Música

Sparks / A Steady Drip, Drip, Drip

“Un constante goteo, goteo, goteo” es, además del título del nuevo álbum de los inclasificables, inigualables y adorables Sparks, una buena metáfora de cómo se ha desarrollado su carrera: 24 álbumes publicados a lo largo de casi 50 años de carrera (!) sin desfallecimiento alguno, incluso aunque la respuesta del público general no siempre (casi nunca, en realidad) fuera la mejor. No así la de sus fans, que, por cierto, han ido aglutinando generación a generación. Incluso diría que, gracias al carácter dadaísta de muchas de sus composiciones, hasta podrían hacer tilín a algún infante avispado (no absorbido aún por las tendencias, quicir) y de mente abierta. Quizá la clave esté en que, dicen, se plantean cada disco como si fuese el primero. Y esa frescura y la diversidad de sus sonidos, entre el rock setentero, la ópera (rock o no), la psicodelia, la electrónica primigenia, las torch-songs… –todo sumado, y a veces sonando al mismo tiempo– propician que cada disco sea perfecto para introducirse en su peculiar mundo.

Así sucedía con ‘Hippopotamus‘, su estupendo álbum del año 2017, y así pretenden que sea con este ‘A Steady Drip, Drip, Drip’. Y quizá lo sea, si bien, al contrario, es bastante posible que los convencidos de que los hermanos Russell y Ron Mael son unos genios de la música no valorados como tales (algo que no necesitan y con lo que bromean con frecuencia en estas canciones) no quedemos demasiado impresionados por su vigésimo cuarto trabajo de estudio. La recurrencia de sus recursos creativos más habituales –el desconcierto, la parodia– no se ve en varias ocasiones correspondida con el ingenio necesario para que no tengamos la sensación de haber escuchado tal o cual canción en otra ocasión.

Quizá sea que, instigados por su ingenio lírico, a veces dilaten de más ganchos que en realidad no daban para tanto, como los de la tontuela ‘Lawnmower’, ‘Sainthood Is Not Your Future’ o ‘Pacific Standard Time’. O incluso, en sus reconocibles delirios, se les vaya la mano con las fracturas de estructuras y tempos –cercanos a los de la música clásica–, como sucede en ‘The Existential Threat’ o una ‘Nothing Travels Faster Than the Speed of Light’ que es prácticamente heavy metal tocado exclusivamente con teclados. En el otro lado de la balanza, extravaganzas como ‘Stravinsky’s Only Hit’ u ‘Onomato Pia’ rezuman chispa, gracias también a su desopilante imaginación para las letras: la primera, imagina a Igor Stravinsky como una estrella del pop entregado al desenfreno, hasta que gana su primer Grammy; la segunda, dibuja a una absurda diva que no habla ni gota de inglés o italiano, pero tiene un gran «don comunicativo» («¿lo pilláis?»

, bromeaba Russell en la imperdible «fiesta de escucha» del disco que organizó Tim Burgess en Twitter).

Y otra vez, los textos de Sparks realmente marcan la diferencia. Los Mael se distinguen por una pulcritud y cuidado exquisitos del lenguaje, sirviendo sin duda como referente a discípulos como Stephin Merritt, The Divine Comedy, Hidrogenesse, Pulp o The Lemon Twigs. Es parte de su esencia, de su propuesta artística y en ningún modo lo hacen de manera elitista ni esnob. Más bien al contrario, sus versos rezuman imaginación y sobre todo sentido del humor, que hacen que la idea más peregrina resulte divertida de leer: da igual si nos hablan sobre la madurez personal y artística (tierna y divertida a un tiempo ‘All That’) o una relación quemada (‘I’m Toast’), o dedican una oda a un cortacésped (‘Lawnmower‘) o a un probador de ropa invernal de Uniqlo (tal cual, palabra por palabra, es lo que cuenta ‘Left Out In the Cold’). Incluso, de forma totalmente atípica en ellos, se permiten soltar unos cuantos «fucks»: por una parte, en una ‘iPhone’ que invita a «dejar el puto iPhone y escúchame», pero no espetado por ellos en sus conciertos (que también) sino imaginado en personajes histórico-bíblicos como Adán y Eva o Abraham Lincoln; y por otra, ‘Please Don’t Fuck Up My World’, un himno cantado (literalmente) por niños que reclaman un futuro viable en lo medioambiental.

Es lo que tienen los genios: que incluso sin que estemos ante su mejor disco, logran que valga la pena prestarles atención. Sobre todo porque además en muchas ocasiones, como en ‘All That’, ‘I’m Toast‘, ‘Self-Effacing‘, ‘iPhone’, ‘Left Out In the Cold’ –diría que es su canción menos críptica en mucho tiempo, fácilmente radiable–, ‘Pacific Standard Time’ (una oda de amor a Los Ángeles, su ciudad, a pesar de sus múltiples defectos) o ‘One for the Ages’, están especialmente inspirados con las melodías y la manera (a veces endiablada, casi siempre sorprendente) de desarrollarlas. ‘A Steady Drip, Drip, Drip’ no es la única novedad de Sparks prevista para este año: presumiblemente, verá por fin la luz la película dirigida por Leos Carax y protagonizada por Adam Driver y Marion Cotillard de su musical, aún inédito, ‘Annette’; y también el documental sobre el dúo filmado por un fan fatal como Edgar Wright (‘Bienvenidos al fin del mundo’, ‘Scott Pilgrim contra el mundo’, ‘Turistas’). Pero de lo que no hay duda es de que, sean mejores o peores trabajos, son de obligatoria revisión y disfrute. Porque serán siempre únicos, alejados de la vulgaridad y, además, muy divertidos.

Calificación: 7,5/10
Lo mejor: ‘All That’, ‘Self-Effacing’, ‘Please Don’t Fuck Up My World’, ‘Left Out In the Cold’, ‘I’m Toast’, ‘iPhone’
Te gustará si te gusta: The Magnetic Fields, The Divine Comedy, Hidrogenesse, Pulp, Pet Shop Boys.
Escúchalo: ‘One for the Ages’ en Youtube.

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Publicado por
Raúl Guillén
Tags: sparks