Polanski, de 86 años, reconoció en su momento haber abusado sexualmente de Samantha Geimer a finales de los años 70 cuando ella tenía 13 años y él más de 40. Aunque ella le perdonó, escribió un libro al respecto y pidió que se pasara página por su propio bien, desde hace una década el director no puede visitar países de los que sería extraditado a Estados Unidos y su caso, con la suma de otro nuevo de 1975, ha sido asociado a la era del #MeToo. ‘El oficial y el espía’ es una película que muy descaradamente invierte 130 minutos en cuestionar los juicios rápidos de la opinión pública. El espectador acompaña a Dreyfus en su calvario y es casi inevitable ver a Polanski encerrado en su misma celda, por mucho que este lo considere «una aberración». Aunque solo sea porque no pudo acudir a la presentación de esta cinta en el Festival de Venecia para no ser extraditado.
Los paralelismos entre Dreyfus y Polanski no han escapado ni una sola de las reseñas de la película, y ahí es clave la sobriedad -en busca de la objetividad- de la misma desde el punto de vista formal. La película prescinde del suspense o cualquier atisbo de claustrofobia ante el dolor que genera una acusación falsa (esto no es ‘La caza‘, por ejemplo), para dar la sensación de estar mostrando hechos y datos objetivos. Que esto pueda tener algo que ver siquiera con el caso Polanski generará debates que pueden ser interesantes y enriquecedores en el mejor de los casos, pero desagradables e incómodos, en el peor. Si su idea de combatir lo que en algún momento su entorno ha llamado «neofeminismo» era con una película inspirada en las instituciones de 1894, y por tanto prácticamente sin personajes femeninos, no suena precisamente brillante. La única mujer de esta historia es su esposa en la vida real desde hace 30 años, la actriz y cantante Emmanuelle Seigner, que tiene un pequeño papel secundario, con un guiño a su propia independencia demasiado tibio… pero que ahí está, como «por si acaso».
Sin embargo, ‘El oficial y el espía’ abre muchos otros frentes que, pese al esfuerzo de la notable dirección artística por situarnos en el París de finales del siglo XIX, parecen estar hablándonos del París de hoy. La película habla de antisemitismo, porque además la familia del propio Polanski sufrió el Holocausto, y el guión, inspirado en el libro homónimo de Robert Harris (el director ya trabajó con él en ‘El escritor’), muestra a personajes que representan a la Francia de hoy. Uno llega a decir que ya no reconoce a Francia, con todas las connotaciones desvergonzadamente racistas que puede tener actualmente. Otro habla por el contrario de la «descomposición de la sociedad» por su falta de interés en la verdad. En algún momento puntual, la película parece contener cierta crítica a los juicios de la opinión pública en una era en la que un comentario desafortunado en Twitter puede arruinar una carrera, pero Polanski también nos está hablando, con mayor profundidad, de la historia de Europa durante el último siglo, y del punto actual en el que nos encontramos respecto a racismo y xenofobia.
En ese sentido, la mejor decisión de ‘El oficial y el espía’ es haber puesto todo el foco realmente en «el oficial» y no en la víctima, que al fin y al cabo tenía poco más que contar que lo que se hallaba entre sus cuatro paredes en medio de la nada. Es el coronel Georges Picquart el verdadero protagonista, no tan apegado a Dreyfus ni a la lucha por los judíos -más bien todo lo contrario- como a la sensación de justicia en París, a su lucha contra la corrupción en el ejército, en los tribunales y en el gobierno, de nuevo como símbolo de las lacras en las instituciones que hemos venido arrastrando hasta el siglo XXI. Es reseñable que el título en francés del filme sea ‘J’accuse’ («Yo acuso») en homenaje al célebre texto de Émile Zola que tiene un enorme protagonismo en la trama, porque ahí es donde se pone el foco en otro punto interesante: la importancia de la prensa veraz e independiente ahora que estamos en la era de «¡si la información es gratis!» y las «fake news». 7,5.