Ethan Hawke, en crisis espiritual en ‘El reverendo’, la última y brillante película de Paul Schrader

Paul Schrader, guionista de ‘Taxi Driver’ y ‘Toro salvaje’, y director de películas tan aclamadas como ‘Mishima’, ‘Posibilidad de escape’ o ‘Aflicción’, llevaba años artísticamente poco inspirado y sin conseguir realizar ninguna película que generara el entusiasmo de las mencionadas. Desde el Festival de Venecia del año pasado, ya llegaban rumores de que esa mala racha se había roto con ‘El reverendo’, película sobre un pastor evangélico en una pequeña iglesia de Nueva York sumido en una especie de crisis espiritual y marcado por el dolor de la pérdida de su hijo en la Guerra de Irak. Y así ha sido.

El filme comienza con unos créditos que inevitablemente recuerdan a la época del Hollywood dorado, y en formato cuadrado (4:3), presentando con largos planos la iglesia donde vive y ejerce el protagonista. Desde el mismo momento en el que nos los presentan, ya se palpa el dolor y el tormento que sienten todos los personajes: gente perdida y atormentada que lucha por encontrar algún motivo para seguir viviendo. No es gratuito que entre todos sus conflictos personales, la religión se presente como telón de fondo, ya que Schrader se crió en una estricta fe cristiana, y es uno de los temas que han marcado toda su trayectoria como cineasta. Para representar este entorno, recurre a tonos grises e invernales utilizados sabiamente para plasmar el drama y las dudas existenciales de sus personajes a la deriva. El director confía en un estupendo Ethan Hawke para encarnar al reverendo en una de esas interpretaciones introspectivas que requieren mucho más esfuerzo del que parece, pues es un personaje lleno de contradicciones internas bajo una total seriedad y con una fachada de normalidad aparente. De hecho, tanto el diseño de producción como las interpretaciones son absolutamente sobrias. Amanda Seyfried, quien poco a poco va demostrando que es una actriz mucho más versátil de lo que pudiese parecer, interpreta a la mujer de un activista sumido en una enorme depresión que acude habitualmente a la iglesia del protagonista.

El filme sorprende por sus largos planos y un ritmo decididamente pausado en el que nos encontramos con diálogos espléndidos que aguardan reflexiones muy profundas sobre la fe. No es una película fácil, pues exige al espectador una implicación total para apreciar la evolución del fascinante protagonista y para no pasar por alto todos los temas tan diversos que Schrader pone sobre la mesa más allá de la evidente crítica a las religiones, como la radicalización, el terrorismo, la represión, la muerte, etc.

Dejando a un lado el existencialismo y la sobriedad de la propuesta, hay una secuencia decisiva (que no desvelaremos) en la que Schrader permite que la narración se deje llevar exclusivamente por las emociones de sus personajes. Una decisión arriesgadísima, con la que dividirá a la audiencia –pues supone una ruptura total con todo lo anterior-, pero que desde aquí reivindicamos como brillante. Y ese no es el único riesgo que toma el director, el otro llegará con uno de los finales más radicales e impactantes que se han visto en mucho tiempo. De los que logran que la película cobre aún más fuerza y que se quede contigo durante varios días. 8.

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Publicado por
Fernando García