Tras su estreno el año pasado en el canal TNT, donde pasó un poco desapercibida, HBO España reestrena ‘Raised by Wolves’. La serie, que ya tiene confirmada la segunda temporada, está creada por Aaron Guzikowski, conocido por el guión de ‘Prisioneros’ y la serie ‘The Red Road’, musicada por Ben Frost, y producida por Ridley Scott, quien además dirige los dos primeros episodios, y cuya influencia en la serie, sobre todo visualmente, es enorme. Además, el hijo de Ridley, Luke Scott, dirige otros tres, por lo que todo queda en casa.
El magnífico episodio piloto resume todas las virtudes de esta serie. Una de ellas es el espectacular diseño de producción. La historia se desarrolla en el futuro y en otro planeta (el exoplaneta real Kepler-22b, descubierto en 2011), por lo que se han recreado, con una mezcla muy armónica de clasicismo y modernidad, multitud de escenarios, tecnologías y personajes. Unos motivos visuales muy atractivos y muy bien utilizados dramáticamente, en los que se puede rastrear la influencia de clásicos como ‘Dune’, ‘Zardoz’ y de gran parte de la obra de ciencia ficción de Ridley Scott. El más evidente, que es casi un guiño a ‘Alien’, es la sangre blanca de los androides.
Estos androides, “Madre” y “Padre”, son otro de los puntos fuertes de la serie. Sobre todo Madre (todo un descubrimiento la actriz danesa Amanda Collin). Una especie de Eva futura (según la novela de Villiers de l’Isle-Adam), con aspecto de Ziggy Stardust, que protagoniza las mejores secuencias de la serie. Tanto las de acción (atención al final del primer episodio) como las dramáticas (los encuentros con su creador, sus experiencias con la maternidad…). Un personaje complejo, lleno de matices, que articula toda la historia y nos hace preguntarnos aquello de: “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”.
El tercer punto destacado de ‘Raised by Wolves’ es la cantidad de ideas sugerentes que son enunciadas: el conflicto entre la religión y el ateísmo, los límites de la inteligencia artificial, el futuro (posapocalíptico) de la humanidad, la colonización de otros planetas, la supervivencia en un entorno hostil, la crianza de los hijos… Otra cuestión es cómo están desarrolladas esas ideas.
Tras los dos primeros capítulos, la serie empieza a flojear. La trama comienza a perder interés; las ideas, cada vez menos atractivas (hay mucho refrito bíblico y mitológico), no terminan de conectarse adecuadamente; la evolución y motivaciones de algunos personajes resultan artificiales, en particular el de Marcus (encarnado por un histriónico Travis Fimmel, el protagonista de ‘Vikingos’); los niños, que ya eran un poquito molestos, empiezan a resultar insufribles; los androides “sienten” más de la cuenta (la discusión por “los celos” se la podían haber ahorrado)…
Aunque sigue teniendo buenos momentos –la visualización de los recuerdos de Madre, su embarazo a lo Cronenberg-, la serie está a punto de caerse por uno de esos agujeros que atraviesan todo el planeta. El problema es que cuando la estructura narrativa de un relato no es capaz de sostener la atención del espectador, este empieza a perder la suspensión de la incredulidad y a hacerse preguntas incómodas para el guionista: ¿por qué no usan el lander desde el principio? ¿Por qué los mitraicos no se llevaron a algún necromancer? ¿Cómo se alimenta el violador con ese casco? ¿Cómo es posible que un androide reprogramado se acuerde de su propia reprogramación? ¿Por qué el planeta parece muy extenso cuando van volando y como el parque de mi barrio cuando van andando? ¿Por qué el lander parece el silbato de un árbitro y los mitraicos abertzales?