The Cranberries habían cancelado una gira mundial a medias en 1996, cuando presentaban ‘To The Faithful Departed’, el primer tropezón de su carrera, un disco sobre la muerte que paradójicamente casi se los lleva por delante, especialmente a Dolores, que perdió una cantidad preocupante de peso tras tomar según ella misma «solo café y tabaco». «La gente decía que padecía anorexia, pero parecía que lo único que le importaba a la gente era el dinero. “Que la jodan, debe de pesar 40 kilos, debe de estar muriéndose, pero bueno, ¿qué pasa con la gira?”, reflexionaba después sobre la hipocresía que la rodeaba.
Dolores indicaba ya entonces que hacer el tercer álbum del grupo de manera tan precipitada había sido un error: «Teníamos que haber parado en lugar de hacer el tercer álbum. Pero nos convertimos en algo tan grande que teníamos una cantidad de presión enorme para continuar. Fue un disco muy deprimente. Vivíamos en hoteles y autobuses y ni siquiera podíamos salir a dar una vuelta. Me sentía como una prisionera. Mi abuela murió y como estábamos en Australia no pude ir al entierro. Recibes una llamada de que alguien ha muerto y tienes que olvidarte de eso y dar un concierto. Emocionalmente no estás en contacto con nada. Estás aislado, jodido y solo». Idea que compartía el guitarrista y co-autor Noel Hogan según la entrevista que nos concedía este año: «Tengo sentimientos encontrados con el tercer disco. Creo que después de los dos primeros, deberíamos habernos retirado una temporada. Fueron seis años seguidos grabando, girando… Escribíamos muy rápidamente, fue fácil escribir esos dos álbumes. Personalmente, en el tercero no estaba tanto “ahí”, en juego, por decirlo de alguna manera. Pasaron muchas cosas, es un disco que nunca he sentido mucho. Hay canciones que me gustan, otras que están OK, pero creo que podríamos haberlas hecho mejor».
Como consecuencia, en octubre de 1996 la banda se separó y perdió medio año el contacto sin verse ni hablarse después de haber «pasado cada día juntos desde los 17 años». Contaba Dolores: “Allá adonde iba, la gente me señalaba, diciendo que era una anoréxica y una zorra. Un terapeuta me dijo que me fuera a un lugar donde nadie me conociera, así que me fui al Caribe durante unos cuantos meses, donde nadie nunca había oído hablar de Cranberries. Fue fantástico sentirme humana otra vez». ‘Bury the Hatchet’ es a todas luces el disco de esa desconexión, un álbum mucho más luminoso que el anterior, con momentos tristes como la preciosa balada acústica ‘Shattered’ o el desolado tema al piano ‘Dying in the Sun’, pero en general mucho más optimista y hasta divertido, grabado durante el primer embarazo de Dolores, que según ella misma cambió su perspectiva de la vida.
Noel Hogan solía decir en las entrevistas que en ocasiones tenían que detener las grabaciones de ‘Bury the Hatchet’ porque les daba la risa, y el grupo que había grabado ‘Zombie’ y ‘Salvation’ sobre la violencia en Irlanda del Norte y el consumo de drogas, no era un grupo «divertido» precisamente. Pero aquí hay varias canciones que rozan lo descacharrante. ‘Delilah’, planteada como «algo que hiciera sonar a ‘Zombie’ como una balada» en declaraciones a la revista Q, fue escrita tras un ataque de celos sufrido por Dolores cuando una mujer «con unas tetas enormes» empezó a manosear a su marido en un pub. ‘Promises’ es una canción sobre el divorcio en Irlanda pero planteada desde un punto de vista humorístico como se aprecia perfectamente en su videoclip; y su amenaza «porque apostaste, ahora tendrás tu merecido» va más lejos todavía en ‘Loud and Clear’, donde la Dolores que veíamos humillada en ‘Put Me Down’ (a la que referencia) ahora se levanta para retar: «espero que nunca consigas lo que quieres / te estoy lanzando un hechizo para complicarte la vida / espero que pinches allá donde vayas con el coche / que el sol se cebe contigo y te despelleje vivo».
Las cuestionadas letras de Dolores (y la prensa anglosajona se cebó con el disco nada más empezar con su por otro lado icónico «suddenly something has happened to me / as I was having my cup of tea») están aquí más trabajadas, con campos semánticos muy rara vez utilizados por ella, hasta el punto de que a menudo parece haber recurrido a un/a co-letrista de confianza. Sucede por ejemplo en textos que no parecen de The Cranberries como ‘Desperate Andy’, ‘Promises’ o ‘Copycat’, donde encontramos referencias a «motocicletas de 1957», «telas de araña en el armario» o al «vestuario» de las boybands. Pero lo cierto es que volvió a hacerlas sola.
Ciertamente se agradeció el esfuerzo, si bien como era habitual, donde mejor brillaba O’Riordan era en la sencillez de ‘What’s On My Mind’, además de por supuesto en la claridad del texto de ‘Animal Instinct’, una melodía absolutamente escalofriante que permanece como favorita entre sus fans; o ‘Just My Imagination’, sobre huir de la depresión y simplemente ser feliz lo más cerca posible de la realidad. Dolores, que había descrito su obra maestra ‘No Need to Argue’ como «el sonido de alguien rompiéndote el corazón», describe ‘Bury the Hatchet’ como «su retorno a la realidad». Noel Hogan dice ahora que los discos de Cranberries siempre han tenido un punto de luz y oscuridad, pero este es el que más muestra de lo primero y el que más alejado suena de esa Dolores inestable que terminaría siendo diagnosticada con desorden bipolar, y finalmente falleciendo a causa de un consumo masivo de alcohol.
Nada en 1999 nos hacía presagiarlo: el grupo mide más la cantidad de conciertos, actuaciones y promo y se toma largos descansos entre continente y continente. En Madrid acuden primero a un escenario pequeño como La Riviera, donde recuerdo ver sacar a hordas de gente aplastada, desfallecida y llorando de las primeras filas, como si estuviéramos viendo en verdad a una de las boybands parodiadas en ‘Copycat’, y varios meses después actúan ya en el Palacio de los Deportes con un buen montaje en varias alturas, pantallas y varios trucos escénicos, como el ascenso de Dolores a los cielos al piano en ‘Dying in the Sun’.
Por qué el disco «solo» 3 millones de copias cuando ‘To The Faithful Departed’ había vendido el doble y ‘No Need to Argue’ hasta 17 millones de unidades puede estar explicado por varios factores: el lapso de 3 años entre álbum y álbum, la pérdida de confianza en el grupo por parte de Island, que seguramente empezó a percibirlos como un grupo inestable, máxime teniendo en cuenta sus declaraciones contra la industria; el ataque de la prensa hacia sus letras, y el abandono de las radios anglosajonas y universitarias, pues aunque el grupo rondara los 27 años a su edición, empezaba a parecer un grupo «adulto», como se aprecia en el vídeo de ‘Animal Instinct’, dedicado a la maternidad.
No sumó, definitivamente, la extraña portada de Storm Thorgerson, quien había trabajado con Pink Floyd, pero no resultaba tan apto para una banda de pop-rock menos ambiciosa. Thorgerson habló de su trabajo con Cranberries, refiriéndose a cómo Dolores le contaba historias de su vida para inspirarse, llevándole a la conclusión de que había pasado «tiempos difíciles». Había un concepto detrás que era rebelarse contra la presión de los medios, pero el artwork no gustó, incluso fue censurado en algunos países y dejó de lado las estupendas fotos de promo que se había hecho el grupo, las mejores de su carrera. Tampoco debieron ayudar nada unas declaraciones a la revista Q en la que Dolores se cebaba contra los Corrs («subraya mis palabras, The Corrs jamás serán grandes en América»), y que por si fuera poco, recalcaba cuando le repreguntaban en otros medios: «No debería decir nada porque ya me he metido en problemas, pero no hay ningún desafío en hacer folk irlandés. Podría hacerlo fácilmente, pero eso es para un pub, cuando se lo añades al rock, queda muy cutre».
Sin embargo, el álbum, aunque un fracaso estrepitoso en Reino Unido y Estados Unidos, obtuvo un éxito muy marcado en lugares como Canadá, Italia, Francia y muy especialmente España, donde ‘Bury the Hatchet’ fue multiplatino y pasó más de un año en listas, superando muy holgadamente las ventas del anterior, dejando por aquí un cuarto single (‘You and Me’) e incluso un CD promo para el quinto (‘Copycat’). No está, desde luego, a la altura de sus dos primeros álbumes, pues en muchos detalles -sobre todo en la producción de cuerdas y guitarras eléctricas- se echa de menos a Stephen Street, pero tiene material más que suficiente para no caer en el olvido.