‘Hotel California’ (1976) de Eagles es una de las canciones más famosas de la historia. Y también de las más odiadas. Porque canción y banda son, para muchos aficionados a la música, el epítome del sonido California: de ese rock americano demasiado bien tocado, demasiado blanco. Demasiado impecable, como suelta en un momento determinado de este libro un antiguo colaborador de Linda Ronstadt. Pero reducir el sonido Laurel Canyon a ese topicazo es totalmente injusto. Porque los cañones de California y la utopía soleada que representaban ofrecieron, durante más de una década, un enorme ramillete de artistas imprescindibles, discos fundamentales y canciones monumentales.
Para recoger con la máxima fidelidad posible el génesis, cénit y decadencia de Laurel Canyon, Barney Hoskyns se pasó una década hablando con absolutamente todo el mundo que vivió la escena. Amén de realizar una ingente tarea de hemeroteca, recopilando cientos de entrevistas de la época. Con tan abundante material, Hoskyns crea una historia oral al estilo de ‘Por favor, mátame’ (Gillian McCain Y Legs McNeil). Publicado originalmente el 2005, la editorial Contra lo edita al fin en castellano con una estupenda traducción de Elvira Asensi.
Con un ritmo arrollador, Hoskyns recorre esa geografía mítica: Laurel Canyon, Topanga Canyon, el desierto de Joshua Tree… Lugares en que se forjó un sonido que dominó EE.UU. entre finales de los 60 y mediados de los 70; un sonido que bebía del folk, el country y el rock, espoleado por el masivo éxito de los Beatles. Hoskyns reseña cómo un puñado de idealistas tomaron Laurel Canyon, cerca de Los Ángeles, y nació el mito California, tierra de promisión musical. Desde el disparo de salida, que fueron los éxitos de The Mamas & The Papas y el primer disco de los Byrds y sus antros míticos (el Troubadour principalmente), los protagonistas relatan cómo se creó una comunidad artística, sus alianzas creativas, sus romances, cómo crecieron como artistas, obtuvieron un éxito monstruoso y se ahogaron entre sus propios egos y cocaína.
Hoskyns consigue plasmar el aura que desprendían todos esos chicos y chicas guapos, carismáticos, enormemente talentosos, pero también autodestructivos. Hay triunfos fenomenales (Joni Mitchell, Neil Young) y ángeles caídos (Gram Parsons a la cabeza). La nómina de nombres marea. Por aquí circulan Stephen Stills, David Crosby, Graham Nash, Neil Young, Linda Ronstadt, Joni Mitchell, Jackson Browne, James Taylor, los Eagles, Randy Newman, Tom Waits y un larguísimo etcétera. Pero no sólo da voz a los artistas, sino también a los productores, ejecutivos discográficos, mánagers y A&R que hicieron posible el sueño, antes de tener el dinero como único fino. De Jack Nietzsche (productor) a Elliot Roberts (mánager de Mitchell y Young). Pero si un nombre se erige en protagonista del libro es el de David Geffen, el mitiquísimo capo de Asylum, que ejerce de héroe y de villano. Un tipo encantador y sin escrúpulos que ganó mucho dinero, pero también generó una gran cantidad de sinergia artística.
Pero no solo se dedica a hacer desfilar entrevistados. Hoskyns trenza estupendamente bien la historia, explica el contexto, relata anécdotas, explicita la construcción de discos y lo encaja todo con precisión. El estilo es ágil y vertiginoso, no da tregua. Si estás inmerso en el descubrimiento de Jackson Browne pronto salta a lo que fuera que estuviera haciendo Stephen Stills. A veces va tan rápido que has de frenar y releer, tienes la sensación de que no eres capaz de aprehender todo lo explicado, de que te pierdes en un marasmo de nombres y anécdotas. Pero todo está perfectamente hilvanado.
No todo es vino y rosas. Hoskyns no se anda con paños calientes a la hora de explicar todas las grietas en el paraíso: las adicciones, los asesinatos de la familia Manson que marcaron el fin de la era hippie, las tragedias (muertes por sobredosis, principalmente), el ensimismamiento y engreimiento de unos cantautores imbuidos en hipismo en la superficie, pero indiferentes al mundo exterior, a cualquier aspecto político y social. Hoskyns y los invitados narran cómo pasaron de la camadería al aislamiento, del idealismo a la ostentación, de una música excitante al blando AOR. De cómo una industria discográfica que fomentaba el talento y tenía paciencia para que este floreciera, pasó a preocuparse solo de las cifras de ventas.
Hoskyns también hace especial hincapié en las estrellas femeninas, que no cree suficientemente bien ponderadas. Invierte buena parte de las páginas en dejar bien claro que Joni Mitchell, especialmente con su ‘Blue’ (al que denomina «piedra angular de la época»), Linda Ronstadt, Carole King y otras figuras más desconocidas, como Judee Sill, eran las artistas con más talento del panorama. Y reivindica a “Mama” Cass Elliott como la gran catalizadora del talento del cañón desde el principio.
Lo increíble es que todo lo que explica Hoskyns sucede en diez años. Los que transcurren de 1967 a 1976, que parecen cien. Especialmente el período comprendido entre 1967 y 1970, vertiginoso y ubérrimo musicalmente. Hoskyns conforma un fresco monumental, una epopeya tan fascinante como inabarcable, que entusiasmará incluso a los detractores del soleado sonido de California.