¿Ha funcionado? Sin duda. Los conciertos a los que acudí fueron completamente seguros, y fueron unos cuantos: Brighton 64 y Miqui Puig en la explanada del Camp Nou; Renaldo & Clara y Melenas en la Antiga Fàbrica Damm y Josele Santiago en el Párking de la Mar Bella. Las instrucciones previas fueron claras, ya que se informaba de ellas en las mismas entradas. En ninguno de los días observé aglomeraciones ni de acceso ni de salida. En el interior se guardaba la distancia de seguridad y la mayoría de público usó mascarilla, incluso al aire libre. El balance, pues, es positivo y se ha demostrado que sí se pueden celebrar conciertos sin que supongan ningún riesgo. Simplemente, se necesita organización y un público concienciado.
Como aspectos negativos, el primero fue un efecto colateral que no se podía prever. Las reservas volaron en minutos. A la alegría de ver la gran cantidad de público entusiasta que se animaba a participar, siguió la decepción. Mucha gente que reservó no apareció. Al no cancelar la reserva y liberar las entradas, muchos espectáculos observaron numerosos huecos. El ejemplo más palmario fue el de Víctor Herrero, que tocaba a las 12.30h del jueves 24 en La Casa de l’Aigua (en el barrio de la Trinitat Nova) con las entradas agotadas. En el momento del concierto, se presentó menos de la mitad del aforo. Yo me las vi y me las deseé para lograr acceder a los conciertos del sábado 26 en la Fàbrica Damm. Sin embargo, en el recinto hubo bastantes sillas vacías. La despreocupación de las obligaciones que suelen suscitar los productos gratis y la falta de empatía dejaron sin entradas a muchos que sí que estaban interesados.
Otro aspecto negativo fue, quizás el exceso de rigidez. No se podía beber en muchos de los conciertos. En la Damm había servicio de bar, pero se obligaba a consumir en la zona exterior, lejos del escenario, aunque guardaras suficiente espacio con los espectadores colindantes. Claro que, dada la situación actual, este ha sido un contra que nos hemos tomado con filosofía y paciencia. Los conciertos han perdido su faceta social. Sin embargo, en muchos casos ha ganado la capacidad inmersiva de la música. De repente, las actuaciones han ganado en solemnidad. Fue emocionante ver a Josele Santiago en acústico con David Krahe sin que nadie interrumpiera la escucha con su cháchara. O seguir al dedillo los deliciosos detalles del pequeño espectáculo de Renaldo & Clara. O incluso poder bailar (sin moverte de tu espacio asignado) con Miqui Puig.
Está claro que la experiencia actual no es satisfactoria. No tienes el calor, la cercanía, la calidez, el hermanamiento que generan los conciertos normales. Se pierde el factor social; también, los conciertos como lugares de encuentro. Paradójicamente se gana respeto por la música y los artistas; al eliminar el aspecto social, sumado a sentirse algo cohibido, las actuaciones transcurren en silencio. Sí, nada puede superar a la experiencia completa de la música en directo. Pero, entre no tener conciertos y tener estas actuaciones tan protocolarias, no hay color. Porque seguimos teniendo la oportunidad de escuchar, disfrutar y ver a nuestros artistas favoritos. De evadirnos un buen rato y emocionarnos. La organización del BAM y las Festes de la Mercè han demostrado que conciertos no están reñidos con la seguridad; que se deben mantener las actuaciones, reabrir las salas, aunque los criterios tengan que ser estrictos durante una temporada. Lo necesitamos. La música es imprescindible. Ahora, más que nunca.