jornada. En formato trío, nos soltaron una andanada de freaky disco con conciencia implacable. Merill Garbus ejercía de duendecillo travieso, tocando el ukelele y usando su voz como quería (¡que bien cantó!), mientras la base rítmica brillaba, sobre todo una batería cañera y dominante. Garbus jugó con los samples, recordando aquellos lejanos tiempos en que iba sola, destilando una música de marcada locura rítmica, africanista y tribal. Merill se enajenaba cantando ‘Water Fountain’, entraban en furor trance en ‘Look at Your Hands’ o trasladaban a la perfección el dance crispado y las huidas psicodélicas de ‘Colonizer’, quizás la pieza central de su álbum. En ‘Coast to Coast’ relajaron la marcha, dejándonos su tema más pop y convencional, aunque recuperaron fuelle africanista y fragmentado en ‘Gangsta’. El momento más celebrado fue la pieza de música disco más clásica, ‘Heart Attack’, con el público entregadísimo y danzando sincopadamente. Me hicieron extrañamente feliz.

Everything Everything me hicieron temer otra sesión de rock épico intensito cuando abrieron con ‘A Fever Dream’, con Jonathan Higgs sentado al piano y llevando el tema a derivas Coldplay y siguiendo con ‘Desire’. Afortunadamente, pronto se olvidaron de esos terrenos y empezaron a ofrecer su repertorio más resultón, empezando con los dejes tropicales de ‘Everything Comes Alive’ y la muy hooligan y britpopera ‘Regret’. A partir de aquí, el concierto fue aumentando en interés. El grupo es solvente y Higgs, como frontman, es normalito… pero como voz, bastante portentoso. Se dedicó todo el concierto en bascular de falsetes a graves, a realizar acrobacias vocales, a sobrarse. En ‘Good Shot, Good Soldier’ sus cambios de tono nos encaminaron hacia un crescendo cautivador. También nos sacudieron mezclando a Blur y Pixies en ‘Can’t Do’, demostrando una gran mano para las melodías gustosas. La apoteosis llegó, claro, con ‘Spring/Sun/Winter/Dread’. No se me ocurre lugar más apropiado que Benicàssim para cantar eso de «I don’t want to get older’. Aunque, particularmente, la que más gracia me hizo fue ‘Can’t Do’, con su desvergonzado robo del ‘Good Life’ de Inner City, con los chocantes gorgoritos de Higgs reinando. Lo que amenazaba con ser un tostón, acabó en fiesta. Definitivamente, los Everything Everything son mejores cuando son menos trascendentes. Foto: Adrián Morote

Jessie Ware y sus obreros especializados, una banda uniformada en monos blancos -como de blanco iba la jefa-, ofrecieron el show más glamouroso de la jornada. Jessie remeda a las divas de los 80 y 90 (Whitney Houston a la cabeza), para crear su R&B neoclásico. Con una puesta en escena sobria y la banda destilando calidez sonora, Jessie reinó como una gran dama, derrochando simpatía, ganándose a la gente sin aspavientos innecesarios. Tanto si se dedicaba a los baladones, como ‘Alone’ o ‘Thinking About You’, como a derramar miel en ‘Champagne Kisses’, como a juguetear con el soul pop de los 80, a la Robert Palmer, en ‘Your Domino’, su interpretación era sentida e impecable. No en vano, todo giraba en torno al amor y sus variantes. Y no todo fue R&B, porque también tuvo leves fugas a los sesenta, a lo Burt Bacharach en ‘Midnight’ o a los girls groups en la melodramática ‘Say You Love Me’. Aunque dejó al personal en lo más alto cuando elevó el ritmo con ‘Wildest Moments’, la canción final. Carisma y clase. Foto: Adrián Morote

Lo de Travis Scott resultó bastante bluff. No tanto por el show en sí, como por la duración. Sólo 40 minutos de los 75 programados. ¿El motivo? Su actuación empezó con más de 35 minutos de retraso, pero finalizó a su hora. Su avión se retrasó pero, lamentablemente, no se retrasó el final del concierto. pena, porque el de Travis fue el espectáculo más masivo y grandioso de la noche. Dos pantallas enormes, una de las cuales era la alta tarima desde la que reinaba el DJ, donde se mostraban espectaculares proyecciones. Todo acompañado de fogonazos y chorros de humo. El montaje era tan enorme, que hasta a Travis se le veía empequeñecido, a pesar de ser la estrella.

Tras ‘Mamacita’, con la que abrió, se dedicó a abroncar a las primeras filas… al menos en apariencia. Porque parecía contento al ver a tanta gente. Travis, más que declamar, vociferaba sus rimas, mientras desgranaba el trap quasi apocalíptico de ‘Way Back, que contrastaba con lo espumoso de muchos de los demás temas. Ya se empezaban a ver los primeros lanzamientos de cerveza cuando Travis se encaramó a la plataforma entre chorros de humo, para entonar un oscuro, bélico ‘Go’ y, aunque todos botaran, la canción contenía algo muy atmosférico, casi de BSO. Aunque el clímax vendría con el ‘Sky Walker’ de Miguel, cuando Travis se lanzó a las abarrotadísimas primeras filas, incluso empezó a saltar con el público. Foto: Pau Bellido

Tras su baño de masas, el relax, el autotune y las voces pregrabadas en ‘90210’ calmaron el setlist. Travis se empezó a mostrar relajado, y su música más espumosa. Pero, ay, aquí empezó lo menos sugestivo del show. Porque empezó a encadenar retazos de canciones, apenas fragmentos. El público reconocía el tema, pegaba un par de botes y ¡bam! A por la siguiente. Y te sonaba ‘Pick Up the Phone’ pero enseguida se convertía en ‘Goosebumps’… Lo que ignorábamos, pero íbamos a descubrir enseguida, era que nos estaba colocando todo el repertorio restante en muy escaso tiempo. Porque, de repente, fundido a negro y la nada. Travis se largó sin despedirse.

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Publicado por
Mireia Pería