En dos años, Christina Aguilera vendió 17 millones de discos sin tener identidad como artista. Su discográfica, RCA, la promocionó como una “Britney que sabe cantar”, pero Britney parecía tener un don sobrenatural para generar momentos icónicos: el vídeo de ‘…Baby One More Time’, la portada de la Rolling Stone con el Teletubbie, la actuación con la serpiente en los premios MTV. Esta dicotomía culminó en los Grammy de 2000: Christina Aguilera ganó el premio a artista revelación, pero no fue invitada a actuar en la ceremonia. Britney sí. Christina era una buena cantante, Britney era un espectáculo.
Había detalles que sugerían que Aguilera tenía más experiencia de la vida que Spears. Sus amigas en el vídeo de ‘Genie in a Bottle’ eran de razas diversas (aunque, eso sí, todas tenían una estética clónica) y todos sus bailarines eran chicos: se trataba de una fiesta nocturna en la playa, con todo lo que eso sugiere, en la que Christina bailaba rodeada de ocho hombres, cantaba para su novio subida al capó de un coche y acababa tumbada en la arena al amanecer. En ‘What a Girl Wants’ bailaba para su novio en agradecimiento por… tratarla como a un ser humano. La diferencia implícita entre Britney y Christina era que Christina, aunque fuese una muchacha decente, sí sabía lo que era el sexo.
Porque la clave del producto Britney era que su erotismo siempre pareciese accidental: convirtió su virginidad en un asunto de Estado, iba por ahí diciendo que lo de salir vestida de colegiala y anudarse la camisa había sido idea suya y que no entendía tanto revuelo porque, al fin y al cabo, ella era una colegiala; literalmente cantó una canción (‘Oops… I Did It Again’) sobre provocar a un chico sin darse cuenta; y cuando sexualizó su sonido y su imagen con ‘I’m A Slave 4 U’ insistió en que la letra se refería a ser esclava de la música. El mensaje de Britney era “cualquier calor que sientas al verme es cosa tuya”. Y ahí fue donde Christina Aguilera encontró un hueco para adelantar a su rival por la izquierda: controlar su erotismo, ser consciente de su imagen y manejar su propia carrera. Lo primero que hizo fue despedir a su manager.
Mientras Spears repetía la hazaña con dos álbumes evento (‘Oops… I Did It Again’ y ‘Britney’), Aguilera lanzó un disco en castellano y otro navideño. Su primera discográfica publicó un álbum de maquetas sin su consentimiento. Hizo un dúo con Ricky Martin. Estos tumbos quizá devaluasen su impacto cultural, al no quedar claro quién era Christina Aguilera como artista, pero en 2001 ‘Lady Marmalade’ la convertiría por primera vez en un icono.
Tanto la canción como el vídeo trataban a Christina Aguilera como a una superestrella: era mejor cantante y más famosa que las demás (Mya, Pink y Lil’ Kim), la estructura de la canción generaba una anticipación épica según se iba acercando su estrofa y MTV emitía el vídeo acreditando como artista a “Christina Aguilera Et Al.”. En ‘Lady Marmalade’ ella jugó todas las cartas que Britney no podía jugar. Adoptaba una identidad nueva (mediante una peluca inmensa, un corsé minúsculo y un maquillaje del que todos los foros de la época hicieron el chiste con la escopeta de Homer) mientras Britney no podía permitirse ser otra cosa que Britney. ‘Lady Marmalade’ apelaba al público queer, a la estética drag y a la cultura negra mientras Britney jamás se distanciaría de su centro de gravedad blanco normativo. ‘Lady Marmalade’ convirtió a Christina Aguilera, por fin, en una estrella de verdad.
Una noche estaba en una discoteca y se encerró en el baño. Tenía un ataque de ira. Normalmente conseguía aliviarse tirando bolsas de té contra la pared o simulando ser la protagonista de una película de terror, pero esta vez no era capaz de calmarse. Christina acababa de romper con su primer amor, su bailarín Jorge Santos, porque él era incapaz de asumir que su novia fuese también su jefa. Entonces un amigo entró en el baño con una copa de champán y la animó a tirarla contra la pared. Christina lo hizo y se sintió “la hostia de bien”. Rompió una docena de copas más. Al día siguiente, encargó que trajeran a su casa varias cajas de copas, vasos y platos. Había encontrado su nuevo método para desestresarse.
El álbum ‘Stripped’ canalizaría toda esta ansiedad y, a la vez, representaría un ritual de madurez para la imagen de Christina Aguilera. Para ello contó con Scott Storch (productor de Snoop Dog, Busta Rhymes o Dr. Dre), Glenn Ballard (Michael Jackson, Alanis Morissette, Aerosmith) y Linda Perry (líder de 4 Non Blondes que había guiado la transición de Pink entre su primer disco urbano y el sonido pop-rock de ‘Get This Party Started’). También aparecían por ahí Alicia Keys, Dave Navarro o Lil’ Kim, en una canción (‘Can’t Hold Us Down’) en la que Aguilera respondía a los insultos de Eminem. (En aquella época Eminem, de 30 años, mencionaba obsesivamente a las cantantes adolescentes en sus raps, llegando a insinuar que Christina le había pegado una infección venérea). En las 20 canciones de ‘Stripped’ la voz de Aguilera volaba desde el hip hop hasta el rock de estadios, el soul, el gospel, las bases latinas, el dancehall, el jazz, el funk, el garage o el drum and bass. Esta diversidad sónica iba acorde con la diversidad de temas que abordaba: la ansiedad, la opresión de su discográfica, la inseguridad física, la traición de sus allegados, el machismo, la autoestima, la emancipación, el placer sexual, su primer desamor o los malos tratos que sufrieron ella y su madre durante sus primeros cinco años de vida.
Fue entonces cuando Aguilera empezó a contar la versión completa de su historia de vocación infantil (“Me pasaba las tardes cantándoles a mis peluches”) y desveló que si pasaba tantas horas cantando en su habitación era para no escuchar los gritos de su madre. En una ocasión su padre, un militar ecuatoriano, estranguló a su madre con una chaqueta del ejército.
El primer single debía proclamar esta nueva identidad. Debía romper copas contra la pared. Aguilera le pidió a Rockwilder que le hiciese algo en la línea de su producción para el rapero Redman, ‘Let’s Get Dirty’. Lo que él le propuso era prácticamente un remake pop de ‘Let’s Get Dirty’ titulado ‘Dirty’. Después se duplicó la R para sugerir Rated R: no apto para menores. Las similitudes eran tan obvias que Aguilera propuso invitar al propio Redman a rapear en su canción. Para el videoclip la cantante quería una orgía postapocalítica que “oliese fuerte” ambientada en un tugurio ilegal, así que eligió al fotógrafo David LaChapelle. Su estética era plástica, su imaginario apelaba a los fetiches sexuales y estaba obsesionado con la cultura de la celebridad.
En ‘Dirrty’ Christina aparecía con un pelo rubio sucio invadido por unas rastas negras y vestida con un bikini como parte de arriba y unas chaparreras de cuero sin pantalones (dejando a la vista unas bragas con una X impresa en el trasero) como parte de abajo. Apenas tenía cejas, llevaba rodilleras y más que delgada parecía anémica. Un erotismo hiperbólico que parecía parodiar a la Britney de ‘I’m A Slave 4 U’: Aguilera salía tan sexual que casi provocaba rechazo.
«Slut drop, turismo sexual, sexo con menores, lluvia dorada y más: así fue el vídeo de ‘Dirrty'»
Primero la bajaban a un ring de boxeo metida en una jaula (símbolo de su primera etapa en la industria musical) y en cuanto salía de ella se liaba a puñetazos con una mujer que llevaba una máscara de luchador mexicano. Después bailaba encima de una mesa haciendo twerking (con una negra que se ponía de rodillas ante ella), simulaba una masturbación y se encaramaba a un bailarín para restregarse contra él. Aquel vídeo introdujo el movimiento “slut drop” en el mainstream, que consiste en ponerse de cuclillas y (esto es opcional) abrir y cerrar las rodillas o incorporarse con el culo en pompa. Al final Christina bailaba en un baño masculino encharcado.
Que salgan gallos de pelea en un momento dado confirma que esa fiesta está ocurriendo al margen de la legalidad. O, dicho de otro modo, fuera del sistema. A lo largo del videoclip aparecen varios kinks sexuales: su atuendo de colegiala porno, la gente disfrazada de peluches gigantes (erotismo “furry”), el lavabo de hombres cuyo suelo está encharcado y salpica a Aguilera y sus bailarinas (lluvia dorada) o los azotes, las máscaras y las jaulas que sugieren prácticas sadomasoquistas. En un momento dado se puede ver a una mujer tumbada dentro de un agujero de manera que sus piernas están al otro lado de la pared (y cada uno que se imagine lo que está ocurriendo a ese otro lado). Hay dos pósters en tailandés, uno dice “Turismo sexual en Tailandia” y otro “Chicas menores de edad”. Mientras descansaba en su esquina del ring, Christina abre la boca para que le echen agua como si estuviese en un gang bang.
“En aquella época no había iPhones y la gente no hacía fotos”, recuerda el coreógrafo Jeri Slaughter: “En las discotecas bailábamos sobre las mesas y nos restregábamos con chicos y con chicas. Christina sacó en un videoclip las cosas que la gente hacía solo a puerta cerrada”. La falda de colegiala era tan corta que cuando la cantante se agachaba se le veían las bragas rojas, así que LaChapelle eliminó esos planos. Aguilera insistió en mantenerlos en el vídeo.
Britney y Christina suponían la primera consecuencia integral del impacto de Madonna. Pertenecían a la primera generación de artistas que había crecido con Madonna y no conocía el mundo sin ella, de modo que la tenían completamente asimilada. Que un artista pop experimentase con su identidad ya no era una extravagancia sino una obligación. Si Madonna había explotado la sexualidad en sus videoclips, Aguilera apostaba directamente por el sexo. Pero la diferencia es que Madonna, a diferencia de Aguilera y sobre todo Spears, siempre estuvo en control de su carrera.
Es importante destacar que en ‘Dirrty’ ella no se declaraba sucia, sino que quería ensuciarse (“Wanna get dirty”) más como un juego, lo cual sugiere que su suciedad es un estado transitorio: puede comportarse como una golfa durante una noche, pero eso no significa que sea una golfa en general. Aquella identidad se trataba de un alter ego temporal con el que Aguilera quería experimentar, del mismo modo que en ‘Can’t Hold Us Down’ adoptaría una estética y actitud de gueto sin ser ella nada de eso. Por supuesto, ‘Dirrty’ era un safari por la marginalidad: si Christina cantaba que “seguro que alguien llama a la policía” era porque una chica blanca y rubia como ella, a diferencia de sus bailarinas negras, no le tenía ningún miedo a vivir un encontronazo con un policía.
Otro mensaje implícito, con el conflicto de autoestima que conlleva, es el hecho de que Aguilera recurriese a Redman para conseguir credibilidad callejera. Se trata del enésimo cliché de la niña buena y el chico malo pero con el añadido de que Redman había colaborado con Eminem en ‘Off The Wall’. En aquella canción, Eminem rapeaba: “Hombres gordos y calvos decidieron escribir canciones y enseñar a cantar a las Mosqueteras. Aterrorizaré a Christina Aguilera arrastrándola del pelo por todo el Sáhara. Puta”. Que ella luego invitase a Redman para restregarse contra él en el vídeo de ‘Dirrty’ es una recreación de la dinámica de instituto en la que un tío le ríe las gracias a su colega el que te llama puta y al día siguiente te pide salir.
Su primer gesto de rebeldía contra su discográfica había sido hacerse un piercing en la nariz sin su permiso. A partir de entonces, cada vez que tenía un mal día se hacía otro. Para cuando lanzó ‘Dirrty’ tenía cinco: en la nariz, en el labio, en los pezones y en la vagina. “Ese está hecho de diamantes. No sé ni cuántos. Porque está en un lugar especial de mi cuerpo, es hermoso y caro. Mi ginecólogo y mi depiladora me han felicitado por él”, confesaba Aguilera en una entrevista para Rolling Stone cuya portada sacaba a la cantante desnuda abrazando una guitarra eléctrica.
«En cualquier caso se iban a reír de las estrellas del pop por mojigatas y se iban a reír de ellas por guarras»
“Cuando eres atrevida y abierta, mucha gente se siente amenazada. Especialmente en la América profunda”, lamentaba la cantante. “Vale, salgo medio desnuda en un vídeo. Pero si prestas atención verás que también estoy en el centro. No soy una piva patética en un vídeo de rap, estoy en la posición de poder. Estoy completamente al mano de todo y de todos a mi alrededor”. Pero la liberación sexual de Christina Aguilera era en realidad una trampa perversa. Primero la explotaron sexualmente como Lolita inocente y luego dejaron que ella se rebelase utilizando lo que ella consideraba sus únicas armas: su cuerpo y el sexo. La conclusión era que todas las estrellas del pop, de un modo u otro, debían tener una imagen erótica. Y en cualquier caso se iban a reír de ellas por mojigatas y se iban a reír de ellas por guarras.
El videoclip de ‘Dirtty’ fue parodiado en Saturday Night Live con Sarah Michelle Gellar interpretando a Aguilera y Jimmy Fallon haciendo de LaChapelle. Gellar pedía que cuando ella se agachase un bailarín se tirase un pedo en su cara, bailaba con un culo de babuino postizo y explicaba: “Cuando la gente vea este vídeo dejará de verme como una golfa rubia que hace chicle pop para la industria y empezará a verme como una golfa a secas”.
Mad TV también satirizó a Aguilera con ‘Virginal‘, una versión humorística de ‘Beautiful’ en la que cantaba “como os dio igual verme el vello púbico, he cerrado las piernas; a menos que esta canción tampoco tenga éxito, entonces volveré a ser una puta”. ‘Dirrty’ alcanzó el número 1 en MTV pero se quedó en el 48 de las listas estadounidenses, así que la discográfica se apresuró a lanzar la balada de empoderamiento ‘Beautiful’ para rehabilitar la imagen de Aguilera. ‘Beautiful’ acabaría convirtiéndose en su canción más emblemática, pero su mensaje (“Las palabras no pueden derribarme”) no habría calado tanto si antes Christina no hubiera sufrido todo tipo de escrutinios, humillaciones e insultos por ‘Dirrty’.
«‘Beautiful’ no habría calado tanto si antes Christina no hubiera sufrido todo tipo de escrutinios, humillaciones e insultos por ‘Dirrty'»
‘Stripped’ ha sido definido como “el patrón según el cual se construyen las transiciones de las divas adolescentes a estrellas del pop adultas”, “la introducción a la retórica feminista en el pop para toda una generación” y “la referencia para el pop femenino sincero y crudo posterior”. Otras chicas Disney como Selena Gómez o Demi Lovato han citado aquel álbum como inspiración en sus metamorfosis hacia la madurez musical. Hoy el «slut drop» es tan ubicuo que hasta Lana del Rey se anima a menearse para abajo cuando se siente viva.
En 2008, Lady Gaga demostraría que las mujeres del pop tenían más opciones aparte del sexo para escandalizar, para impactar y para proclamar su identidad. Beyoncé, por ejemplo, nunca ha sido tan relevante culturalmente como cuando renunció a los hits para apostar por proyectos confesionales (‘Lemonade’) y políticos (‘Homecoming’). Para cuando una Miley Cyrus semidesnuda le hizo twerking en la entrepierna a Robin Thicke en 2010, la sexualización de las chicas Disney ya era un cliché en la cultura popular: Cyrus sabía que todo el mundo esperaba que se volviera “una golfa” así que optó por satirizarlo. Su constante desnudez en la etapa ‘Bangerz’ era deliberadamente feísta, grotesca y cero erótica. Taylor Swift es la mayor estrella del pop del planeta y su rebelión ha sido intelectual, económica y profesional. Nunca sexual. “Lo que me venía bien a mí no tiene por qué ser lo que le viene bien a las que vengan después”, aclaraba Aguilera hace un par de años. “Pero aquella fue la manera en que yo me pude sentir poderosa en mi propio cuerpo y mostrar mi fortaleza. Así fue como necesitaba ser cuando tenía 21 años”.
«Cyrus sabía que todo el mundo esperaba que se volviera “una golfa” así que optó por satirizarlo
‘Dirrty’ y ‘Stripped’ supusieron un paso firme en la evolución de la estrella del pop femenina. Britney Spears se convirtió en una fábula de todo lo que está mal en la cultura popular y en un referente a evitar para sus compañeras de profesión. Las popstars actuales son autoconscientes, experimentales y confesionales. Están en control de su carrera musical y de su imagen pública. Y no intentan gustarle a todo el mundo. ‘Stripped’ vendió 10 millones de copias y estuvo dos años generando singles. Y así, Christina Aguilera demostró que era posible ser una estrella del pop comercial y no ser un objeto sino un sujeto. Nada mal para una furcia intergaláctica.