Este recurso visual, en el que se mezclan con sutileza y emotividad la evocación nostálgica y la autodestrucción analgésica, es, desgraciadamente, una excepción en esta serie. La mayor parte de los seis capítulos de ‘After Life’ carecen de este tipo de imaginativas soluciones narrativas. Desde los vídeos que ve repetidamente el protagonista sobre su mujer, cuya función dramática es bastante limitada y parecen colocados simplemente para dar información al espectador, hasta algunos de los personajes secundarios (la viuda del cementerio, el psicólogo, la “trabajadora sexual”), muy esquemáticos y que solo sirven para darle la réplica a Gervais, gran parte de la mecánica de la serie resulta demasiado transparente.
La sensación que uno tiene viendo ‘After Life’ es que, aunque la historia es medianamente divertida y hasta emotiva, todo resulta muy artificioso. Se nota demasiado que las acciones y relaciones entre los personajes están estratégicamente situadas para que el cómico suelte un chiste ácido, una contestación mordaz o escupa un exabrupto nihilista. El problema no es lo que dice. La serie tiene diálogos y escenas divertidas (sobre todo los que tienen que ver con los reportajes periodísticos), reflexiones interesantes (acerca del duelo y el suicidio), y momentos de genuina profundidad dramática. El problema es cómo lo dice.
Este desequilibrio se pone de manifiesto con especial énfasis en el capítulo final (aunque acaba de confirmarse la segunda temporada de la serie). Gervais se quita la nariz de payaso y se pone el sombrero de James Stewart en ‘Qué bello es vivir’. El creador de ‘The Office’, famoso por sus corrosivos monólogos y temido por sus faltosas presentaciones de los Globos de Oro, intenta romperle la cintura al espectador inyectándole ternura y sentimiento a su característico humor sarcástico. No funciona. No me lo creo. Me quedo con el Gervais de su fabuloso último monólogo: ‘Humanity’. 6.