Columna

Que el asesinato homófobo de Samuel ponga fin al «heterror»

«Etiquetas y roles me oprimen
la violencia, la burla es real.
No dejen que el miedo
les Nuble sus sueños,
si puedes intenta escapar.
No mires atrás solo sigue
escucha tu corazón
Pasado es referencia
Nunca penitencia
Ni pidas perdón
»
– ‘Heterror‘ de Translocura

En los últimos días la noticia del asesinato de Samuel Luiz ha dejado de ser un asunto de relevancia nacional para, gracias a la inmediatez de las redes sociales, alcanzar las redacciones de The Guardian, Independent o CNN, entre otros muchos medios internacionales. Figuras de la música internacionales como Sam Smith han pedido justicia para Samuel en su stories, así como Ricky Martin, la actriz de ‘Juego de tronos’ Lena Headay o el actor de ‘Looking’ Russell Tovey. Rufus Wainwright le ha dedicado una canción en su concierto en Noches del Botánico. Pablo Alborán ha hecho lo mismo en un concierto reciente. La policía no ha encontrado «indicios» de que el móvil del asesinato de Samuel haya sido la homofobia, pero el consenso social, fundamentado en las declaraciones de la amiga de Samuel que estaba con él en el momento de los hechos y que escuchó a los agresores llamarle «maricón» y «maricón de mierda» antes y durante la paliza que acabó con su vida, es que lo ha sido.

La repercusión de la noticia del asesinato homófobo de Samuel recuerda a lo visto el año pasado con los asesinatos racistas de George Floyd y Breonna Taylor o a la de la violación de la «manada». Menos revuelo se vio en las calles por el asesinato de Younes Bilal, un joven marroquí matado a tiros hace unas semanas por un hombre que no soportaba su presencia en un bar por ser «moro».

El hecho de que la historia de Samuel esté llegando desgraciadamente tan lejos puede suponer un punto de inflexión en el reconocimiento de la homofobia que sigue habiendo en el mundo. No han faltado pistas precisamente: hace poco un chico gay murió abrasado en Lituania

después de salir del armario ante su familia; países como Hungría o Polonia han implementado leyes anti-LGBT en pleno 2021, en Francia, donde tanto ha avanzado la derecha gracias a Marine Le Pen, las denuncias por ataques homófobos incrementaron un 34,3 % en 2018. En España, Vox ve cerrada su cuenta de Twitter durante meses por difundir mensajes homófobos y racistas. El partido de ultraderecha está tan ocupado resolviendo todo a golpe de querella que no tiene tiempo de pararse a reflexionar sobre lo que pasa en la calle. Todavía hay once países en el mundo que castigan las relaciones homosexuales con la muerte.

El año pasado, Isabel Díaz Ayuso llegó a quitar hierro al asunto declarando que las agresiones homófobas son «puntuales». Que este tipo de agresiones o asesinatos no se produzcan diariamente (y a veces lo hacen, una y otra vez) no significa que no lo hagan de manera sistemática ni que representen un problema que hay que acatar de una vez por todas desde la educación y el activismo. En estas declaraciones del año pasado, la presidenta de la Comunidad de Madrid incluso fue tan lejos de decir que la izquierda se entretiene convirtiendo a la comunidad LGBTQ+ en «víctimas» para beneficio de su plan electoral. Evita tanto reconocer el problema que ni siquiera es capaz de nombrar a Samuel por su nombre durante una intervención parlamentaria.

La policía, claro, necesita pruebas para concluir que el asesinato de Samuel ha sido homófobo. No bastan las declaraciones explícitas de su amiga. Igual a Samuel se le tendría que haber caído una pluma, como a las palomas, con la que dejar un triste rastro de su homosexualidad. Alfredo Perdiguero, subinspector de Policía Nacional, opina que el asesinato de Samuel no ha podido ser homófobo porque los agresores «no le conocían de nada» y Samuel «iba con chicas». Por lo visto, los chicos gays van todos juntos a todas partes, nunca con chicas, las mariliendres no existen y además para que una agresión se considere homófoba tiene que haber sido premeditada de antemano, como los ataques terroristas. Los agresores tienen que haber quedado para darle una paliza a un chico que es gay; es imposible que esta agresión se produzca de manera espontánea, motivada por una reacción que tiene lugar in situ, como se producen tantas agresiones día tras día por motivos absurdos.

En su cuenta de Twitter, Perdiguero explica que él no es racista ni homófobo porque «en ambos lados tengo amigos», la típica frase-parche con la que las personas racistas y homófobas tiran balones fuera y evitan reconocer que el problema puede albergarse dentro de su psicología y no en la de los demás, que ellos mismos pueden haber asimilado actitudes racistas u homófobas… como hemos hecho todos en esta sociedad cisheteropatriarcal que teme todo lo que es supuestamente diferente o anormal dentro de su universo. Pero volviendo a Samuel, lo que todo el mundo parece tener claro menos la policía es que el joven gallego no ha muerto por ser gay, sino por parecerlo. Lo que ha molestado a sus (presuntos) asesinos no es su orientación sexual, es su disidencia de género.

Unas de las reflexiones que más han aportado a la conversación sobre este caso ha sido la de Adrià Arbona Orero, cantante de Papa Topo. El mallorquín ha recordado que, de adolescente, sufrió una agresión homófoba cuando un grupo de chicos le vio caminar por una estación de tren, vestido con su típica ropa «extravagante, supercolorida y popera», la cual escogía para incomodar a los habitantes de su pueblo porque «disfrutaba de ese shock, sentía que sólo con mi presencia incomodaba a los homófobos que me rodeaban». El artista recuerda: «Un día iba caminando hacia la estación de tren cuando pasó un coche a mi lado con dos chicos dentro que me gritaron “Maricón!”. A mi me dio risa y le contesté “Tío bueno!”, admitiendo sin problema el supuesto insulto. Al llegar a la estación, me di cuenta de que los chicos del coche me habían seguido hasta allí y vinieron hacia mi. Uno de ellos me empezó a decir “qué nos has dicho? Eh? Maricón de mierda!” y me asusté mucho. Me pegó un puñetazo y me puse a llorar desconsoladamente, no de dolor, sino de miedo. El otro chico le dijo al otro que me dejara en paz, que era un mierdas y que no valia la pena. Se fueron y me quedé temblando y llorando frente la estación».

Finalmente, Adrià da con el quid de la cuestión: «A Samuel, igual que en mi caso, no le llamaron “maricón” por mostrar su amor en público, sino que su mero existir era lo que causaba el rechazo en sus agresores. Pese a los intentos que hemos hecho la comunidad de reapropiarnos de la palabra, siguen maltratándonos y asesinándonos al grito de “maricón”, así que tendremos que seguir luchando ferozmente con toda nuestra pluma y mariconez contra aquellos que nos quieren escondidos».

Si la policía no ve un asesinato homófobo en el caso de Samuel es porque no quiere. De igual manera que Perdiguero dice que no es homófobo porque tiene amigos gays, él no detecta homofobia en este asesinato porque es incapaz de entender la profundidad del problema, que en esta sociedad no se nos ha enseñado a normalizar lo que es normal, como la homosexualidad o la diversidad. Al contrario, se ha convertido lo normal en un problema. Y así, los asesinatos de Samuel se topan con una amenaza a la que hay que liquidar porque no se comprende que un chico sea maricón y lo parezca. Si la homofobia es un miedo y, por lo tanto, una actitud irracional, la palabra «maricón» es una expresión de ese miedo en forma de insulto. La policía no encuentra pruebas de que el asesinato de Samuel sea homófobo porque el miedo es un sentimiento que no se puede guardar dentro de una botella. Así de invisible es, para muchos, la opresión que sufren este y otros colectivos.

Lo ha explicado muy bien el periodista Rubén Serrano en su recomendable artículo «Matar a gritos de «maricón» es homofobia», publicado en Público: «Un marica ataca el canon de masculinidad al que se ciñen los hombres. Leen nuestra pluma, nuestro deseo por otros maricas y nuestra libertad como una amenaza a la idea de «hombres de verdad», esa jaula que tanto les oprime y ese grupo al que tanto quieren demostrar que pertenecen: los hombres machos, duros, fríos, fuertes, que no lloran, que lideran, que tienen poder y tienen control. En sus lenguas «maricón» no significa «homosexual». En sus lenguas «maricón» significa «menos hombre», «no hombre» y traidor. Nos ven como inferiores, sumisos, débiles, emocionales, dramáticos, exagerados, locazas. Nos ven con los roles maniqueos que asocian a las mujeres».

Una reflexión parecida ha volcado Pablo Simón durante una intervención radifónica en CadenaSER, donde ha recordado que la Ley Trans acaba de «suprimir las terapias de reconversión de homosexualidad que continuaban en vigor» por marciano que parezca (sobre este tema habla, por cierto, el nuevo single de AURORA); y donde ha señalado que efectivamente las agresiones homófobas siguen a la orden del día «no por amar sino por ser, por cómo hablas, por cómo eres, por cómo te peinas, por cómo te vistes». Está especialmente acertado cuando diagnostica que «el mejor indicador, incluso a nivel internacional, de la calidad democrática y los derechos civiles reconocidos en la sociedad es lo seguro que se siente el peldaño que normalmente se siente más inseguro, como las mujeres o el colectivo LGBT. Es el canario en la mina. Estamos viendo retrocesos por esa vía sibilina de decir que eso ya está superado, pero las discriminaciones y las agresiones se repiten de manera continuada». Que ni el asesinato de un chico de 24 años sirva para quitarles el velo a algunos… eso sí es un problema.

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Publicado por
Jordi Bardají