Uno de sus últimos proyectos se ha dejado ver durante los últimos días de diciembre y los primeros de enero en Madrid, ofreciendo multitud de pases por día e incluso de manera simultánea. El público se ha dividido siempre en grupos de 10 por imperativos relacionados con la pandemia. Los asistentes a un -en estos días- gélido Teatro del Canal se han enfrentado a una experiencia de realidad virtual e interactiva tras colocarse los convenientes casco y sensores en brazos y piernas con la ayuda de unos simpáticos azafatos/as. Una vez dentro, el Madrid asolado por la covid-19 y el frío desaparece para dar lugar al París del pasado siglo.
Sin llegar a salir realmente de un espacio muy reducido de metros cuadrados y de un escenario de lo más gris, cuando no directamente negro como el tizón, ‘Le Bal de Paris‘ se beneficia de lo avanzada que está la tecnología de realidad virtual para dar al espectador la sensación de movimiento, de estar en un mundo mágico paralelo. Un armario que te permite ser un perro, una conejita o un elegante príncipe, un ascensor que no se mueve pero que hasta te marea, un laberinto en el que te pierdes junto al resto de los asistentes, un mundo en el que no te da vergüenza hablar con otros espectadores porque todos estáis bajo las máscaras de otros personajes… En tu cabeza, un movimiento puede suponer que te caigas al agua al tratar de subir a un barco. Lo que está sucediendo de verdad es que estás dando un triste paso al frente como si te fuera la vida en ello.
En esta orgía de sensaciones «fake», el futuro en el que querremos vivir dentro de pocos años visto lo visto, la música y los tonos más irritantes a lo Disney de ‘Le Bal de Paris’ son lo de menos. Como me dijo un colega asistente: «he bailado, he sido una princesa y al final hasta me han aplaudido. ¿Qué me estás contando de que no te han gustado las canciones?».
Nadie atiende tampoco a las cuatro líneas de guión en una historia básica construida a base de pinceladas. No merecía la pena desperdiciar recursos en ese sentido, pues es casi imposible prestar atención a los pobres actores y bailarines, cuando el público está demasiado ocupado tratando de reconocerse en un espejo que ni siquiera existe. ¿Alguien tiene alguna duda de que lo de ‘Black Mirror‘ va a ser un cuento de niños en nada? 8,5.