1. El nivelazo de la producción. Y no me refiero solo a la “lana”, que hay mucha y se nota, sino también a su nivel artístico. Los diez episodios de la serie se los han repartidos entre cuatro directores: los habituales Andrés Baiz y Josef Kubota Wladyka, que ya habían dirigido episodios de las temporadas anteriores, y -y aquí viene la sorpresa- Alonso Ruizpalacios, director de la multipremiada ‘Güeros’, y Amat Escalante, uno de los pesos pesados del cine de autor mexicano, con premios al mejor director en Cannes (‘Heli’) y en Venecia (‘La región salvaje’). La banda sonora la firma el oscarizado Gustavo Santaolalla (‘Brokeback Mountain’, ‘Babel’) y la dirección artística Salvador Parra (‘Volver’, ‘El embrujo de Shanghai’). Aunque a la postre lo que se impone es la personalidad de los tres creadores de la serie (Chris Brancato, Carlo Bernard y Doug Miro), no se les puede acusar de falta de ambición artística.
2. El final de la temporada. Los dos últimos capítulos de ‘Narcos: México’ son los que más se parecen a los mejores episodios del ‘Narcos’ colombiano. Son intensos y emocionantes. Hay giros sorprendentes (dentro de las pocas sorpresas que puede haber ya en un esquema narrativo tan previsible), escenas de acción vibrantes, vigorosos pulsos entre personalidades, impactantes “contraplanos” documentales (la falta de imágenes de archivo como contrapunto se echa mucho en falta en el resto de los capítulos), pintorescos retratos costumbristas y duelos verbales que nos recuerdan por qué nos gustaba tanto cuando Escobar abría la boca y miraba a su interlocutor directamente a los ojos. Son la promesa de una quinta temporada (ya confirmada) en la que seguramente irá emergiendo el único personaje con un historial delictivo que parece capaz de hacer sombra al capo de Medellín, el “Chapo” Guzmán, y el del narrador de esta temporada, que aparece al final y resulta muy prometedor (incluido el actor que lo interpreta).
1. Un duelo descafeinado. Desde un punto de vista narrativo, esta temporada de ‘Narcos’ está planteada como una pelea a cara de perro entre el agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena, interpretado por Michael Peña (‘Ant-Man’, ‘La gran estafa americana’), y el “padrino” Miguel Ángel Félix Gallardo, jefe del cártel de Guadalajara, a quien da vida la estrella mexicana Diego Luna (‘Rogue One’, ‘Y tu mamá también’). Pues bien, ni los personajes ni los actores están a la altura de lo esperado. A Gallardo le falta más carisma que al rey Felipe. Quizá fuese así en la realidad, pero como personaje de ficción parece el que le limpia la piscina a Escobar. Tampoco ayuda la interpretación de Luna, que desaparece del plano cuando lo comparte con Tenoch Huerta (Rafa Quintero) y, sobre todo, con Joaquín Cosio (Don Neto), quizá el personaje con más peso dramático de la serie. En cuanto a Kiki, su apodo ya lo dice todo: un pelo del bigote del agente Peña tiene más presencia, hondura psicológica y atractivo que todo el agente Camarena.
2. Sobra la mitad de la serie. Los cinco primeros episodios de ‘Narcos: México’, centrados en el tráfico de marihuana, se los podían haber fumado. Son droga blanda: previsibles, poco interesantes y escasamente relevantes para el desarrollo posterior de la historia y los personajes (con unas cuantas pinceladas hubiera bastado). Esta sensación de relato estirado, de estar ante una introducción demasiado larga de la temporada que viene, planea sobre la serie como los aviones de la policía sobre las plantaciones de maría. ¿Habrá de verdad “plata y plomo” en ‘Narcos: México’ temporada 2? 6’9.