Música

‘1, 2, 3, drink’: no, ni Demi Lovato ni Amy «eligieron» ser drogadictas

“Nunca la oyes hablar, solo habla contigo y nadie más / Nada puedes sufrir que ella no sepa solucionar”. Estas palabras que cantaba Antonio Vega podrían ser sobre esa pareja perfecta que te comprende como nadie, ese amor de tu vida que te hace sentir lo que nadie, ese apoyo infalible… y de hecho lo son. Solo que, como podéis imaginar, ese “amor” no es una persona. No me pusieron ‘Se dejaba llevar’ en Medicina cuando abordamos la drogadicción, pero hubiese tenido sentido, porque el tema es un gran ejemplo de lo fuerte que puede ser la relación de una persona adicta a una sustancia con esa sustancia; en este caso, la heroína. A la versionadísima (especialmente espectacular la de Manzanita) ‘Je l’aime a mourir’ de Francis Cabrel se le sacaba también esa interpretación (“y me cose unas alas y me ayuda a subir / a toda prisa, a toda prisa / la quiero a morir” decía en su versión castellanizada… rush, anyone?). Las drogas se clasifican en estimulantes, depresoras y alucinógenas -con el cannabis nadando en un limbo-, pero son las depresoras a las que estamos haciendo referencia, y ambas canciones sirven, como decimos, de ejemplos de lo bestias que pueden ser los efectos de estas drogas, y lo “bien” que pueden venirle esos efectos a alguien cuando siente que está absolutamente roto. O, mejor dicho, lo “bien” que esa persona cree que pueden venirle esos efectos y que, como cualquier adicción, es un parche. Un parche peligroso.

“Un momento de vulnerabilidad es todo lo que hace falta para recaer en tu adicción. (..) Y solo hace falta una recaída para morir.” Estas palabras son de Demi Lovato refiriéndose a la sobredodis de Cory Monteith, y en las últimas horas cobraron de nuevo relevancia tras el ingreso de la propia Demi en urgencias por una sobredosis de lo que parecía ser heroína (aunque una fuente que cita People niega que fuese esa sustancia). La intérprete de ‘Confident’ parece estar ya fuera de peligro, pero ni siquiera cuando pensábamos que se debatía entre la vida y la muerte cesaba un tipo concreto de comentarios en Twitter, en webs y en cualquier conversación: el tipo de comentarios que, ya sea a través del humor negro o de un explícito desprecio, usaban como argumento el “ella se lo ha buscado”, “ella lo ha elegido”, “no eliges tener una enfermedad mental pero esto sí” o la inevitable demagogia de “esto está quitando recursos y médicos que deberían tratar el cáncer y enfermedades reales”. Y ahí lo tenéis. Ésa es la clave: enfermedades “reales”. El CIE-10 (aún con sus carencias) considera dentro de las distintas patologías mentales los trastornos por consumo de sustancia, dedicándole todo el F10 (y el DSM-V hace lo propio en su clasificación). No se trata, claro, de que la etiqueta de enfermedad lleve a infantilizar a los adictos, puesto que eso tampoco les beneficia; se trata de tener un mayor conocimiento y saber cómo se puede ayudar, si es que se puede. Mucha gente dice que a ver, que en los 80 tiene un pase, pero, con la información que hay ahora sobre las drogas, ¡¿cómo es posible que la gente se drogue?!… y lo de la información juega un doble papel, porque podríamos decir que, con la información que hay ahora, ¿cómo es posible que la gente siga viendo la drogadicción más como una elección que como una patología? Pero así es.

Hay muchas concepciones sobre salud y enfermedad que se acercan más a la enfermedad que a la salud, y que saltan a los medios y a las conversaciones del día a día cuando afectan a alguien famoso. Un ejemplo es eso de “luchar contra el cáncer” y lo que esa narrativa implica, y otro ejemplo lo podemos encontrar con las drogas, como hemos podido comprobar con Lovato, o hace unos días con el aniversario de la muerte de Amy Winehouse, o con cualquier otro caso similar. “No me da ninguna pena” o “lo ha elegido” son algunas de las reacciones que suelen despertar estas noticias, y, aunque al ser una celebridad llame más la atención, evidentemente no cambian si la persona no es famosa: es innegable la consideración general del adicto como el producto último del lumpen, como escoria, igual de basura que el brik de vino Don Simón que hay a su lado. Con esa consideración no son de extrañar, desgraciadamente, los comentarios de juicio, los de desprecio, los de los recursos médicos que mencionábamos antes, e incluso los que rayan en el liberalismo psicópata de “los drogadictos tendrían que pagarse ellos mismos los tratamientos y, si no pueden, pues selección natural”. Y si hablamos de un famoso, y sobre todo de una famosa, sigue recibiendo el “no me da ninguna pena”, porque ahí entran en juego la envidia y la satisfacción de hacer leña del árbol caído -el árbol poderoso caído-. O, sin llegar a ese extremo, la inocente incomprensión: con todo lo que tiene, ¿para qué necesitaba las drogas?

«¿Para qué necesita alguien una droga? Eso daría para varios artículos pero, como no se trata de convertir esto en una clase de Drogodependencias, podemos resumirlo en que hay gente más propensa a adicciones y que esto es tanto por ambiente (experiencias vitales que han forjado una personalidad concreta más proclive a ello) como por el propio genotipo (como en muchas otras enfermedades mentales, existe una carga genética), y una relación estrecha con otros trastornos mentales que, como en el caso del TLP, raro es cuando no van de la mano. Y también que la adicción tiene una base fisiopatológica, y que la dopamina, la vía mesolímbico y el circuito de recompensa cerebral hacen que el concepto de “dejarlo para siempre y jamás recaer” sea posible pero nada fácil. Healing is difficult, que decía Sia. Otra forma de resumirlo son las palabras de Antonio Escohotado: “las drogas deberían ir de conocimiento, amor propio y placer, tres cosas dignas en cualquier situación y circunstancia. Debido a la prohibición y a la fragilidad de la naturaleza individual, no solemos tener eso”. En una persona drogadicta con frecuencia se mezclan esa fragilidad con una fortaleza interior considerable. Porque, a pesar de las recaídas, se necesita mucha fortaleza para aguantar; para, una vez que has estado dentro, intentar que el tiempo de sobriedad sea equivalente al tiempo de vida. Esto es complicado de por sí por puras razones químicas, pero es que el contexto de una persona adicta no suele ayudar.

En el contexto concreto de Demi Lovato, ella misma advertía en la reciente ‘Sober’ que “it’s only when I’m lonely / Sometimes I just wanna cave and I don’t wanna fight / I try and I try and I try and I try / Just hold me, I’m lonely.” Y es que, además de su reciente diagnóstico de trastorno bipolar, le han acompañado síntomas depresivos prácticamente desde niña, un padre alcohólico, acoso escolar y una lucha constante contra un TCA que le llevó a estar así, un TCA al cual le estaba ganando cada vez más la batalla, dejando las dietas extremas y llegando a subir fotos de su celulitis… algo digno de aplauso teniendo en cuenta la de chicas adolescentes que le siguen y que lo que suelen ver de sus ídolos son cuerpos “perfectos” imposibles – a pesar de esto, Lovato cantaba “I wanna be a role model, but I’m only human” en la mencionada balada.

Y muchos olvidan también que hay una persona tras ese modelo, tras la famosa. Que, tanto en el caso de ella como en el de una cantante que sale al escenario borracha, hay alguien con sus luces y también con sus mierdas… o quizás no tiene tanto que ver el componente famoso y se comportan igual con el adicto anónimo de dos calles atrás. En cualquier caso, esperemos que cada vez haya más educación sociosanitaria sobre la entidad patológica que suponen las adicciones, y que esto influya positivamente en la (poca) empatía que rodea este tema. Y, en cuanto a Demi, esperemos que, como en otras ocasiones, se levante de nuevo. Like a skyscraper.

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Publicado por
Pablo Tocino
Tags: demi lovato