A finales de los 90, el disco de Buena Vista Social Club circuló de mano en mano, de cinta en CD-R, mucho antes de que internet fuera lo que es hoy. Para quienes habían estado en Cuba era una preciosa fotografía en recuerdo; para los que no habíamos estado aún en la isla en 1997, era como si ya hubiéramos estado allí. Si te familiarizaste con esta música primero y fue después que conociste Cuba, seguro que algunas cosas, algunas tonalidades te sonaban. Acaso porque las conocías ya de alguna forma.
Pocos álbumes han sido tan importantes para la historia de la música de un país como este que ahora celebra el 25º aniversario de su grabación, pues aunque se publicó en septiembre de 1997, fue en realidad en 1996 cuando se registró. En tan sólo una semana y por accidente. Es lo que siempre ha contado la leyenda y ahora recordamos en esta espectacular edición de lujo que incluye un doble vinilo, un doble CD, fotos a tamaño 12″ y una serie de textos y biografías sobre los músicos participantes que no sólo te acercan a la historia del álbum, sino a la de la música de la isla durante los últimos 150 años, reflexionando sobre su relación con el blues americano o los ritmos africanos.
‘Buena Vista Social Club’ fue un accidente precisamente por eso. El guitarrista Ry Cooder, que había descubierto la música cubana de los años 40 y 50 comprando vinilos en Nueva York durante la década de los 70, y había terminado de caer rendido cuando alguien le regaló una cinta que había grabado directamente de las calles de Cuba, se reunió en La Habana con Nick Gold, fundador de World Circuit Records. Nick quería grabar dos álbumes: por un lado uno con la banda multigeneracional del productor Juan de Marcos González en honor de las orquestas cubanas de los 40 y los 50; y en segundo lugar otro con Ry Cooder que de manera más explícita aún trabajase en la relación de la música cubana con la africana.
La idea para este segundo proyecto era reunir a músicos de Mali con los mejores músicos de La Habana, pero los músicos africanos tuvieron problemas con su visado y no llegaron a tiempo, por lo que se improvisó una tercera vía que terminó siendo este disco. Por increíble que ahora nos pueda resultar, muchos de estos célebres músicos estaban en una situación de semi olvido. El gran Rubén González, pieza fundamental de la grabación tras haber sido un estudioso del piano y del jazz desde los 7 años, estaba retirado. Como Ibrahim Ferrer, que pensaba que sus años dorados habían pasado, cuando el productor Juan de Marcos González cruzó unas cuantas manzanas a pie para ir a su casa y explicarle que unos extranjeros querían grabar con él. Se mostró receloso, pero acudió.
A mediados de los 90 era normal que los músicos que habían sido grandes hacía medio siglo estuviesen en segundo plano; nadie pudo adivinar el alcance del proyecto en el que se embarcaron con un tiempo limitado de 7 días en los estudios vintage EGREM de La Habana. El disco terminaría premiado en los Grammy y vendiendo 8 millones de unidades, algo impensable dentro de su género, alimentado por el documental que Wim Wenders sacaría después en 1999.
Compay Segundo, que en aquel momento tenía ya 80 años, había sido realmente rescatado del olvido a principios de los 90 por Pablo Milanés (‘Años 3’, 1992), y también por Santiago Auserón en su primer disco en solitario (‘Raíces al viento’, 1994). Toman aquí especial protagonismo composiciones suyas que se habían instaurado en el imaginario colectivo como la icónica ‘Chan Chan’, una canción tan maravillosa que solo podía haber sido soñada, como revelaba en RTVE: «Yo no compuse ‘Chan Chan’, la soñé. Sueño con la música. A veces me despierto con la melodía en la cabeza. Oigo los instrumentos todo muy clarito. Me asomo al balcón y no veo a nadie, pero escucho como si estuviera tocando en la calle. No sé lo que será. Un día me levanté escuchando esas cuatro notas sensibles, les puse una letra inspirándome en un cuento infantil de cuando yo era niño, ‘Juanica y Chan Chan’, y, ya ves, ahora se canta en todo el mundo».
En la versión del disco es Eliades Ochoa quien toma la voz cantante, aunque la toma de Compay Segundo puede oírse también de fondo. 25 años después es fascinante cómo lugares que te son tan ajenos como Alto Cedro, Marcané, Cueto y Mayarí, de la región oriental de Cuba, siguen representando el sabor más puro de la melancolía, de lo que en Portugal llamarían «saudade». La magia continúa en 2021 intacta cada vez que el trompetista Manuel «Guajiro» Mirabal emerge en esta y muchas otras canciones del álbum. El mismo escalofrío por la espalda, como el primer día.
A Eliades Ochoa, este año disco de oro en España por su colaboración con C. Tangana (‘Muriendo de envidia’), le había gustado especialmente ‘Chan Chan’ cuando Compay Segundo se la había mostrado en una cassette a principios de los 80, pero las composiciones aquí tienden a ser mucho más remotas. ‘De camino a la vereda’ había sido escrita por Ibrahim Ferrer a principios de los años 50. La popular -imperecedera e inagotable- ‘Dos gardenias’ se originó en los años 30 antes de que Antonio Machín la popularizara en España en los años 40. Compay Segundo la llegó a cantar en el funeral de Machín cuando fue enterrado en Sevilla.
También de los años 30 procede ‘Amor de loca juventud’, influida por el jazz americano de la época; influencia la americana también muy palpable en pistas como ‘Orgullecida’, en la que Ry Cooder es quien toca la «cowboy guitar». Eliades Ochoa aparece de hecho confortable en su sombrero de cowboy («a caballo vamos pal monte») en la guajira ‘El carretero’, uno de esos temas que quiere cruzar el este de Cuba con el oeste de África. El corte titular ‘Buena Vista Social Club’, que tomaba el nombre de uno de esos clubs de los años 30 en que negros y mulatos lo daban todo ajenos al esnobismo blanco, trabaja el paso del ritmo danzón al mambo: la buscada conexión afrocubana.
‘Buena Vista Social Club’ funciona como una enciclopedia de son, bolero, el tumbao de dos acordes que es ‘Candela’ o el danzón a través de los ritmos completamente vívidos y del enorme libreto, en el que se ha catalogado cada tema con cierta intención documental. Unos textos que además nos hablan, por ejemplo, de la relación de Rubén González con el creador del cha-cha-chá, o de la conexión de alguno de los protagonistas con Édith Piaf. La mujer tiene también su lugar a través de la historia de ‘La bayamesa’, un himno revolucionario inspirado en una habitante de Báyamo que prefirió quemar su casa antes que dársela a los españoles en el siglo XIX; pero sobre todo con la voz de Omara Portuondo.
Descrita como la única mujer del álbum, si bien en realidad hay más en las sombras, como la misma autora de esta canción, que fue María Teresa Vera, Omara grabó este dúo con Compay Segundo, ‘Veinte años’, en una sola toma. Charló un rato con sus viejos amigos, inmediatamente después se subió a un avión para actuar en Vietnam, y el resto de su grabación es historia. Una historia que también revitalizó su carrera, pues ha llegado a interpretar ‘Veinte años’ hasta con Joss Stone, recordando a menudo cuál fue su primer contacto con esta composición, cuando era niña. Contaba en El Tiempo en 2016: «Cuando crecí, había mucho danzón y danzonete… A María Teresa Vera, la única mujer que hacía parte de los trovadores de esa época empecé a escucharla cuando estaba en edad escolar. En lugar de irme a pasear como hacen los estudiantes, cuando salía de la escuela me quedaba en mi casa escuchando la radio. Recuerdo ‘Veinte años’. Esa canción me la enseñó mi papá cuando yo tenía 4 años. A mi padre la naturaleza le dio el sentido musical, y en la casa mi papá la cantaba. El nieto de María Teresa Vera tuvo una orquesta magnífica en Cuba que se llamó Rita Montaner, una tremenda cantante que estrenó ‘El manisero'».
La secuencia es gloriosa en su equilibrio entre belleza y tristeza, firmemente representada por ‘Chan Chan’, la canción más popular del disco, y la fiesta callejera. Tan pronto como en la segunda pista, el cambio es palpable con ‘De camino a la vereda’, mientras ‘El cuarto de Tula’ es la perfecta representación de lo que había sido durante décadas una celebración de la música en directo. El sonido del álbum recoge con cuidado esa sensación de improvisación, como se aprecia especialmente en ‘Candela’, siempre sin renunciar a la exquisitez más virtuosa. El piano de Rubén González deslumbra de manera muy visible en el instrumental ‘Pueblo Nuevo’, pero también devora muchos pasajes de ‘Dos gardenias’ o ‘Murmullo’, inspirada por los primeros musicales de Hollywood.
La edición original se complementa ahora con una serie de inéditas que el productor Ry Cooder y Nick Gold han recuperado de las cintas originales, desvelando algunas tomas alternativas de estos éxitos y también algunas pistas inéditas como ‘Vicenta’, ‘La pluma’ o su acercamiento al clásico ‘Siboney’. Algunas pistas son sólo simples improvisaciones o una fotografía de la magia de un momento irrepetible, como ‘Ensayo’. Pero ninguna enturbia la sensación que siempre contuvo este disco de espontaneidad de una serie de maestros, pioneros y músicos de lujo. Un sinfín de gente con alma donde encajó hasta un hijo de Ry Cooder a la percusión. Incluso la nueva secuencia de ese «CD2» adquiere un nuevo sentido con la toma alternativa de ‘Orgullecida’ como nuevo desenlace.
No deja de ser algo raro que nos enfrentemos a esta edición deluxe con textos escritos en inglés, cuando sus canciones están obviamente entonadas en nuestro idioma, pero es el precio que hay que pagar cuando ni nuestro país ni ninguno latinoamericano son ya clave para el mercado físico. Al fin y al cabo fueron Ry Cooder y Nick Gold quienes idearon este proyecto y pudieron venderlo en Estados Unidos, donde se despacharon 2 millones de copias. Compay Segundo falleció en 2003 -el mismo año que Rubén González-, cuando estaba llegando casi a los 100 años de vida. En 2005 nos dejaba también Ibrahim Ferrer, pero con la certeza de haber hecho historia para siempre. No es un cliché que este disco ocupará un espacio en las bibliotecas durante décadas, siglos, y más justo ahora que tanto se está volviendo sobre el folclore de cada país en busca de ideas nuevas.