A todo el mundo le gusta Harry Styles. Bueno, no a todo el mundo. El cantante británico ha estado en el punto de mira estos días por un par de noticias que le han vuelto a relacionar con el «queerbaiting». Uno tiene que ver con el actor Billy Porter y el otro con Halloween.
Recientemente, el actor de ‘Pose’ ha criticado a la revista VOGUE por dar a Harry Styles la primera portada masculina de su historia. En la sesión de fotos, Harry aparece enfundado en un exuberante vestido de color azul claro, y Porter ha denunciado que VOGUE haya elegido al autor de ‘Fine Line‘ para su portada porque él «ha hecho que se hable de moda no binaria» y Harry no es más que un «hombre blanco heterosexual». Porter añade que a Harry «le da igual» la moda LGBT y que «solo lo hace porque está de moda, pero para mí es político, es mi vida, yo he tenido que luchar toda mi vida para llegar a un lugar en el que poder llevar un vestido a los Oscar. Todo lo que tiene que hacer (Harry Styles) es ser blanco y hetero».
Poco después, Harry aparecía, durante el concierto de su gira ‘Love on Tour’ que ha coincidido con Halloween, disfrazado de Dorothy de ‘El mago de Oz’, el personaje interpretado por Judy Garland. En los foros de música pop la idea no ha sentado muy bien a algunas personas, que han vuelto a denunciar a Harry por su «queerbaiting». Especialmente Judy Garland es un icono «sagrado» para la comunidad queer y hay quien cree que Harry ha traspasado una línea disfrazándose de su emblemático personaje. «(Harry) no tiene ningún derecho (a disfrazarse de Dorothy), especialmente viendo su rico y variado historial de apropiaciones de la imaginería queer para su propio beneficio, sin que haya dado nada a cambio a las personas cuya estética se ha apropiado».
¿Pero qué es el «queerbaiting» El youtuber Tigrillo lo explica estupendamente en un vídeo. «El «queerbaiting» es la práctica por la cual en un producto audiovisual, generalmente una película o una serie, se da a entender que un personaje podría ser queer o que hay una tensión sexual romántica entre personajes del mismo género, pero nunca se llega a desarrollar esa relación ni se hace explícito el carácter queer de los personajes para así atraer al público LGBT a esa obra sin perder por el camino al público más tradicional que no vería bien que esto se representase». Según Wikipedia, el «cebo queer es una técnica de mercadotecnia en medios de ficción y entretenimiento de sugerir, pero después no representar abiertamente, a un personaje LGBTI o una relación romántica homosexual, como en el cine, la televisión o la literatura».
La trampa, en este caso, es obvia: Harry Styles no es un personaje de ficción, sino una persona real. Sin embargo podría decirse que, como mínimo, su persona pública sí es un personaje de ficción, como lo es la de cualquier celebridad que literalmente vive de su imagen. Y es ahí donde sí se puede argumentar que Harry Styles practica el «queerbaiting» porque su afición a la moda no binaria, a ponerse vestidos o boas extravagantes, a parecer el David Bowie de la generación millennial y Z, es palpable solo en los escenarios, en los videoclips, en las revistas o en las alfombras rojas, pero nunca en su vida privada. Cada vez que aparece una foto robada de él en los tabloides, o en la cuenta de Deuxmoi, su vestimenta se puede enmarcar en lo masculino y no difiere de la de cualquier muchacho cishetero de su edad. Verle es volver a los tiempos de One Direction, desde luego no a los de las prendas extravagantes, barrocas y afeminadas de su etapa actual. Ojo, Harry se pone vestidos porque quiere y es posible que su expresión de género entre dentro de lo queer… ¿pero porque sólo lo hace cuando le enfoca una cámara?
La sospecha de que Harry Styles hace «queerbaiting» empieza a asomar de manera más evidente en los mencionados foros. «No entiendo el mensaje que transmite. Le ves y parece queer pero a la vez percibes una extraña capa que dice «pero no en serio». El tema de Dorothy es el ejemplo más extraño de esto», escribe un usuario. Otro opina: «Me encantaría pensar que realmente está en contacto con su lado femenino, pero todo en su caso parece forzado». Otra persona va más allá y plantea el quid de la cuestión: «Se pone una blusa de seda cuando se lo pide VOGUE, pero nunca le he visto en fotos robadas llevando nada ni remotamente parecido a lo que la gente de nuestra comunidad viste, y por la que recibe palizas cada día». Harry es queer en el escenario, pero no lo es fuera de él.
El problema de Harry Styles se reduce a qué decide hacer público de su vida y qué no. Todo es una conjetura. Sus defensores recuerdan que el cantante no le pone etiquetas a su sexualidad y que está «rompiendo estereotipos de género» con sus vestimentas, pero la decisión de no etiquetarse es cómoda por su ambigüedad, porque abre las puertas a la posibilidad de ser queer sin necesidad de afirmarlo abiertamente. En el caso de Styles, esta supuesta ambigüedad alimenta su imagen pública de artista «LGBT-friendly». Y que no se me malinterprete: en el mundo hay problemas mucho más importantes que el hecho de que Harry se ponga vestidos, el inglés no ofrece otra cosa que un producto inofensivo apto para todos los públicos y es maravilloso que un artista tan popular e influyente como él enarbole la bandera LGBTQ+ encima del escenario con tanta alegría y orgullo. Lo que se critica nos devuelve a las declaraciones de Billy Porter y tiene que ver con las oportunidades que se le brindan a una persona cuya faceta «queer» parece una pose, un disfraz como el de Dorothy, que colgar en el armario cuando los focos se han apagado. Al final surge el interrogante de hasta qué punto importa que la imagen queer de Harry sea inauténtica, cuando él no es otra cosa que un personaje de ficción para sus fans.