Arévalo cuenta aquí la historia de dos hermanos, especialmente del más pequeño, que pasa sus días escapándose (y volviendo) de un centro de menores en el que está recluido por diversos hurtos. Allí sufre las burlas de sus compañeros, que lo ven como un bicho raro (no se menciona de forma explícita en la película, pero las múltiples referencias al respecto parecen indicar que Héctor tiene Asperger). Por tanto, su único apoyo allí es una de las monitoras y, sobre todo, Oveja, un perro del que cuida. Cuando una familia adopta a Oveja, Héctor «convence amablemente» a su hermano mayor para que le ayude a recuperarle, y además le pide ayuda para llevar a su abuela moribunda, la única familia que los hermanos tienen, a su pueblo para ser enterrada allí. Cuando esta aventura que viven ambos se presentó en el Festival de San Sebastián, reconozco que fui a verla con ciertas reticencias. Pero me llevé una grata sorpresa al descubrir una entrañable road-movie con un buen equilibrio entre ñoñería y dosis de humor que huyen de la típica heterada, pese a que la historia podría prestarse a ello. La reacción general de la prensa fue positiva, y a esto contribuye la sensación que transmiten diálogos y actores, y la química que tienen ambos.
Tanto para Biel Montoro como para Nacho Sánchez era su primera vez en un papel protagonista en el cine (¡y para Nacho es su primer papel en el cine!), y la verdad es que cuesta creerlo, puesto que el trabajo que hacen es clave en la naturalidad que se respira en las conversaciones entre los dos hermanos. El caso de Biel es más difícil: además de la naturalidad, tenía a su cargo un personaje complejo que podía caer en la caricatura, y el chico sale más que airoso. Nos creemos a Héctor y consigue su objetivo de ponernos de los nervios y a la vez resultar adorable; según el momento, queremos darle un abrazo o una colleja. El chaval está fantástico, y sí, no sería de extrañar una nominación al Goya a Actor Revelación por aquí –o por partida doble, si en cuanto a Nacho contamos solo el cine. Sánchez Arévalo ha comentado en entrevistas que no quería actores conocidos en esta película («ni siquiera un cameo de Antonio de la Torre»
) y que la relación entre ambos chicos fue un aspecto que abordaron especialmente, permitiendo a los actores aportar sus propios detalles personales (y a él mismo: lo de «aboria» es una anécdota real del director de ‘Primos’). Y se nota: la naturalidad y el buen rollo que (pese a las tensiones constantes entre ellos) se respira entre los hermanos componen una de las grandes bazas de la película. Y, la verdad, en Donosti sentaron muy bien al cuerpo después del mazazo emocional que nos dio horas antes ‘La hija de un ladrón’. Los preciosos paisajes de Cantabria (espectacular la fotografía de Sergi Vilanova) también ayudan.La principal pega que se le puso en el pase fue que era demasiado «blanca», especialmente por cierta escena que, aunque puedo entender que haya a quien resulte ñoña, creo que está perfectamente dentro de la propuesta que la película quiere hacer: si la has comprado, puedes comprar también eso. Sí comparto lo de «blanca» en cuanto al tema sexual, pues es un poco extraño que la sexualidad esté completamente ausente en un coming of age, pero no creo que en general ‘Diecisiete’ sea ñoña, sino tierna. Y eso no es problema: la película nunca niega ese carácter, sino que lo abraza. «La ficción es la mejor de las terapias. Si ‘Primos’ fue una respuesta a una ruptura sentimental, ésta lo es a la necesidad de repensarse», comentaba Sánchez Arévalo. Y tiene razón: ‘Diecisiete’ es esa película que vas a odiar si lo que te apetece no es precisamente un «lugar feliz», pero si estás en el mood adecuado, puede resultar hasta terapéutica. E incluso si estás de un humor de perros (jé), igual hasta te sorprendes esbozando una sonrisa con ella. 7,5.